Tres perfectos arrogantes

Capítulo 25.


Adonis

 

Después de clases, María Susana y yo fuimos a la entrada de la escuela para ir a su casa. Esperábamos a Aquiles, pues Aristóteles se tenía que quedar con los mateatletas; su novia, en cambio, al no ser la presidenta podía irse sin problemas.

Mientras esperábamos a mi primo, nos encontramos con algunos compañeros. María Susana enfocó a Mindy y a sus amigas y decidió fastidiarlas un poquito.

—¡Bye, bye, niña vulgar! ¡Adiós, Mina; adiós, Mila!

—Ya te dijimos que no nos llamamos así —reclamó Samanta pero a María Susana no le importó.

Mindy se inclinó sobre su amiga y le susurró algo. Cuando terminó con esa acción, Erika nos vio con atención.

—¿A dónde van? ¿No tienes que quedarte con los mateatletas, María Susana?

—Vamos a mi casa —respondió ella.

—¿Eh? ¿Qué harán en tu casa si no tenemos ningún proyecto pendiente? —Se atrevió a preguntar Mindy.

—Te vale madres. —María Susana se cruzó de brazos.

Coloqué la mano sobre mis labios, tratando de no reír. Sus disputas me parecían divertidas, era como ver a dos niñas de kínder peleando. Mindy abrió la boca para contestar algo pero Aquiles no le dio oportunidad, pues pasó a su lado sin ninguna clase de tacto, rozando su hombro con el de ella, logrando que casi perdiera el equilibrio y cayera. Mi primo era tan brusco que ni siquiera lo notó.

—Bueno, ya vámonos.

María Susana y Aquiles se pusieron en marcha, ignorando a nuestras compañeras. Volteé hacia ellas y me despedí con la mano.

—Hasta luego, señoritas. —Ellas correspondieron mi gesto.

En seguida corrí hacia aquellos dos, no quería que me dejaran atrás. Primero dejaríamos a Aquiles y después iríamos a la casa de María Susana. El camino fue silencioso, estábamos preocupados por Karen y tristes por Pelusita.

Una vez que llegamos a nuestro destino, agradecí al chofer y le dije que me esperara. Bajamos del vehículo y entramos a casa de María Susana. Jessica me recibió con mucha amabilidad y me invitó algo de comer pero negué, primero necesitaba saber cómo estaba Karen.

—Se la ha pasado encerrada en su habitación, ni siquiera ha querido comer —murmuró—. Hace un momento Lira y yo quisimos animarla pero no funcionó.

María Susana y yo nos vimos con preocupación.

—¿Puedo verla?

—Claro, entra.

Una vez que obtuve el permiso de la señora Jessica, toqué la puerta de la habitación de Karen pero no obtuve respuesta. Abrí con cautela y me asomé.

—Karen… —murmuré.

Se encontraba echa ovillo en su cama, tapada con una cobija que tenía figuritas de gatitos. Mientras me acercaba, le eché un vistazo rápido a su habitación, era bonita y ordenada, con muchas figuras y cuadros de felinos. Me senté en el borde de la cama y palmeé su hombro con delicadeza.

—Karen.

—¿Qué? —Musitó sin verme a los ojos.

—¿Ya comiste?

—No. —Tomó su sábana y se tapó toda para no mirarme.

—¿Quieres ir a algún lado?

Karen se destapó en seguida y me miró con sus ojitos llorosos.

—¿A dónde?

—Donde tú quieras, sé que estar aquí puede traerte muchos recuerdos. —Ella se sentó en la cama y asintió con la cabeza. Mientras comentaba mis opciones, tomó un pañuelo para limpiarse la nariz.

—No quiero ir a ningún restaurante lujoso pero tampoco quiero estar aquí —musitó con tristeza. La enfoqué un poco aturdido, era la primera vez que la veía de esa manera, sin esa hermosa sonrisa que la caracterizaba.

—¿Quieres ir a mi casa?

Karen asintió con la cabeza, así que le tendí la mano y la ayudé a reincorporarse. Cuando salimos de la habitación, Jessica, María Susana y Lira nos miraron con consternación.

—¿Cómo lograste que saliera? —Preguntó la señora Jessica.

Le sonreí y le expliqué que iríamos a mi casa porque estar ahí era doloroso para ella.

—¿Le da permiso de ir?

—Eh, claro, vayan —me sonrió—. Karen, ¿irás en pijama a casa de Adonis? —Ella asintió con la cabeza—. Ponte algo bonito —la regañó pero su hija negó con la cabeza.

—No iremos a ningún otro lado, solo estaremos en casa —dije para que se tranquilizara.

—No es que me quede más tranquila al saber eso, mi hija mayor es más inocente que sus hermanas. —Se cruzó de brazos y me miró con fijeza. Solté una pequeña risa y negué con la cabeza, ruborizándome un poco.

—Jessica —dije con familiaridad—, te prometo que no pasará nada, Karen ni siquiera se siente bien. —La rodeé con mis brazos.

—Bueno, te creo.

 

***

 

Una vez que obtuve el visto bueno de Jessica, tomé a Karen de la mano y salimos de su morada para subirnos a la limosina. Le pedí al chofer que nos llevara a mi casa y aceptó. El camino fue silencioso pero no incómodo, la chica junto a mí se recostó en mi hombro y acaricié su cabeza con ternura. Cuando llegamos a nuestro destino, entramos a mi mansión, que era más pequeña que la de Aristóteles. Mi madre y yo amábamos el arte, así que estaba decorada con muchas pinturas y esculturas de diferentes tipos.




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