Tres Rostros. Un Destino

El Reflejo del Alma

La noche estaba más oscura que nunca, y el viento, cargado de la humedad de la tormenta, susurraba a través de las grietas de las paredes de Ravencourt Manor. La mansión, sumida en sombras, parecía respirar en silencio, como si estuviera viva, vigilante, esperando algo, o alguien. Y en la profunda quietud de la habitación de Selene Ravencourt, el aire mismo parecía sostener la respiración.

El reflejo del castillo, distorsionado por la tormenta, se proyectaba débilmente a través de las ventanas, y en el centro de la habitación, el espejo mágico reposaba sobre la mesa, su marco oscuro y enredado con runas que destellaban de vez en cuando como si tuvieran vida propia. A su lado, Selene permanecía inmóvil, los dedos delicadamente acariciando el cristal que atrapaba a Edgar Ashmere en su interior.

El corazón de Selene latía desbocado mientras sus ojos se clavaban en el rostro de Edgar reflejado en el espejo. Aunque no estaba físicamente presente, Edgar estaba más cerca de lo que nunca había estado. Su rostro, aunque difuso y sombrío, irradiaba una profunda tristeza, pero también una luz que nunca se había apagado: su amor por ella.

Selene cerró los ojos por un momento, recordando los días felices que habían compartido, aquellos días antes de que el peso del clan, la oscuridad que los rodeaba, los separara. Los días en los que Edgar y ella corrían juntos por los campos del castillo, sin preocupaciones, sin miedo. Se amaban sin palabras, simplemente por lo que eran el uno para el otro.

Recuerdos...

Recordó sus primeras tardes juntos, bajo el sol dorado, caminando por los jardines de Ravencourt. Él le tomaba la mano con suavidad, como si temiera romper el delicado vínculo entre ellos. Edgar había sido su refugio, su lugar seguro en un mundo que siempre se había mostrado oscuro y peligroso.

La risa que compartían, los momentos robados bajo las estrellas, donde no importaba nada más que la pureza de su amor. Edgar la miraba con aquellos ojos azules, tan llenos de amor, de sueños compartidos.

Pero aquellos días parecían tan lejanos, tan lejanos como las estrellas mismas. Selene había fallado, y esa culpa la ahogaba.

—Perdóname, Edgar... —susurró, la voz quebrada por el dolor.

Selene colocó ambas manos en el espejo, sintiendo su frío a través del cristal, como si su corazón estuviera atrapado en esa misma frialdad. A través del vidrio, vio la figura de Edgar, su rostro lleno de una tristeza indescriptible.

El brillo en sus ojos no había desaparecido, pero su rostro estaba marcado por el sufrimiento, por la angustia de estar atrapado en esa prisión sombría.

—Perdóname... — repitió, sus lágrimas cayendo sobre el espejo.

Mientras sus lágrimas recorrían su rostro, Selene podía sentir su corazón desgarrado. En ese momento, la diferencia entre el amor puro que sentían el uno por el otro y la oscuridad que los rodeaba se volvió insoportable.

Edgar, aunque atrapado en el espejo, reaccionó. Selene sintió una conexión con él como nunca antes, una respuesta en su interior. Sabía que él la escuchaba, que todavía confiaba en ella. A pesar de su sufrimiento, a pesar de estar cautivo en ese maldito reflejo, Edgar seguía amándola con todo lo que era, y eso la desbordó de una emoción tan profunda que parecía imposible contenerla.

—Selene... —su voz, aunque débil, llegó hasta ella, como un eco lejano pero claro. Los ojos de Edgar brillaron con un resplandor renovado, como si sus palabras fueran la última chispa de esperanza en medio de la oscuridad— Te amo, y nunca dejaré de amarte. No importa lo que pase... Confío en ti. Confío en ti más que en nada, Selene.

Las palabras de Edgar golpearon el alma de Selene. A pesar de la angustia que él estaba viviendo, Edgar aún confiaba en ella, aún creía que había una salida, que juntos podrían escapar de la oscuridad que los rodeaba. Selene cerró los ojos y presionó su frente contra el espejo, sintiendo la fría superficie como una barrera que, por un momento, parecía desvanecerse en la cercanía de Edgar.

—No voy a rendirme, Edgar.

Su voz estaba llena de una fuerza que había nacido de la desesperación y del amor más puro. Selene sabía que Edgar estaba sufriendo, pero también sabía que este sufrimiento solo sería temporal. Ella lo salvaría.

Por un momento, la luz en el castillo se apagó, y las sombras parecieron envolverla. El Corazón Obsidiana estaba cerca, y Selene sabía que el poder del clan Ravencourt tenía sus manos sobre todo lo que amaba. Sin embargo, algo en su interior le decía que no podía retroceder. Edgar confiaba en ella.

—No me rendiré. No importa el precio. —murmuró Selene, mientras los recuerdos de su amor por Edgar se entrelazaban con la desesperación que sentía al verlo atrapado en ese reflejo.

Cada momento que habían compartido, cada promesa hecha en sus corazones, la impulsaba a luchar. Edgar era su alma gemela, su amor eterno, y no permitiría que Ravencourt Manor, ni la oscuridad que lo impregnaba, destruyera lo que tenían.

Selene cerró los ojos y tocó el espejo con más firmeza. Al hacerlo, una corriente de energía recorrió su cuerpo, como si el vínculo entre ella y Edgar fuera algo que nunca podría romperse, incluso por la magia más oscura.

—Te sacaré de ahí, Edgar. —le susurró, su voz ahora llena de una determinación feroz. No importa lo que me cueste.

En ese momento, la figura de Edgar se desvaneció por un segundo en el reflejo, y Selene vio cómo las sombras comenzaban a rodear la imagen de su amado.

La oscuridad se acercaba, pero su amor por él brillaba más fuerte que nunca. Y ella, Selene, ya no era la misma mujer que había dejado que el miedo la dominara. Ahora, era la mujer dispuesta a luchar por el hombre que amaba.

Edgar confiaba en ella. Y ella no iba a fallarle.




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