Tres perfectos arrogantes

Capítulo 28.

Adonis.

 

No podía creer lo que estaba pasando, ¿en serio Aristóteles se olvidó de su novia, que tanto amaba?

Fui testigo de que les costó estar juntos, primero por su necedad y en segunda porque mi tía se oponía, pero ya habían solucionado todo eso, estaban bien y de repente Aristóteles olvidaba todo. El asunto era mucho más dramático que las obras que escribía.

El doctor dijo que era probable que recuperara su memoria pero no tenía ningún tiempo en específico, aunque también comentó que era posible que no lo hiciera. Mis tíos no se mostraron tan preocupados porque no olvidó información básica, solo el último medio año en el cual conoció a María Susana.

Cuando el médico y mis tíos se marcharon, entre Aquiles y yo quisimos convencerlo de que en verdad María Susana era su novia, que no era ningún engaño de nuestra parte. Le indiqué que a nosotros no nos beneficiaba su relación ni mucho menos pero él, necio como siempre, no se dignó a escucharnos.

Incluso le pedí a Aquiles que le enseñara el video donde le rogaba a María Susana que no lo dejara. Aristóteles, al verlo, hizo una mueca.

—Ese no soy yo —masculló.

—¡Hey, tranquilo! ¡Levántate que me estás bajando la falda! —Se escuchó la voz de la Chaparrucita en el video.

—Podría ser yo —murmuró Aristóteles—. Pero no soy yo.

—Ahí sale tu jeta, pendejo —dijo Aquiles.

—Eso es editado, yo jamás me rebajaría a hacer algo como eso.

Aquiles y yo rodamos los ojos, ese mentecato nos sacaba de nuestras casillas. Por más que le pedimos que hablara bien con María Susana, él se negó rotundamente, repetía que todo era una broma y que tenía cosas más importantes qué hacer.

Decidimos no insistir más ese día, ya veríamos la manera en que recuperara la memoria. Por mi parte, estuve pendiente de María Susana, que esa tarde sería dada de alta. Me encontraba afuera del hospital, esperándola, cuando alguien se colocó junto a mí. Sin poder evitarlo, sonreí al oler su perfume.

—Mi amor…

Tomé a Karen por la barbilla y acerqué su rostro al mío para besarla. Después de algunos segundos, nos separamos.

—¿Ya te contó? —Me atreví a preguntar, metiendo las manos en los bolsillos de mi pantalón.

—Ya, es muy extraño que haya pasado eso.

—Lo sé —murmuré—. Pero tengo esperanza de que todo saldrá bien.

—Yo igual —me sonrió.

Estuvimos a punto de volver a besarnos pero un maullido atrajo nuestra atención.

—¡Gatito! —Exclamó Karen, volteando hacia todos lados para localizar al felino.

Volteé hacia abajo y vi al animalito restregándose contra mi pantalón, así que lo cargué con mis dos manos. Karen me lo quitó para examinarlo.

—Es una nena —murmuró—. ¡Qué bonita! Pero al parecer no tiene hogar —dijo con tristeza. La pobre estaba sucia y parecía tener hambre y sed.

—¿Hay algún refugio cercano? La llevaría a mi casa pero mamá es alérgica —le recordé.

Karen miró a la gatita con lástima. Una parte de ella quería llevársela a casa pero la otra no se atrevía, la entendía, acababa de perder a Pelusita, el dolor era reciente. Al final ganó su lado más noble, pues decidió conservarla.

—¡La llevaré conmigo!

—¿Estás segura? —Inquirí y asintió con la cabeza.

—Es doloroso ver los juguetes de Pelusita pero él habría preferido compartirlos a que se echen a perder sin darles uso —murmuró—. Además ella necesita cuidados.

La gatita se acurrucó sobre Karen, logrando que sonriera con ternura.

—Ah, tiene cara de diva —murmuré—. ¡Así puede llamarse! Diva.

—Me gusta ese nombre.

Luego de algunos minutos, María Susana salió del hospital y las llevé a casa. Regresé para hacerle compañía a Aristóteles un rato, no insistí en que hablara con su novia, preferí darle especio para que no se sintiera presionado.

Fui a casa para la hora de la cena y al terminar, decidí ir a la sala de estar y llamar a Karen para preguntarle por la gatita. Mis padres se encontraban ahí, viendo televisión, pero los ignoré y me concentré en mi plática.

—Hola, mi amor, ¿cómo está la bebé…? ¡Me alegro…! Sí, por favor, tómale una foto a la nena y me la mandas… Ajá… —Estuve platicando con mi novia un buen rato hasta que decidimos finalizar la llamada. Cuando colgué, mi mamá me observaba con un gesto pasmado—. ¿Qué sucede?

—Adonis, ¿tu novia tiene una hija? —Decidió irse sin rodeos y lanzar la pregunta directamente.

—¿Por qué lo dices?

—No pude evitar escuchar tu conversación y, por la forma en que hablabas, parecía que le estabas preguntando acerca de una bebé, ¿verdad, cariño? —Enfocamos a mi padre, que asintió con la cabeza.

—No, mamá, acabamos de adoptar a una gatita —expliqué. Ambos suspiraron con alivio.

—Bueno, soy alérgica a esos animales pero prefiero eso a que seas padrastro —musitó.




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