Nueva York era la ciudad que nunca dormía, las luces no se apagaban, los autos no se detenían, el ruido era constante y todos funcionaban como una máquina perfectamente aceitada y si no era así, siempre había un muy poco amable ciudadano que te recuerde seguir avanzando. En esa ciudad caótica, Roseanne habia encontrado su lugar desde hace años. El sonido insistente del teléfono retumbó en el pequeño departamento de Roseanne Parker a las 6:03 a.m. A esa hora, solo existían dos razones para que alguien la llamara: una emergencia en la oficina o una de las típicas discusiones entre los McLaren. Con un suspiro resignado, deslizó su mano hacia la mesita de noche, se colocó las gafas y contestó sin mirar la pantalla de su teléfono, no necesitaba leer el nombre para saber que era cualquiera de los dos McLaren.
—Roseanne, ¿dónde demonios estás? —la voz grave y cortante de Jason McLaren la saludó sin preámbulos.
—En mi cama, como cualquier persona normal a esta hora. —Roseanne se pasó una mano por el rostro, intentando reprimir el impulso de colgarle.
Muchas mujeres fantaseaban con sus jefes, ya saben, esas historias románticas y eróticas pero Roseanne fantaseaba con colgar el teléfono cada vez que Jason decidía llamar a horas no laborales, incluso fantaseaba con poder insultar lo pero valoraba mucho su trabajo como para hacerlo.
—Necesito los informes de la reunión con los inversionistas para hoy. ¿Están listos?
—En tu bandeja de entrada desde anoche, Jason. —Su tono era profesional, pero el cansancio asomaba sutilmente en el fondo.
Roseanne había podido dormir hasta la media noche por trabajar en dichos informes, sabía perfectamente que Jason McLaren le encantaba tener toda la información antes de cada reunión y había organizado todo lo necesario para la reunión con los inversionistas, había mandado el correo con todo lo que Jason había ordenado durante la madrugada para así poder tener unos minutos más de descanso, pero está claro que Jason McLaren no sabe lo que es el descanso y le encanta dejárselo claro a Roseanne.
—Perfecto. —Un momento de pausa incómoda. Luego, añadió con brusquedad—: Mi padre está preparando otra de sus “reuniones sorpresa”. Necesito que estés aquí antes de que empiece el circo.
Roseanne apenas tuvo tiempo de asentir antes de que la llamada terminara abruptamente. Con cansancio Roseanne colocó su teléfono en la mesa, cinco horas, eso era lo que apenas había dormido, bostezó y con cansancio empezó su rutina diaria.
Roseanne amaba el control y el orden, es por eso que tiene una rutina perfectamente establecida para su día a día, veinte y cinco minutos en la ducha, quince minutos arreglando su cabello y maquillaje, cinco minutos decidiendo que ropa usar, no es como que tuviera mucho que elegir en su armario pero al menos le gustaba verse presentable, luego de colocarse sus zapatos se dirige a la cocina por un paquete de galletas empaquetadas y un café con más azúcar de la necesaria, porque ese era su secreto para sobrevivir, la azúcar.
Minutos después, se encontraba en su pequeño auto, conduciendo hacia la imponente sede de McLaren Enterprises. Desde afuera, el edificio de cristal y acero brillaba como una joya moderna; por dentro, era una arena de gladiadores, donde Walter McLaren, el carismático fundador, y Jason, su hijo y actual director ejecutivo, chocaban en un duelo interminable de voluntades. Para Roseanne, trabajar para ambos era como ser árbitro en un partido donde las reglas cambiaban cada cinco minutos. Walter McLaren era una tormenta de energía optimista, siempre con una idea nueva y una sonrisa desarmante. Jason McLaren, en cambio, era todo lo opuesto: metódico, reservado y frío como el mármol. Dos mundos tan diferentes que solo coincidían en su capacidad de hacerle la vida imposible a su asistente.
Llevaba cuatro años trabajando en aquel edificio que era un campo de batalla donde Roseanne era Suiza, cuando entró a trabajar como asistente, nadie en ese edificio le tenía fe, era una recién graduada de la universidad, con cero experiencia en el área y todos la miraban con pena, como si fuera el ciervo de sacrificio. Roseanne obtuvo aquel trabajo gracias a la recomendación del Profesor Jenkins, impartía Historia Americana en la Universidad de Nueva York, el anciano quedó fascinado con la precision con la que trabajaba Roseanne en clase y cuando escucho que su viejo amigo Walter McLaren necesitaba una nueva asistente, no dudo en recomendar a la joven recién graduada y cuando McLaren la entrevistó vio el potencial en aquella sería y callada joven, Roseanne no entienda como es que su currículum que consistía en trabajos de medio tiempo y pasantías de verano, le habían asegurado ese trabajo pero no se quejaba, el salario era excelente y los bonos eran aún más magníficos.
Roseanne entró al edificio y saludo a María, la joven y guapa recepcionista, ambas eran de la misma edad pero no podían tener auras más distintas.
—Buenos días, María. — Saludo rápidamente Roseanne por cortesía. — ¿Qué tal Stew? — Dijo al viejo portero antes de entrar al elevador.
La recepcionista y el portero ni siquiera tuvieron tiempo de devolver el saludo a la rubia antes de que desapareciera en el elevador, pero así era Roseanne, siempre apurada, siempre haciendo malabares.
—¿Crees que algún día veamos a la malabarista llegar tarde? — Preguntó María juguetonamente a Stew.
—Primero se congela el infierno.
Roseanne llegó al último piso del edificio, donde se encontraban las oficinas de Jason y Walter, era antes de las 8:00 am lo que significaba que ninguno estaba ahí aún. Roseanne inmediatamente se pone a prepar ambos cafés, el de Jason era una taza grande, amargo, caliente y sin cero azúcar, el de Walter una taza pequeña, descafeinado, bastante ligero y con dos cucharadas de azúcar, llevo ambas tazas de café a las respectivas oficinas y a los minutos primero apareció Walter y fue directo a su oficina.