Tres meses para dejarte ir

Capítulo 3: La boda falsa

No tenía tiempo para aprender demasiado sobre mi nueva identidad antes de que llegara el día de la boda. Todo había sido tan rápido apenas llegué.

Una boda a la que iba a llegar como una completa desconocida, aunque ellos creyeran que era la verdadera Vera, la que ellos conocían, casándome con un hombre del que no sabía nada.

Perfecto, pensé cuando me vi frente al espejo. Vera me había contado que la boda sería meramente para tramitar, no habría fiesta ni invitados. Todo estaba planificado, sin embargo, debía haber evidencia de fotos, por lo que ambos iríamos arreglados para tomar un par de fotos y ya. Eso sería todo.

Firmar. Fingir.

Me miré en el espejo del vestidor, tratando de convencerme de que no estaba a punto de cometer un error garrafal.

—Lista —dijo mi hermana, sonriendo con satisfacción, desde la pantalla del teléfono, mientras hablábamos por videollamada.

No estaba lista.

Pero igual salí al altar.

El lugar era elegante, demasiado para un matrimonio que solo duraría tres meses y que, además, no tendría ningún invitado. Había pocas personas, solo fotógrafos y periodistas.

Mi "padre" estaba allí, mirándome con orgullo, aunque su expresión tenía un toque de frialdad. Él sabía que esto era un arreglo, ya que Matías, como se llamaba el hombre con el que me iba a casar, le había pedido el favor y mi padre había aceptado, obligando a Vera a casarse con él.

Había esperado el viaje para ver su rostro. Y él ni siquiera sospechaba que no era su hija. Tenía muchas preguntas por hacer, tantas dudas, que no podía mantenerme tranquila. Quería saber por qué nos llamábamos igual y habíamos sido separadas desde niñas. Quería saber si es que él había robado a mi hermana, era o no era nuestro verdadero padre. Quería saberlo todo y tener una explicación lógica para todo esto.

Tragué en seco.

Y entonces lo vi.

Mi futuro esposo.

Estaba de pie junto al sacerdote, con un porte imponente y una expresión de absoluto aburrimiento.

Vaya, qué entusiasta.

Era alto, con el cabello oscuro y desordenado y largo, como si no le importara demasiado su apariencia. Su mandíbula estaba tensa, y sus ojos…

Sus ojos eran fríos.

No parecía emocionado. No parecía nervioso.

Parecía resignado.

Caminé hacia él sintiendo que cada paso me hundía más en un pantano del que no iba a poder salir.

Cuando llegué a su lado, apenas me miró.

El sacerdote comenzó a hablar.

Yo apenas lo escuché.

—¿Aceptas a Matías Beaumont Como tu legítimo esposo?

No.

No lo acepto.

Pero respondí lo que tenía que responder.

—Sí, acepto.

Mi futuro esposo hizo lo mismo, con un tono monótono y sin emoción.

Y así, en menos de quince minutos, pasé de ser una mujer libre a ser la esposa de un completo extraño.

Genial.

Durante la recepción, todo pasó demasiado rápido. Todos los fotógrafos y periodistas se acercaban a felicitarnos, pero mi esposo apenas decía palabra. Se limitaba a asentir, a murmurar respuestas cortas y posar para las fotos.

¿Quién era este hombre que tenía tanta relevancia en los medios?

Cuando finalmente nos dirigimos a su casa, el silencio en el auto era insoportable.

Así que fui la primera en romperlo.

—No hablas mucho, ¿verdad?

Nada.

Suspiré.

» Bueno, tampoco es que esto sea un sueño para mí, ¿sabes?

Lo miré de reojo y noté que sus manos se apretaban en el volante.

Algo quería decir. Pero no lo hizo.

Cuando llegamos a la casa, él se bajó primero y me abrió la puerta sin mirarme.

—Duerme donde quieras —fue lo único que dijo antes de desaparecer en su habitación.

Me quedé en la sala, en completo silencio.

¿Qué demonios acabo de hacer?

Pero algo dentro de mí me decía que este matrimonio, aunque fingido, iba a ser todo menos aburrido.

Y si había algo que tenía claro, era que no pensaba dejar que este hombre me ignorara por tres meses.

No.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.