Tres Rostros. Un Destino

Ecos del pasado

La habitación que le había sido asignada estaba impregnada con el pesado aire de siglos de secretos y recuerdos no deseados.

Nathaniel Ashmere no había esperado que Ravencourt Manor fuera un lugar tan opresivo, pero al entrar, se sintió rodeado de una sombra densa, como si el propio castillo le hubiera recibido con los brazos extendidos, dispuesto a engullirlo en su oscuridad eterna.

Las paredes, tapizadas con paneles de madera oscura, reflejaban el resplandor tembloroso de las velas que se agitaban como almas perdidas en la brisa, y el eco de sus pasos resonaba en la vasta soledad de la habitación.

Él se acercó a la ventana y observó el jardín exterior, donde la niebla seguía arrastrándose por el suelo como una marea etérea, reclamando cada rincón. El viento no se atrevía a soplar con fuerza; en este lugar, ni la naturaleza se sentía libre.

Todo estaba atrapado entre las viejas paredes del castillo, como si el tiempo mismo hubiera sido detenido aquí, sin piedad. La sensación de que el pasado nunca se desvanecía era palpable.

Nathaniel se acercó a la chimenea apagada. Su reflejo en el cristal roto lo miraba como un extraño, y por un momento, se sintió como un espectro, como una figura que había cruzado la frontera entre la vida y la muerte sin haberlo elegido. Cerró los ojos. Era inevitable. Su hermano estaba en todas partes, como una sombra a su lado, acechante, pidiendo ser encontrado.

Edgar, su hermano mayor, siempre había sido su protector, su guía, la única familia que realmente había tenido. Habían crecido juntos, compartiendo cada risa, cada pena. Edgar, el valiente, el que nunca dudaba. Siempre estaba allí, siempre fuerte, siempre el primero en enfrentar el peligro. Hasta que desapareció.

Su desaparición era un enigma sin solución. Nadie hablaba del asunto. Los Ashmere y los Ravencourt tenían demasiados secretos, y el más doloroso de todos era el que envolvía la desaparición de Edgar.

Durante semanas, Nathaniel había buscado pistas, había hablado con sirvientes y aldeanos, pero todos cerraban la boca como si el simple hecho de mencionar a Edgar fuera una blasfemia. Había una palabra no dicha, una sombra que acechaba en los rincones oscuros de la mansión.

Tal vez la respuesta estuviera aquí, en Ravencourt, entre los muros que habían presenciado la desaparición, entre las puertas cerradas que guardaban los susurros del pasado.

Se dejó caer en la silla junto a la mesa, mirando la chimenea sin ver nada, sumido en un torbellino de pensamientos. Entonces, algo brilló entre los papeles esparcidos sobre el escritorio. Se acercó lentamente, como si no quisiera descubrir lo que sabía que encontraría.

Un retrato. No un retrato cualquiera, sino uno de Edgar. Y no estaba solo. Selene. En el cuadro, Selene Ravencourt aparecía junto a Edgar, muy cercanos, sus cuerpos apenas separados por un suspiro. Ella lo miraba con una expresión que Nathaniel nunca antes había visto: una mezcla de afecto, admiración... y algo más oscuro, más profundo.

El retrato era enigmático. Los ojos de Selene, tan intensos, tan hipnóticos, miraban a su hermano con una pasión casi palpable. Nathaniel sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.

¿Qué había pasado entre ellos? ¿Qué relación había existido entre Edgar y Selene? ¿Fue ella quien lo había seducido, como muchos sospechaban? O peor aún, ¿fue ella quien lo mató? La duda lo golpeó con la fuerza de un golpe de mar.

El aire en la habitación se volvió pesado, y el retrato comenzó a arder en su mente, como si las figuras pintadas pudieran saltar de la tela y envolverlo con sus sombras.

La conexión entre ellos, tan evidente en la pintura, despertaba en Nathaniel una tormenta de emociones encontradas. La admiración que su hermano había mostrado hacia Selene, la forma en que ella se había acercado a él en ese retrato, era más que evidente. ¿Qué estaba pasando en Ravencourt? ¿Qué secretos guardaban estas paredes?

Los hilos del destino parecían entrelazarse de una forma que no podía comprender, y Nathaniel sintió un abismo de incertidumbre abrirse bajo sus pies. Elisa, Selene, Vianne... Las hermanas Ravencourt. Un juego peligroso, y él estaba atrapado en él.

Su corazón comenzó a latir con más fuerza, y un nudo se formó en su garganta. Se levantó bruscamente y comenzó a caminar de un lado a otro, sintiendo que la habitación se encogía a su alrededor, como si los muros lo estuvieran atrapando. No podía respirar.

Necesitaba saber la verdad. Necesitaba encontrar respuestas. Elisa había sido la primera en recibirlo, la más amable, la más... humana. Selene había jugado con él, pero su mirada le había dicho mucho más de lo que ella intentaba ocultar.

Vianne, por otro lado, había sido un enigma, envuelta en la niebla de su propio sufrimiento. ¿Y ahora este retrato? ¿Era acaso una pista? ¿O una trampa?

Un suave golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos. Elisa entró, sin que Nathaniel la oyera llegar. Estaba de pie, como una visión de mármol, con la mirada fija en él. Sus ojos dorados, que al principio parecían vacíos, ahora brillaban con una intensidad suave, como la luz de una estrella que emerge de la oscuridad.

-Lord Ashmere -dijo Elisa con voz suave- ¿te encuentras bien?

Nathaniel, sorprendido por su presencia, la miró fijamente. El calor de su mirada parecía derretir la frialdad del castillo. Sin embargo, al mismo tiempo, algo en ella le resultaba inquietante, algo que no podía definir. Tal vez era la forma en que lo observaba, con una mezcla de curiosidad y compasión, pero sin dejar de ser distante.

Elisa, como su hermana Selene, era un misterio. Sin embargo, en ella había una luz, una calidez que no podía encontrar en las demás. Era casi como si su alma tuviera algo que ofrecérselo, como si quisiera compartirlo, pero a la vez se reservaba un secreto muy profundo.

-No estoy seguro de lo que encuentro aquí, Elisa -respondió Nathaniel, su voz más áspera de lo que quería. Se apartó del retrato, pero no dejó de pensar en él. La pregunta seguía ahí, palpitante en su mente. ¿Qué había sucedido entre Selene y su hermano? ¿Y cuál era el precio de esa relación?- Mi hermano... Edgar. ¿Sabes algo de él? ¿De su tiempo aquí?




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