Tres Mclaren Son Multitud

Capitulo 11 parte 2: Solo El Primer Día

El ruido de las madres llenaba el aire, como un enjambre de abejas alrededor de Roseanne. Ella sonreía nerviosamente, atrapada en el centro de su círculo, mientras su cerebro intentaba desesperadamente encontrar una salida. Su corazón latía como si estuviera en medio de un maratón, y el sudor en sus manos amenazaba con arruinar el tejido de su bolso.

—Yo... bueno, yo... —balbuceó, sin tener idea de qué decir mientras todas las miradas la perforaban como rayos láser.

Justo cuando creía que iba a vomitar por la presión social, su teléfono comenzó a sonar. Fue como si un coro celestial cantara su salvación.

—Lo siento, tengo que irme, es... el trabajo. —dijo rápidamente, aprovechando la excusa para zafarse.

Algunas madres pusieron cara de decepción al ver cómo la joven mujer se iba y no podía responder sus preguntas.

—No te preocupes, te veremos mañana en el festival. —comento la madre líder con una sonrisa falsa.

—¿El festival? Sí, claro... —murmuró, intentando mantener la compostura mientras casi se tropieza con su tacón roto.

Con la poca dignidad que aún conservaba, se apartó del grupo caminando de forma extraña, con su piel derechp cojeando de una manera cómica y humillante. Una vez fuera de vista, sacó el teléfono del bolso y contestó.

—Roseanne, necesito que vengas a la oficina inmediatamente. —La voz de Jason sonó tan seria que Roseanne tuvo que contener un suspiro.

—Estaba dejando a Jasmine en la escuela y...

—Apresúrate. Necesito unos informes, y mi padre está diciendo cosas extrañas. Rápido.

Antes de que pudiera responder, Jason cortó la llamada.

Roseanne miró el teléfono como si acabara de insultarla.

—¡Maldita sea! ¿Por qué pensé, aunque fuera por un segundo, que tenía alma? —gruñó, entre frustrada y resignada.

Los cálidos sentimientos que había desarrollado la semana pasada mientras lo ayudaba en su casa se evaporaron en un instancia con una llamada de un par de segundos. Este era el verdadero Jason McLaren: el jefe frío, exigente y carente de paciencia que la hacía trabajar en horas no laborales.

—Maldito lunes, maldita semana... —murmuró para sí misma, quitándose los tacones con un gesto dramático.

Descalza y con los zapatos en la mano, cruzó el estacionamiento como si fuera protagonista de una película de desastres, sintiendo las miradas curiosas de las otras madres. Llegó a su auto y sacó unas zapatillas rosas de emergencia. No eran profesionales, pero al menos no la iban a matar de un resbalón.

Mientras conducía hacia la oficina, su mente no dejaba de saltar de un pensamiento a otro. Tenía que recoger a Jasmine a las 3:30, preguntar sobre el estúpido festival y, si la niña decía que sí, participar. Porque, claro, cuidar de Jasmine también significaba hacer actividades escolares ridículas que estaban en la última categoría de cosas que Roseanne quería hacer en la vida pero tenía que hacerlo, iba a cumplir su trato con Walter aunque significará hacer cosas que odiaba.

Cuando llegó al imponente edificio de Enterprises McLaren, miró el reloj y tragó saliva. Por primera vez en cuatro años, había llegado tarde. No un poco tarde, no; treinta minutos tarde. Varios compañeros de su trabajo la miraron con horror al ver lo tarde que iba.

Con una sonrisa tensa, saludó al portero y a la recepcionista, quienes la miraron como si acabara de anunciar el fin del mundo.

—Hola, Stew. Hola, María.

Ambos permanecieron en silencio por un momento, intercambiando miradas de incredulidad.

—¿La malabarista acaba de venir tarde? —preguntó María, sin apartar la vista del ascensor donde Roseanne acababa de desaparecer corriendo.

—Tal vez es el fin del mundo. Deberíamos confesarnos. —murmuró Stew, persignándose mientras miraba al techo, como esperando un rayo divino.

Entretanto, Roseanne entró al ascensor y presionó el botón del piso de Jason, mascullando entre dientes:

—Día uno de apocalipsis laboral: sobreviví a las madres, pero Jason será mi verdadera prueba.

El tintineo de las puertas del ascensor anunciaba la llegada de Roseanne al piso de las oficinas principales. Apenas salió, la recibió la voz de Jason, cargada de frustración:

—Papá, por Dios… —gruñía, pasándose una mano por el cabello como si intentara arrancarse los pensamientos. —No vamos a abrir un segundo hotel en Mali. Es ridículo.

Walter, siempre impecable y con una autoridad que parecía reforzada por las canas en su cabello, lo miró como si Jason fuera un adolescente rebelde.

—¿Ridículo? Expansión estratégica, Jason. Se llama visión de negocio. Algo que claramente aún necesitas desarrollar.

La discusión seguía, subiendo en intensidad, y Roseanne avanzó con paso decidido —o al menos lo más decidida que podía estar después de haber cruzado el edificio en zapatillas rosas—. Se plantó frente a ellos con su sonrisa profesional perfectamente ensayada, aunque por dentro sentía que le habían cambiado la sangre por cafeína pura.

—Buenos días.

Ambos hombres giraron hacia ella al mismo tiempo, mirándola con el ceño fruncido al notarla más baja de lo normal, Roseanne era alta con su metro setenta pero comparada con los McLaren y sin llevar tacones, se veía bastante pequeña a su lado. Por un instante, Roseanne se sintió como una prisionera atrapada bajo la mirada de dos jueces imparciales. Fue Jason quien rompió el silencio, escaneándola de arriba abajo con una mezcla de incredulidad y diversión.

—¿Por qué no estás usando tacones? Los llevabas está mañana en mi apartamento.

Su tono era de pura sorpresa, pero había un destello de diversión en sus ojos que Roseanne captó de inmediato. Fantástico, pensó con sarcasmo, ahora soy el entretenimiento del día.

—Se rompió mi tacón en la escuela de Jasmine. —respondió, ajustando su postura para no parecer más baja de lo necesario.

Walter soltó un suspiro teatral y cruzó los brazos. Jason, sin embargo, dejó escapar una leve sonrisa antes de añadir:




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