Tres perfectos arrogantes

Capítulo 33.


Aquiles.

 

Entrar a la universidad fue desgastante, había tantos pendientes y tareas que al principio prefería ignorarlas y dormir, pero ni siquiera descansaba bien por la preocupación.

Mis primos y yo, al igual que María Susana, fuimos a la capital del país, donde se encontraba la máxima Casa de Estudios. La Pulguita y Adonis iban en la misma facultad, lo que dejaba a Aristóteles más tranquilo.

Los tortolitos aprovechaban los fines de semana para salir, a veces nos invitaban a Adonis y a mí. En el fondo sentía cierta lástima por mis primos, ellos tenían novias y lucían felices pero me parecía fastidiosa la idea de mantener una relación, por mi parte prefería ser libre y salir con muchas chicas sin tener nada serio.

Meses después me tuve que aplicar bastante en la escuela para no reprobar ninguna materia pero en la cuestión sentimental me mantuve de la misma manera, fiel a mi mantra de “no tener relaciones formales”.

En nuestra graduación, nuestra familia fue hasta la capital para felicitarnos y pasar tiempo con nosotros, incluso el abuelo Arquímedes acudió. Asimismo, también invitamos a María Susana y a sus padres y hermanas. Decidimos rentar un pequeño salón y contratamos algunos chefs para que hicieran diferentes platillos.

Adonis se puso feliz al ver a su novia después de tantos meses.

—¡Karen, mi amor! —Exclamó en cuanto la vio y fue hacia ella para abrazarla con fuerza—. ¿Cómo has estado?

—Bien, ¿y tú?

—Mejor ahora que te veo… —Rodé los ojos y saqué mi celular, me era más interesante que ver a esos dos—. ¡Ahí está la arranca-dedos-tres-mil! —Solté una risa al escuchar ese apodo.

—Basta, no me digas así.

—Bueno, entonces sigues siendo Odile, te queda.

—No me compares con esa.

—¿Sabes quién es?

—No, pero cállate.

Siempre que Lira estaba cerca de mí revoloteaba a mi alrededor, así que me pareció extraño que no se acercara a saludarme. Por pura curiosidad, levanté la vista de mi celular para enfocarla, tenía mucho que no la veía. Admito que me sorprendí, lucía tan diferente a la última vez que la vi, y era obvio, cuatro años no pasaron en vano.

Ya no era una niña, su apariencia infantil había desaparecido por completo. Llevaba un vestido negro que marcaba sus curvas, maquillaje oscuro y unas zapatillas de tacón alto. «Se volvió gótica» pensé con impresión, analizándola. «María Susana tenía razón, Lira se volvió más alta que ella, parece mayor». La chica, al sentir mi mirada, volteó hacia mí pero a diferencia de otras ocasiones, no se acercó, así que tuve que hacerlo yo.

—Aquiles —pronunció cuando estuve frente a ella.

—¿Ahora no me saludas? —La miré de arriba abajo, examinándola más de cerca.

—No te había visto —sonrió con falsedad. Fruncí el entrecejo al escuchar semejante mentira pero no se lo discutí, me limité a meter las manos en los bolsillos de mi pantalón.

—Ah. ¿Cómo has estado?

—Bien, gracias, ¿y tú?

Intercambiamos unas cuantas palabras por pura formalidad. El señor Zanata me echó miradas furiosas, no obstante lo ignoré.

Después de algunos minutos, la mamá de Adonis, que fue la encargada de organizar todo, indicó que fuéramos al comedor. La comida familiar fue un éxito. Aristóteles y Adonis se sentaron junto a sus novias, asimismo preferí colocarme al lado de mis padres.

—¿Y dónde dejaste a la bebé? —Preguntó Adonis a Karen. Me causaba cierto repelús que se refirieran a ese animal como un ser humano.

—La dejé con mi tía.

—¿La que tiene muchos gatitos?

—Sí. Mamá dice que tenía miedo que terminara como ella pero no le veo nada de malo, creo que es genial.

—¿Verdad?

Rodé los ojos e hice una mueca, esos dos me desesperaban. De pronto mi mirada se conectó con la de Lira, que estaba en el otro extremo de la mesa. Al mirar mi mohín, me sonrió, tratando de disimular su diversión. Le devolví el gesto y nos quedamos observándonos unos segundos más, hasta que ella desvió la vista y volvió a enfocarse en su plato de comida. Chasqueé la lengua e hice lo mismo.

Cuando terminamos de almorzar, nos quitamos del comedor y fuimos a una salita que la tía Alina mandó a colocar para ese día. A pesar de estar todos juntos, las conversaciones se dividieron por grupos. Al no tener con quién charlar, pues prefería mirar a los demás, enfoqué a María Susana y Aristóteles. Su relación me seguía pareciendo curiosa, sobre todo porque al principio peleaban mucho y después tuvieron algunos inconvenientes para poder estar juntos. Tenía mucho que no veía a la Pulguita, me pareció extraño verla con el cabello castaño oscuro, ondulado y largo, hasta la cintura; muy diferente a cuando la conocimos.

De ahí enfoqué a Karen y Adonis, él estaba recostado en las piernas de su novia mientras ella le acariciaba el cabello. No me sorprendió, el rubio siempre fue como un niño mimado y la pelinegra tenía una actitud consentidora.

De repente sentí una mirada sobre mí, así que volteé hacia la persona y noté que Lira me observaba con fijeza. Ella, aprovechando el contacto visual, se acercó y se sentó a mi lado.




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