Tres perfectos arrogantes

Capítulo 17.

Adonis

 

El hecho de cumplir años no me emocionaba tanto como la idea de una gran celebración y, cuando pensé en hacerla como una fiesta de disfraces, dada la cercanía que tenía con Halloween, el entusiasmo fue aún mayor.

Días antes de la fiesta, Aquiles me comentó que iría de hombre lobo y Aristóteles pidió que le dejara ser el vampiro.

—¿Por qué haría eso, primito? —Achiqué los ojos en su dirección.

—Es que pensaba ir de vaquero pero a María Susana no le gusta —explicó. Solté una carcajada al escucharlo.

—¿Cómo se te ocurre ir de vaquero? —Seguí riendo un rato más. Aquiles me siguió la corriente—. Pero si te dejo ir de vampiro, ¿de qué iría yo?

—No sé, de príncipe. —Se encogió de hombros.

Me quedé pensativo, siempre me veían como príncipe en las obras de teatro, necesitaba algo más, un personaje icónico que no fuera tan común.

—Está bien, sé el vampiro, yo veré de qué podré disfrazarme.

—Gracias. Ah, y otra cosa... —Calló y lo enfoqué—. ¿Puedes invitar a Luis?

—Ay, tú y tu Luis, ya cásate con él, ¿quieres?

—¡Es mi amigo! Creo... —Colocó el dedo índice en su barbilla—. Tú dile.

—Le di dos invitaciones a Fiona.

—Sí, y ella invitó a Enrique porque Luis no le gusta... Y claro que no, si está bien feo pero pobrecito. Dale una invitación, ser feo no es un crimen.

—Está bien —suspiré—. ¡Vivan los novios!

—¡Adonis! —Me señaló y achicó los ojos, como clara una advertencia. Me limité a sonreírle y encogerme de hombros.

La noche de la fiesta todo iba de maravilla hasta que me enteré por María Susana que Karen olvidó su invitación y se encontraba afuera del club. A pesar de que todos los que iban disfrazados de gato entraron, no vi a Karen por ningún lado, así que nos apresuramos a salir para buscarla.

Empecé a ponerme nervioso pero recordé lo que María Susana dijo antes de salir del club. «Gato callejero... De seguro está en el parque de al lado». Crucé la calle con velocidad y volteé de un lado a otro sin tener éxito. «No puede ser. ¿Dónde estás, Karen?». Estuve a punto de marcar a la policía pero de repente vi un bulto blanco a lo lejos, así que me detuve justo antes de oprimir el botón de iniciar llamada. Me acerqué con paso rápido y pude notar que sí, era ella.

Karen —que estaba sentada en una banca del parque y rodeada de gatitos callejeros— al notar mi presencia, alzó el rostro y me mostró una sonrisa.

—Hola.

—Hey, hola. —Me quité la máscara, que cubría la mitad de mi rostro, y me senté a su lado. En lo que ella seguía jugando con los gatitos, saqué mi celular para avisarle a la Chaparrucita que encontré a su hermana—. ¿Qué haces por aquí? —La observé de reojo, fijándome por primera vez en su curioso disfraz; cuando María Susana me dijo que fue de gato, no imaginé eso. Solté una pequeña risita, era adorable.

—Me encontré un gatito callejero afuera del antro y me trajo con sus amiguitos. También les compré agua y alimento en la tienda de la esquina, parecían hambrientos y sedientos. —Me mostró una botella de plástico vacía y varios sobres de comida para gato. Me fijé en los mininos, algunos seguían bebiendo de un botecito y comiendo del suelo mientras que otros se restregaban contra su disfraz.

—Eres admirable.

Karen me miró con atención unos segundos, hasta que soltó una risita despreocupada.

—No es para tanto, cualquiera en mi lugar habría hecho lo mismo —afirmó pero era mentira. No sabía si era tan inocente como para creer sus palabras o si dijo eso solo porque sí—. Por cierto, ¿por qué mi invitación era dorada? La de Maricucha era negra.

—Porque es un pase V.I.P y debe ser de un color más llamativo —acepté. Karen rio un poco.

—Claro.

Nos quedamos en silencio un momento, viendo a los gatitos, hasta que decidí romper el hielo.

—Karen, ¿te puedo preguntar algo?

—Dime.

—¿Por qué siempre estás sonriendo? —La miré con atención. Una de las cosas que más me llamó la atención cuando la conocí fue que siempre tenía una sonrisa adornando su hermoso rostro. Karen se quedó quieta unos segundos, al parecer mi pregunta la descolocó.

—Bueno, eso es algo personal —murmuró con seriedad. Era la primera vez que la veía de esa manera—. Pero supongo que no hay problema con que sepas, después de todo somos amigos. —Volvió a alzar las comisuras de sus labios, logrando que mi corazón latiera con rapidez—. Cuando era niña mamá y papá peleaban mucho y eso hacía que María Susana llorara, así que siempre le mostraba una sonrisa para que viera que no era tan malo. A Lira igual, aunque ella no es tan sensible como Maricucha. Al final me acostumbré a sonreír ante todo, es mejor enfrentar la vida de esa manera y no con tristeza. —Su respuesta me sorprendió—. ¿Y tú por qué lo haces? —Me devolvió el cuestionamiento.

Jugueteé un poco con la máscara y la rosa que llevaba en las manos. Después de unos segundos, noté que me veía con fijeza, así que solté un suspiro.




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