Tres perfectos arrogantes

Capítulo 30.


Aristóteles

 

Me encontraba en mi habitación, tratando de concentrarme en mi lectura, pero no podía, pues el constante parloteo de Adonis no me dejaba. Ellos me visitaban después de clases para pasarme apuntes y tareas, hacía todo en casa mientras terminaba de recuperarme para que, al regresar a clases, no estuviera atrasado.

Tenía pendiente con el grupo de los mateatletas pero Adonis indicó que no me preocupara, que esa chica María Susana se estaba haciendo cargo de todo. No me parecía muy inteligente pero no podía hacer más por el momento.

Aquiles estaba en el puf, prestando atención a su celular más que a otra cosa, mientras Adonis, recostado en mi cama, me contaba la trama de su nueva obra. Yo me encontraba sentado frente a mi escritorio, en los últimos días trataba de no pasármela echado todo el tiempo.

De repente Aquiles se colocó los audífonos para ver un video que le llegó, por órdenes mías les pedía llevar auriculares, no quería contaminación auditiva en mi habitación.

Me volví a enfocar en mi lectura, ignorando al rubio, cuando una exclamación de Aquiles atrajo nuestra atención.

—¡No puede ser!

Volteamos hacia él, lucía pálido y aturdido. El pelirrojo hizo una mueca y llevó una mano sobre su boca.

—¿Qué pasó? —Pregunté con curiosidad, era raro mirarlo de esa manera.

Aquiles se quitó los audífonos de su celular y decidió mostrarnos el video que acababa de recibir. Fruncí el entrecejo al ver a Mindy y a sus amigas tratando de intimidar a aquella chica de pelo morado, creí que sería una tontería pero me quedé impresionado al ver la maldad de esas brujas, estaban torturando y amenazando la integridad de María Susana. La estupefacción se hizo presente cuando vi que le taparon el acceso al aire pero pronto se convirtió en enojo.

Sentí un dolor en el pecho cuando ella empezó a llorar y aquellas siguieron haciéndole lo mismo. «¿Pero qué…?». Cuando me di cuenta, mis manos temblaban, mi corazón estaba acelerado y sentí que la ira me recorrió todo el cuerpo. «No me gusta verla llorar. Esos lloriqueos los he escuchado, ¡y no me gustan! ¿Por qué…?».

Cuando empezaron a golpearla no lo soporté, desvié la mirada. Adonis y Aquiles siguieron viendo todo con un gesto pasmado.

—¡Qué perras desgraciadas! —Exclamó Aquiles cuando la grabación terminó—. Y pendejas, además. ¿Cómo se les ocurre compartir eso?

Adonis tomó su celular y decidió marcarle a Karen.

—Karen, ¿dónde está María Susana? —Preguntó con tono desesperado—. ¡Ah, vamos para allá!

—¿Está en el hospital? —Preguntó Aquiles.

—No, está en su casa. Vamos.

Nos pusimos en marcha hacia allá. Ni siquiera le pedimos al chofer que nos llevara, fuimos hasta mi auto y decidimos que Aquiles manejara, pues aparentemente era el menos afectado por esa situación. Adonis estaba nervioso, lo entendía porque él pasó por lo mismo cuando era niño, unos matones lo agarraron y golpearon. No creí que de nuevo experimentaría ese malestar e impotencia de saber que lastimaron a alguien que quería. «Espera, yo… ¿la quiero?».

El camino fue tortuoso, parecía que todo se puso en nuestra contra, pues la mayoría de los semáforos que nos tocaron estaban en rojo. Cuando llegamos a casa de María Susana, vi el sitio con atención, me parecía tan familiar. «Ella no mentía, ¿cierto?» pensé. Una palmadita de Aquiles me hizo reaccionar.

Adonis tocó la puerta con desesperación y al poco tiempo nos abrió la hermana mayor de María Susana.

—¿Cómo está? —Preguntó mi primo.

—Ha estado mejor —respondió la chica con tono triste—. Pasen, por favor… —Se hizo a un lado para dejarnos entrar.

—¿Quién la trajo?

—Unos compañeros de su escuela, creo que se llaman Luis y Fiona.

Me sorprendí un poco al notar un desastre en la sala de estar, había cuadros y jarrones tirados. La hermanita de María Susana se encontraba lanzando cosas, se veía furiosa.

—¡Agh! —Lanzó una figurita, que se rompió en pedazos al chochar contra la pared.

Aquiles se acercó a ella y la tomó por los hombros.

—Cálmate, Lira, por favor.

—¡No me digas que me calme! ¡Vi el video! ¡Vi ese maldito video! —Lira rompió en llanto en ese momento—. ¡Lo vi, vi todo! ¡No puedo!

Aquiles abrazó a la castaña, colocando su rostro contra su pecho.

—Lo sé, yo también lo vi. Tranquila… —murmuró, acariciando su cabeza. Después de algunos segundos, ella se relajó y abrazó de regreso a Aquiles sin dejar de llorar.

Karen nos dirigió a la habitación de María Susana, se encontraba recostada en su cama mientras su madre, sentada a su lado, acariciaba su cabeza con ternura.

—Todo está bien, mi amor, ya estoy aquí… —decía la señora con tono cariñoso.

Adonis y yo nos acercamos con lentitud pero ambas notaron nuestras presencias. María Susana y yo nos vimos a los ojos unos segundos pero casi en seguida desvió la vista. Ver su rostro maltratado, su mirada triste, sus cabellos despeinados terminó por romperme.




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