Tres perfectos arrogantes

Capítulo 22.

Mis hermanas y yo hicimos un pacto, si mamá preguntaba cómo nos fue en la fiesta de mi novio, diríamos que todo salió perfecto, era mejor así para que no se pusiera triste al enterarse de que los padres de Aristóteles no me aceptaban.

El resto de las vacaciones estuvieron tranquilas, el veintisiete cumplió años Aquiles pero no celebró nada, prefirió irse a la montaña y rentar unas cabañas con algunos chicos de atletismo, ahí acamparían, esquiarían y también celebrarían fin de año. Lira se puso triste al saber que no lo vería en su cumpleaños ni en el último día del año, así que, desde que se enteró, se encerró en su habitación para hacerle un dibujo muy especial.

Por mi parte, salí con mis amigos un par de veces más y, aprovechando que Aristóteles tenía más tiempo libre, nos vimos en varias ocasiones. Me contó que Ana Rosita Victoria y sus padres pasaron algunos días en la ciudad pero ya no había motivo para que se siguieran quedando, así que regresaron a su hogar; también me pasó el contacto y las redes sociales de ella, dijo que le agradé bastante y quería seguir manteniendo contacto conmigo, a lo que acepté, en el fondo ella también me cayó muy bien.

No podíamos pasar fin de año juntos, pues cada quién estaría con sus respectivas familias, así que el treinta estuvimos todo el día unidos, yendo a diversos lugares para divertirnos. Hacía frío y mi novio se veía muy elegante con sus abrigos largos y oscuros, así que aproveché para acurrucarme sobre él y darle muchos besitos.

Fin de año lo pasé con mi familia, incluso papá fue a visitarnos en la tarde para saludarnos y mamá lo dejó entrar a la casa. Al principio amenazó con echarle insecticida pero Karen y yo la convencimos de que era bueno que nos visitara.

Al final comprendió y se encerró en su habitación, dejándonos a las tres en la sala junto con papá. Como siempre, únicamente se mostró interesado en Lira pero mi hermanita solo quería terminar con él para volverse a encerrar a su habitación y terminar el dibujo de Aquiles.

—Y bien, mi niña, ¿cómo te va en la escuela?

—Bien —respondió cortante—. ¿Ya me puedo ir? —Karen le dio un codazo, así que la miró feo.

—¿Y tú cómo estás, papá? —Preguntó mi hermana mayor con amabilidad—. ¿Sigues viviendo con tu primo, el tío borracho?

—Sí —respondió sin mucho entusiasmo—. Dime, Lira, ¿quieres algún regalo en especial?

Mi hermanita se levantó del sofá.

—Sí, que me dejes en paz. —Sin darle tiempo a responder, fue hasta su habitación y azotó la puerta. No me gustaba que fuera grosera con papá pero no podía culparla, las habladurías de mamá influyeron en su cabeza, además mi progenitor tampoco hacía un gran esfuerzo, solo se endeudaba comprándole regalos caros y ya, no iba a sus eventos escolares, nunca le ayudó con sus tareas ni pasaba tiempo de calidad con ella.

Papá vio con desilusión por dónde se fue su hija pequeña. Karen y yo quisimos animarlo pero no funcionó, pues no se quedó más tiempo, se excusó diciendo que tenía unos pendientes. Mi hermana mayor y yo lo abrazamos y le dimos indicaciones para que se cuidara y no tomara tanto como su primo. Era triste su situación pero no se podía ayudar a quien no quería.

De ahí en fuera, todo estuvo normal hasta que, unos días antes de entrar a clases, recibí un mensaje extraño.

 

Número desconocido: Necesito verte en cuanto antes en esta dirección. Dime cuándo puedes.

*Ubicación adjunta*

 

Leer eso me dio miedo, estuve a punto de bloquear el número cuando me llegó otro mensaje.

 

Número desconocido: Soy la señora Gold, la madre de Aristóteles.

 

Saber que era ella me tranquilizó, digo, tal vez no me quería pero no era capaz de secuestrarme para llevarme a Tombuctú, ¿o sí? La registré en mis contactos y tecleé mi respuesta.

 

Yo: Ah, suegrita, cómo no me dijo eso antes, casi me cago del susto.

Señora Gold: ¿Cuándo puedes?

 

Le dije que el miércoles cuatro de enero, quedamos de vernos en una cafetería lujosa. No le dije nada a Aristóteles, primero quería saber qué tenía que decir, pensé que tal vez se disculparía conmigo. Esa tarde me coloqué una blusa de manga larga, un suéter de lana negro, medias calientitas, una minifalda y botines oscuros, quería verme como una diva.

Al llegar al lugar correspondiente, vi a la señora Idara en una mesa alejada, así que caminé hacia ella.

—Buenas tardes —saludé con una sonrisa para que viera que no había rencores—. Espero que haya tenido un fin de año excelente...

—He tenido mejores —me interrumpió.

—Ah, bueno, pues espero que en este le vaya muy bien. —Tomé asiento frente a ella.

—Lo mismo digo —mencionó pero no parecía del todo honesta.

Un mesero nos tomó nuestra orden, ella pidió un capuchino y yo una malteada de vainilla con un pastel de chocolate. Nos quedamos en silencio hasta que volvieron con nuestro pedido.




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