En tan solo una semana el lujoso penthouse de Jason, siempre impecable y minimalista, ahora lucía casi irreconocible. Había juguetes alineados en una esquina, los colores oscuros de las pared habían desaparecido, las botellas de whisky ya no estaban a la vista, habían cojines coloridos en el sofá y una pequeña estantería llena de libros infantiles que acababan de ensamblar.
Roseanne estaba sentada en el suelo del amplio penthouse de Jason, rodeada de cajas abiertas y herramientas de ensamblaje. Habían pasado toda la semana reorganizando y redecorando el lugar para adaptarlo a Jasmine.
—Creo que ya está listo —dice Roseanne colocando el último clavo de la pequeña silla.
—Vaya, no solo sabes ser una magnífica asistente, también eres un excelente arma muebles. —Jason mira impresionado como Roseanne se manejaba con facilidad con las herramientas.
—Siempre tengo mis trucos —Roseanne estaba orgullosa de su trabajo y que su jefe lo reconociera.
Volteo a ver al pelinegro y había algo surrealista en ver a Jason McLaren, siempre impecable y formal, con las mangas de su camisa remangadas, sujetando un destornillador mientras montaba una estantería para libros infantiles. Cabe resaltar que Jason había aprendido está semana como se montaba un mueble y Roseanne había sido si guía en ello, estaba fuera de su zona de confort de números y estrategias comerciales, aquí habían clavos y muchos tornillos.
—Te sienta bien trabajar así. Hace que parezcas... casi humano y no solo el gran multimillonario Jason McLaren.
Él la miró, fingiendo indignación.
—Cuidado, Roseanne. Hay límites en lo que tolero de mi asistente, incluso de una tan eficiente como tú.
Ella alzó una ceja, divertida, pero no dijo nada y solo se sentó en el sofá con cierto cansancio.
Después de unos minutos Jason se dejó caer a su lado con un suspiro, mirando alrededor con una mezcla de satisfacción y agotamiento.
—Nunca pensé que sería el tipo de persona que se emociona por decorar con unicornios y ositos.
—Hicimos un gran trabajo aquí, se que Jasmine lo va amar. —Roseanne le sonrió a Jason.
Era viernes por la tarde, y el sol comenzaba a descender, bañando la sala con una cálida luz dorada. Haciendo que el lugar se sintiera más íntimos y cálido.
Jason apoyó los codos en las rodillas y observó el espacio en silencio, su expresión tornándose más seria.
—Hablando en serio —dijo después de un momento—, estoy nervioso. Esto es un cambio enorme. Y no sé si estoy preparado para ser el tipo de padre que Jasmine necesita.
Roseanne levantó la vista, sorprendida por su franqueza. Jason rara vez se mostraba vulnerable, y esa honestidad desarmaba algo en ella. Se movió para sentarse en el sofá, dejando la lista a un lado.
—Es normal sentirse así, Jason. Pero ya estás haciendo lo más importante: intentarlo. Todo esto que has hecho por Jasmine esta semana demuestra que te importa, y eso es lo que más necesita.
Jason giró la cabeza hacia ella, sus ojos grises atrapando los de Roseanne con una intensidad inesperada.
—¿De verdad lo crees?
Roseanne sintió un nudo formarse en su garganta, pero logró asentir con firmeza.
—Lo creo. Y si necesitas ayuda, aquí estoy.
Jason levantó la vista, sus ojos encontrando se con los de ella con una intensidad que la hizo tambalearse por dentro. Era como si por unos segundos, esa mirada hubiera quebrado barreras que Roseanne había construido por décadas.
—¿Tú crees que puedo ser un buen padre? —preguntó en voz baja.
Roseanne, sorprendida por la pregunta, asintió con firmeza.
—Lo creo. No tienes que ser perfecto. Solo tienes que estar ahí para ella, y ya estás haciendo un gran trabajo. Además, no estás solo. Yo estoy aquí para ayudarte.
Una sonrisa apareció en el rostro de Jason, cálida y sincera.
El silencio que siguió estaba cargado, como si el aire entre ellos se hubiera vuelto más denso. Jason no apartó la mirada, y Roseanne se encontró atrapada en ese contacto visual, incapaz de moverse. Había algo en sus ojos, una mezcla de incertidumbre, agradecimiento y algo más profundo que la hizo sentir expuesta de una manera que no entendía. Roseanne bajó la mirada, sintiendo un extraño calor en su pecho.
—Gracias, Roseanne —murmuró él, su voz más suave de lo habitual.
Antes de que pudiera responder, Jason se inclinó ligeramente hacia ella. Su mano se levantó, y Roseanne contuvo el aliento al sentir cómo sus dedos rozaban su sien. Con un gesto lento, apartó un mechón de cabello de su rostro, colocándolo detrás de su oreja.
—Tienes pintura aquí —dijo en voz baja, casi susurrando, mientras sus dedos se demoraban un instante más del necesario.
El mundo pareció detenerse. Roseanne sintió el calor de su toque en su piel, y su corazón latió con fuerza en su pecho. Sus miradas seguían fijas, y por un momento, pareció que ninguno de los dos respiraba. Roseanne contuvo la respiración, su piel hormigueando donde los dedos de Jason tocaban su mejilla.
Los dedos de Jason no se movieron de la mejilla de Roseanne, sentir su suave piel bajo sus dedos lo estaba volviendo loco, quería más, necesitaba más.
La distancia entre ellos se acortó ligeramente, como si algo invisible los empujara y los ojos grises de Jason se posaron unos segundos en los labios carmesí de Roseanne. Pero el sonido insistente del teléfono de Jason rompió el hechizo. Él se apartó rápidamente, sacando el dispositivo de su bolsillo.
—Es Robert. Debo tomar esto.
Roseanne aprovechó el momento para levantarse, recogiendo sus cosas mientras intentaba calmar el torbellino de emociones en su interior.
—Creo que mi día de trabajo ha terminado. Nos vemos el lunes.
Jason, todavía con el teléfono en la mano, la observó mientras se dirigía a la puerta.
—Roseanne... —dijo antes de que ella pudiera salir.
Ella se giró, y por un instante, volvió a ver algo en sus ojos que la desarmó, esos ojos grises que estaban haciendo que su corazón latiera más rápido de lo normal. Pero Jason no dijo mucho, él solo esbozó una leve sonrisa.