Tres perfectos arrogantes

Capítulo 27.


Cuando abrí los ojos, los rostros intranquilos de mi mamá y mis hermanas me recibieron.

—¡¿Dónde está Aristóteles?! ¡¿Cómo está?!

—Tranquila. —Karen tomó mis manos y empezó a sobarlas con un gesto cariñoso para calmarme.

—Pero… ¿Dónde está?

Entre ella y mamá me explicaron lo que sucedió. Mis ojos se llenaron de lágrimas al escucharlas. Mientras Ronny y yo cruzábamos la calle, un borracho que iba en sentido contrario casi nos atropelló pero Aristóteles, que estuvo pendiente de mí todo el tiempo, logró empujarnos; él era mucho más alto y fornido que nosotros, así que sin problema nos aventó lejos. Nos salvó pero él recibió el impacto.

De repente enfoqué a Lola y Ronny, que estaban en la misma habitación del hospital. No tuvimos heridas graves pero yo me desmayé al ver a mi novio tirado y ensangrentado en el suelo.

El auto se fugó y, aunque ya estaba la denuncia, todavía no atrapaban al malnacido.

El doctor que nos revisó dijo que estábamos bien, no había contusiones ni heridas de gravedad, solo las superficiales que nos hicimos en nuestras manos y rodillas. Decidí preguntar por Aristóteles, ya que nadie me daba una respuesta concreta.

—Lo están operando —respondió el médico y me eché a llorar—. Pero tranquila, hasta ahorita todo está bien.

Ignoré las palabras del doctor y seguí sollozando. Ronny, contagiado por mi acción, hizo lo mismo. Lola, por su parte, jugaba con su cabello, era su manera de lidiar con el estrés.

Mamá y Karen quisieron tranquilizarnos pero no pudieron. Lira, por su parte, prefirió salir del cuarto, era demasiado escándalo para ella.

Minutos más tardes, volvió junto con Adonis y Aquiles. Los vi esperanzada pero el rubio negó con la cabeza.

—Todavía no termina la operación pero hasta ahorita no hay complicaciones, al parecer todo saldrá bien.

—¡No puede ser! —Lloriqueé—. Todo es mi culpa. —Tapé mi rostro con ambas manos.

—No te culpes, Chaparrucita, es culpa del idiota que iba manejando.

—Es verdad —se entrometió Karen—. Ustedes no tenían idea de que un imbécil iría en sentido contrario.

Sus palabras no me hicieron sentir mejor, sin embargo asentí con la cabeza.

 

***

 

Cuando terminó la operación de Aristóteles, ya que tenía un coágulo de sangre, los médicos dijeron que se encontraba estable. La señora Idara pasó a nuestra habitación para vernos, creí que me insultaría y culparía por el accidente de su hijo pero, al notar que estábamos bien, se excusó.

Esa tarde nos prohibieron verlo, solo sus padres y su abuelo pudieron entrar a su habitación asignada. A Ronny lo dieron de alta, yo me quedé esa noche gracias a Adonis, él indicó que fui la más afectada e insistió a sus padres para que me pagaran la estadía, como si fuera un hotel de cinco estrellas… Aunque ese cuarto de hospital sí era más lujoso que mi casa.

Al final accedieron a que permaneciera en observación. Acepté porque quería hablar con Aristóteles pero no pude hacerlo hasta la mañana siguiente.

Como solo podía estar con un acompañante, Karen se quedó conmigo. Mamá y Lira fueron a casa y dijeron que les avisara cualquier eventualidad.

Me quedé toda la noche en vela, no podía dormir, pues cada vez que cerraba los ojos me veía a la mente la imagen de Aristóteles tirado en el suelo, lleno de sangre, inconsciente. Aunque todos insistían en que no fui la responsable, la culpa me carcomía.

La mañana siguiente, a primera hora, me desperté y me quité el suero con rapidez, necesitaba ver a mi novio. Le eché un vistazo a Karen, que dormía profundamente en el sillón del acompañante, y salí de la habitación. Me dispuse a ir a la recepción para preguntar por Aristóteles pero no fue necesario, pues en el camino me encontré a Adonis y Aquiles, que al mirarme me preguntaron por mi estado de salud.

—Estoy bien —respondí—. Nerviosa porque no sé nada de Aristóteles.

Ellos se ofrecieron a llevarme a su habitación, ya podía recibir visitas sin problema. Me comentaron que en la mañana sus padres lo vieron y estaba bien, no tenía ninguna contusión ni ningún otro problema. Saber eso me puso feliz.

Entramos a su cuarto y lo vimos, se encontraba sentado en la cama, con un gesto serio mientras una enfermera le daba indicaciones y dejaba una bandeja de comida sobre la cama. Tenía el brazo conectado al suero y ciertos medicamentos, un collarín y la cabeza vendada pero su semblante no parecía el de una persona enferma.

La joven se despidió de nosotros y dijo que en cualquier eventualidad, oprimiéramos un botón de un control especial y ella llegaría pronto. Le agradecimos con sinceridad mientras Aristóteles tomaba la bandeja y daba un bocado al puré de manzana.

—¿Cómo te sientes, Aris? —Se atrevió a preguntar Adonis.

—Siento que un camión me pasó encima —murmuró—. Y ya sé que pasó, me dijeron que un auto me arrolló, el idiota iba en sentido contrario.

—Es verdad —masculló Aquiles—. Fuera de eso, ¿todo bien?




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