Nathaniel despertó con un dolor punzante en la cabeza y una sensación de mareo que lo mantenía atado a la cama, como si estuviera atrapado en un sueño del que no podía escapar. El sol comenzaba a filtrarse a través de las pesadas cortinas de terciopelo negro, bañando la habitación con una luz tenue, pero suficiente para que el horror de la noche anterior comenzara a tomar forma en su mente.
Se incorporó lentamente, luchando contra la sensación de confusión que envolvía su conciencia. Respiraba entrecortado, como si un peso invisible presionara su pecho, y un ardor en su piel le indicó que algo había sucedido, algo más allá de su comprensión.
Selene había estado allí, con sus manos frías y suaves, despojándolo de su ropa. La siniestra sonrisa en sus labios aún parecía dibujada en la mente de Nathaniel, pero algo en él se resistía a aceptar lo que había ocurrido. ¿Fue un sueño? ¿O algo más oscuro? La respuesta parecía eludirlo, dejándole una marca en el alma que no sabía cómo borrar.
De repente, escuchó un ruido y vio una figura entrar en la habitación. Elisa. Su mirada, normalmente tan tranquila, ahora estaba llena de furia. Avanzó hacia Selene con una determinación que Nathaniel nunca había visto en ella.
—¡Aléjate de él, Selene! —gritó Elisa, empujando a su hermana con una fuerza inesperada. Nathaniel, semiconsciente, apenas pudo reaccionar. Estaba atrapado en una niebla de confusión y miedo. La voz de Elisa resonaba en su mente, pero las palabras no tenían sentido.
—¿Qué has hecho? —dijo Elisa, su voz tensa, casi quebrada por la rabia.
Selene la miró con una sonrisa arrogante, sin apartarse ni un paso.
—¿Acaso ya olvidaste a Edgar Ashmere? No fuiste tan astuta ni valiente para protegerlo —Elisa se adelantó, empujando a Selene nuevamente.
El rostro de Selene se oscureció de inmediato.
—¿Y tú qué sabes de hombres, Elisa? —respondió con desdén, su voz tan fría como el hierro forjado.
Elisa no retrocedió, sino que se acercó más a ella, con sus ojos brillando con una intensidad desconocida para Nathaniel. Se podía ver la furia y el dolor en su mirada.
—Solo sé que, de haber estado en tu lugar, jamás habría permitido que el clan tocara un solo cabello de Edgar. Pero ambas sabemos que eres una cobarde y sumisa. Preferiste agachar la cabeza mientras el clan castigaba a Edgar… ¿y todo por qué? —Elisa se inclinó hacia adelante, la rabia ardiendo en sus palabras— Por haber cometido el gran error de amarte.
Las palabras de Elisa parecían resonar en los muros de la habitación, pero Nathaniel, aún medio dormido y aturdido, no podía comprender completamente lo que sucedía. Las imágenes del enfrentamiento entre las dos hermanas, tan intensas, lo arrastraban a un torbellino de emociones que no sabía cómo manejar. ¿Qué significaba todo esto? ¿Por qué Elisa estaba protegiéndolo con tal vehemencia?
Antes de que pudiera procesar más pensamientos, todo se volvió oscuro de nuevo. La habitación desapareció. Las voces cesaron. Y Nathaniel cayó en un sueño profundo, dejando que la oscuridad lo envolviera una vez más.
Cuando despertó, era de día. La luz se filtraba ahora por las rendijas de las cortinas, iluminando los bordes dorados de los muebles y las cortinas pesadas que adornaban la habitación. El dolor en su cabeza era más soportable, pero su mente seguía atrapada en la confusión. El rostro de Elisa, con una intensidad que no podía comprender, seguía grabado en su memoria, y una extraña necesidad de entender qué había ocurrido lo empujaba a levantarse de la cama.
Con un esfuerzo, se incorporó, sintiendo que sus piernas aún le temblaban, y comenzó a caminar hacia la puerta. No sabía a dónde ir, solo que tenía que moverse, que no podía quedarse allí, atrapado por las preguntas que aún no tenía respuesta.
Elisa y Selene lo habían dejado atrás, y todo parecía un sueño roto, un rompecabezas que se negaba a encajar. El castillo, tan callado y tan frío, parecía estar observando cada uno de sus movimientos, como si estuviera dispuesto a devolverle todo lo que había intentado evitar.
Mientras vagaba por los pasillos, sintió un impulso, un deseo extraño de explorar más allá de lo que conocía. Sintió que debía entender este lugar, que algo le estaba llamando desde dentro de sus muros.
Sin pensarlo dos veces, se adentró por un corredor oscuro, hacia una puerta oculta que apenas había notado antes. El aire estaba cargado, como si el tiempo en esa parte del castillo se hubiera detenido hace mucho. Sus pasos resonaban en el silencio absoluto, y con cada paso, sentía que algo lo seguía. Algo más allá de su comprensión.
Al abrir la puerta, la sala en la que entró parecía una caverna secreta, oculta tras años de olvido. La arquitectura gótica era más prominente aquí que en cualquier otro lugar del castillo: columnas altas que se extendían hacia el techo, cubiertas con musgo y polvo, como si fueran los esqueletos de antiguos monumentos.
Los arcos eran profundos y estaban cubiertos por vitrales que mostraban escenas de algún tiempo perdido, cubiertos con capas de suciedad, pero aún brillando en fragmentos de luz que se filtraban por la humedad.
La sala estaba llena de estantes con libros antiguos y pergaminos enrollados. A medida que Nathaniel se acercaba, una sensación de inquietud lo invadió. Algo en el aire le decía que no debía estar allí, pero su curiosidad lo mantenía firme.
Los registros de antiguos rituales Ravencourt estaban dispersos por todo el lugar, cuidadosamente guardados en estuches de madera tallada. Se acercó a uno de los estantes y comenzó a leer.
Las palabras, escritas en latín antiguo, hablaban de sacrificios y pactos oscuros. Ritual tras ritual, Nathaniel fue devorando las palabras, como si no pudiera detenerse. El clan Ravencourt, en sus orígenes, había estado obsesionado con obtener más poder a través de la magia, y la mención de
El corazón obsidiana se repitió una y otra vez. Un artefacto latente que, según las antiguas escrituras, estaba sellado en las profundidades del castillo, esperando ser despertado por un sacrificio adecuado.