No creía en las coincidencias. Nunca lo he hecho. Siempre he pensado que las cosas suceden por alguna razón, aunque a veces esa razón se esconda en los lugares más inesperados y aparezca de las maneras más extrañas.
Quizás por eso no debería haberme sorprendido tanto cuando la vi. Cuando nos vimos.
Todo comenzó en ese pequeño bar junto a la playa. El aire olía a sal y a una mezcla de bebidas dulces, una combinación extrañamente reconfortante. Me encontraba allí porque necesitaba un respiro, necesitaba relajarme y lo que menos esperaba era encontrarme con eso y que a partir de allí mi vida cambiaría por completo.
Así que, en un intento desesperado de aclarar mi mente, había decidido escaparme unos días. Un viaje sin rumbo fijo, solo yo y mis pensamientos. Pero el destino tenía otros planes para mí.
Por eso creía firmemente que nada pasaba por casualidad, la vida me llevó allí, a ese momento en el que todo cambiaría y que me llevaría a vivir lo que jamás imaginé.
Esperaba mi bebida cuando el mesero me llamó. Giré la cabeza y me levanté. A mi lado llegó una chica también y agarró la bebida que me habían traído.
Con intención de lanzar grosería por su atrevimiento, me paré frente a ella le arrebaté el vaso, pero en cuanto la vi, el aire abandonó mis pulmones.
Era yo.
No, no era un espejo, ni una broma de mi mente cansada. Era una mujer, de carne y hueso, con mi mismo rostro, mis mismos ojos, la misma forma de arquear una ceja cuando algo la tomaba por sorpresa.
Mis manos temblaron ligeramente, pero logré mantener el vaso en su lugar. Ella también me miraba con la boca entreabierta, como si estuviera viendo un fantasma.
—¿Qué demonios… ? —dijo, con mi misma voz, aunque con un tono más relajado, menos estructurado que el mío.
Por un segundo, pensé que debía estar soñando.
—¿Quién eres? —murmuré, sintiendo que mi corazón golpeaba con fuerza contra mis costillas.
Ella frunció el ceño.
—Creo que la pregunta es… ¿quién eres tú?
Nos quedamos en silencio, mirándonos fijamente.
—Esto no puede ser real —susurré, más para mí que para ella.
Pero era real.
Y, por alguna razón que aún no entendía, tenía la certeza de que mi vida estaba a punto de cambiar por completo.
▪️▪️▪️
Nos sentamos en la playa. Ninguna de las dos podía apartar la vista de la otra. Era como mirarse en un espejo que mostraba una versión alternativa de mí misma.
—Empieza tú —dijo ella, revolviendo la arena con los dedos—. Dime quién eres…
Respiré hondo y traté de ordenar mis pensamientos.
—Mi nombre es Vera, Vera Palmer. Tengo veinticinco años. Vivo sola, mis padres murieron hace mucho. Trabajo en la empresa familiar de mis abuelos, aunque en realidad no tengo mucha voz ni voto allí.
Ella inclinó la cabeza, analizándome con ojos astutos.
—No me jodas… Tengo el mismo puto nombre y edad. Aunque mis padres no están muertos, perdón por eso. Bueno, solo mi madre, murió cuando nací, o eso me dijo mi padre. Tal vez ella escapó contigo…
No pude evitar reírme un poco, había algo de irreverencia en su forma de hablar, sus gestos eran mucho más duros que los míos. Pero éramos idénticas.
Ambas nos miramos, sabiendo exactamente lo que significaba todo aquello.
—Nos separaron —dije en voz baja.
Ella asintió.
—Sí, y me gustaría saber por qué. ¿A ti no? Sabes, siempre tuve la sensación de que algo me faltaba y no sabía qué, siempre fui tan incomprendida por sentirme incompleta, que ahora que estás aquí, todo eso cobra sentido. ¿No te pasaba?
Negué con la cabeza. Alguna vez había oído o leído algo acerca de la conexión qué tenían los hermanos gemelos, sin embargo, y a diferencia de ella, nunca me pasó.
Y así las horas se fueron, hasta que llegó la noche. No sé cuánto tiempo pasamos compartiendo historias. A pesar de nuestras diferencias notorias en carácter, había demasiadas similitudes entre nosotras. Teníamos los mismos gestos, los mismos tics nerviosos, incluso la misma forma de reírnos cuando algo nos parecía demasiado ridículo.
Pero lo más increíble era lo natural que se sentía estar con ella. Como si siempre hubiera habido un espacio vacío en mi vida que, sin saberlo, había estado esperando por ella y ahora encajaba a la perfección.
Ella me miró con una sonrisa que me puso nerviosa.
—No tienes idea de lo bien que me viene esto —dijo.
Me encogí de hombros.
—¿"Esto"? ¿Encontrar a tu hermana perdida?
—Sí, pero no. Encontrarte justo ahora. Aunque también lo otro.
Y fue ahí cuando mi vida tomó un giro aún más inesperado.
Porque su siguiente propuesta era una locura.
Y yo estaba a punto de aceptarla.