Tres perfectos arrogantes

Capítulo 34.

Después de dos años de salir de la carrera, al fin conseguí el papel protagónico para una obra de teatro. Estaba tan emocionada que lo primero que hice fue ir con mi mamá y mis hermanas para contarles. No obstante, al llegar a casa me comunicaron una noticia aún más sorprendente.

—¡Maricucha! —Exclamó mi madre en cuanto entré—. ¡Ven acá! —Me tomó de la mano—. Tu hermana tiene algo que decirnos.

—Yo también pero primero que hable ella.

Nos sentamos en el sofá de dos piezas, a la izquierda se colocó Jessica, seguida de Lira y hasta lo último yo, mientras Karen nos veía con una enorme sonrisa, sin decir nada. Aproximadamente un minuto después, mi hermanita se desesperó.

—¡Ya fue suficiente, no te entiendo, ¿qué tienes que decir?!

Karen aplanó los labios y extendió su mano hacia nosotras. La miramos con atención sin saber qué quería decirnos. Después de medio minuto, habló.

—¿No dicen nada? —Colocó la mano sobre su rostro y empezó a mover los dedos.

Abrí la boca para preguntarle qué clase de acertijo era ese pero de repente mamá soltó un chillido, logrando que la enfocáramos con preocupación.

—Ya enloqueció —murmuró Lira.

No obstante, ella nos ignoró, se levantó el asiento y abrazó a Karen.

—¡Mi amor, qué felicidad! —Estrechó a mi hermana mayor entre sus brazos. Esta última soltó una risita—. ¡No puedo creerlo! ¡Qué feliz soy!

Lira y yo nos miramos sin comprender. Karen se separó de mamá, se plantó frente a nosotras y volvió a extender su mano izquierda.

—¡Kyaaaaa! —De repente Lira soltó un chillido similar al de mamá—. ¡Muchas felicidades! —Profirió, dando un salto y rodeando a nuestra hermana mayor con sus brazos.

—¿Qué pasa? No entiendo —murmuré.

—Ve su dedo, estúpida.

—¿Qué tiene? ¿Cuál dedo? —Ladeé la cabeza—. Lira, no se lo vayas a querer arrancar…

—¡No, babosa!

Karen, sin dejar de sonreír, se plantó frente a mí, señalando su dedo anular. Abrí los ojos con desmesura al notar un hermoso anillo de compromiso hecho de oro blanco con un diamante incrustado. «Qué pendeja que no lo vi antes».

Cuando se me pasó la impresión, me levanté y la abracé mientras mis ojos se llenaban de lágrimas. Mamá seguía gritando y dando vueltas por toda la casa pero la ignoramos.

—¡Muchas felicidades, Karen! —Sin poder evitarlo, solté un sollozo. Karen me vio con ternura, limpiándome las lágrimas—. Confío en que serás muy feliz, de lo contrario me encargaré de Adonis.

—Si te hace algo, le arranco el dedo —musitó Lira con una sonrisa siniestra. Karen volteó hacia ella y la tomó del hombro.

—Por favor, no tengas esos pensamientos.

—Si él vale la pena no será necesario. —Se cruzó de brazos. Decidí intervenir para defenderlo.

—Claro que vale la pena, no es como el patán de Aquiles —reí con burla. Karen también soltó una risita pero Lira se quedó seria—. Hey, no pongas esa cara, ya sé que te gustaba cuando eras niña pero todo quedó en el pasado, ¿no?

—Emmm… Sí, claro —musitó. Me pareció extraño verla nerviosa. «Bah, supongo que aún le gusta pero tendrá que superarlo, él jamás se fijará en ella» pensé, negando con la cabeza.

 

***

 

Después de que se informó el compromiso de Karen, mi noticia ya no fue tan impactante, sin embargo me felicitaron por el logro, alegrándose conmigo y festejando con una tarta que compramos en una pastelería cercana a la casa. Incluso mamá se disculpó por dudar de mí en el pasado pero yo negué con la cabeza, indicando que ella quería lo mejor para mí.

—Al final uno es el que toma sus propias decisiones —mencioné. Las tres asintieron con la cabeza.

Esa tarde la atesoro como una de las más bonitas que he vivido hasta ahora, la pasé con las tres personas más importantes de mi vida.

Luego de esa ocasión, estuve muy atareada entre el trabajo, mi novio y ayudar con los preparativos de la boda. Entre mamá y la señora Alina se encargarían de lo más difícil pero Lira y yo también quisimos ayudar.

Cuando tenía oportunidad, visitaba a Aristóteles, que cada vez se veía más guapo, vistiendo trajes refinados, ¡lucía como un sexy empresario! Al terminar el trabajo, íbamos al cine, a cenar, o a la casa que acababa de adquirir y apenas estaba amueblando. Una que otra ocasión también fui a visitarlo a su oficina, era amplia y elegante.

Una tarde en que se encontraba revisando unos papeles en vez de hacerme caso, fruncí el ceño, me dirigí a él y le quité los documentos, colocándolos sobre el escritorio. Él me enfocó con el ceño fruncido.

—Oye, ¿qué…?

—Shhh… —Puse mi dedo índice sobre sus labios y me senté en su regazo—. ¿Sabes? Siempre me dejaste con las ganas de hacerlo en el salón de clases, pero una oficina no está nada mal. —Volteé hacia él para notar que, en efecto, estaba ruborizado; mordí mi labio inferior para no soltar una risita.




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