El aire fresco de la tarde me acarició la piel cuando salí de la fundación. Había sido un día lleno de emociones y nuevos comienzos. Sentía que, al menos por primera vez desde que llegué a esa casa, algo dentro de mí despertaba. Me sentía útil, había encontrado un propósito más allá de mi acuerdo con Matías, y esa sensación de estar contribuyendo, aunque fuera en algo pequeño, era lo que me mantenía a flote.
Los niños me habían dado una perspectiva completamente diferente sobre la vida. Sus sonrisas, a pesar de sus historias trágicas, me habían tocado de una manera que no sabía cómo explicar. Era como si esa experiencia me hubiera conectado con un lado de mí misma que había estado dormido por mucho tiempo.
Caminaba con la cabeza más alta, el corazón ligero, y una sonrisa tonta en los labios. Estaba contenta. Sabía que me quedaban aún muchos obstáculos por superar, pero esa sensación de estar haciendo algo por mí misma era todo lo que necesitaba en ese momento.
Al llegar a la mansión, el chófer me abrió la puerta del coche y, con una breve sonrisa, se despidió de mí. No pude evitar notar que Matías no estaba esperando frente a la entrada, como solía ser. Quizás tenía otros asuntos que atender, pero no me importó demasiado, y aunque sabía que era por mantener las apariencias, algo se sintió raro en mi pecho. Aún así, hoy había sido un buen día, y eso era lo único que importaba.
Subí las escaleras con paso firme, decidida a contarle a Matías las ideas que había estado desarrollando durante el día. La fundación me había dado mucho en qué pensar, y sentía que mi propuesta sobre los niños necesitaba ser escuchada. Cuando llegué a la puerta de su habitación, un ligero nerviosismo comenzó a recorrerme. No lo había visto en todo el día, no me había recibido.
Toqué suavemente la puerta antes de abrirla. No escuché respuesta, así que decidí entrar. Mi corazón latía con más fuerza de lo normal, pero no entendía el porqué. Sin embargo, lo que vi al otro lado me paralizó.
Matías estaba allí, de pie, completamente desnudo, con el cabello mojado cayendo sobre sus hombros. El vapor del baño aún se alzaba en el aire mientras él se secaba el cuerpo con una toalla, como si no le importara que yo estuviera allí. Su mirada se encontró con la mía, sin una pizca de sorpresa, como si fuera algo totalmente normal.
Mis ojos se quedaron clavados en su cuerpo, en sus músculos firmes, en la forma en que la toalla se deslizaba por su piel, rozando su torso sin que él pareciera notarlo. La tensión en el aire aumentó, pero ambos permanecimos en silencio, como si estuviéramos midiendo la distancia entre el deseo y la cordura.
Él no mostró ninguna señal de incomodidad. Estaba completamente tranquilo, como si tener una mujer frente a él mientras se secaba no fuera nada fuera de lo común. Por un momento, pensé que me estaba volviendo loca. ¿Cómo podía ser tan natural en una situación tan cargada de electricidad? ¿O acaso solo era cuestión mía?
Sentí cómo mi cuerpo reaccionaba sin quererlo, cómo mi respiración se aceleraba y mi piel se erizaba al ver sus músculos marcados, al notar el contraste entre su piel mojada y la toalla que caía sin esfuerzo. La habitación se volvió aún más caliente, y tuve que tragar saliva para no perder la compostura.
—¿Qué te trae por aquí? —preguntó, su voz grave y relajada, como si nada fuera extraño. Estaba tan calmado que me hizo sentir más incómoda. Pero, al mismo tiempo, esa calma solo incrementaba el deseo que comenzaba a arder en mi pecho.
—Eh… quería hablar contigo —tartamudeé, intentando no dejar que la mirada sobre su cuerpo me dominara. Estaba allí para una razón, no para perderme en pensamientos que no debía tener.
Me obligué a mirarlo a los ojos, pero mis palabras se enredaron en mi garganta. ¿Cómo podía actuar con normalidad después de ver lo que acababa de ver? Matías, sin embargo, no parecía notar mi incomodidad. Se encogió de hombros y continuó con su rutina, como si fuera lo más normal del mundo.
—¿Sobre qué? —preguntó mientras tomaba la toalla y se la pasaba por el cabello, sin dejar de mirarme.
El calor en la habitación me estaba sofocando. Traté de alejarme del pensamiento que se me había metido en la cabeza, de la imagen de su cuerpo desnudo, pero era como si todo el aire en la habitación estuviera cargado de una electricidad que me atravesaba.
—Sobre la fundación... —dije, más por mantener una conversación que por realmente concentrarme en el tema. —Creo que se podrían hacer algunas mejoras. Tengo algunas ideas que me gustaría compartir.
Matías levantó una ceja, como si la idea le pareciera interesante, pero su mirada no dejaba de ser analítica, como si estuviera decidiendo si realmente le importaba lo que estaba diciendo.
—Está bien, espera un momento. —Dijo sin prisa, y en un movimiento que me dejó sin palabras, dio la vuelta para ponerse una camisa sin siquiera volverse hacia mí, la toalla cayendo en el suelo.
Yo no sabía qué hacer. Mi corazón latía con fuerza, mis manos sudaban, y sentía una extraña mezcla de frustración y deseo que no sabía cómo manejar. Había algo en él, algo en su manera de actuar, que me desconcertaba. Estaba desnudo, pero no parecía tener ningún problema en estar frente a mí de esa manera. Y eso me desconcertaba aún más.
Finalmente, después de lo que me pareció una eternidad, Matías se puso una camiseta y un pantalón cómodo y se sentó en la silla frente a su escritorio, señalando el sofá donde yo debía sentarme.
—Cuéntame lo que tienes en mente. —Su tono era tan sereno, tan inalcanzable, que casi me hizo sentir como si nada de lo que había pasado tuviera importancia.
Me quedé parada allí, en la puerta, sintiendo que mis piernas temblaban ligeramente. No podía creer lo que acababa de suceder. Pero me obligué a concentrarme en lo que venía después, en mi propuesta. Después de todo, debía mantener la compostura.
—Tengo algunas ideas sobre cómo integrar a los niños en proyectos más grandes. Podríamos organizar actividades que les permitan aprender habilidades prácticas y desarrollarse en áreas que los ayuden a tener un futuro más independiente —comencé, intentando que mi mente se centrara en lo que tenía que decir, no en lo que acababa de ver.