El eco de los pasos de Elisa resonaba en los oscuros pasillos del Ravencourt Manor, una mansión que parecía devorar la luz con cada esquina que pasaba. El castillo, envuelto en sombras profundas, parecía respirar a su alrededor, como un ser vivo esperando que algo, o alguien, se atreviera a enfrentarse a su oscuro poder.
Elisa avanzaba con determinación, pero también con un nudo en el estómago, como si la ansiedad de lo que estaba por hacer la invadiera. Nathaniel caminaba a su lado, su presencia a su vez reconociendo el peso de la situación, pero él también sentía la urgencia de salvar a Edgar, su hermano, y de romper el ciclo de control y dolor que las sombras de su familia habían impuesto.
A medida que se adentraban más en los pasillos, el llamado de Edgar resonaba más fuerte en la mente de Nathaniel. Su suplica había sido constante, una llamada desesperada que atravesaba las paredes, las sombras y las maldiciones que los mantenían separados. En su corazón, Nathaniel sabía que Edgar estaba al borde del abismo, atrapado en el reflejo del espejo mágico, pero aún luchando por salir.
De repente, en una de las esquinas del pasillo oscuro, Elisa detuvo a Nathaniel con una mano suave sobre su brazo. Su mirada estaba llena de decisión, pero también de un dolor que Nathaniel pudo leer con facilidad. Era el mismo dolor que él sentía, pero con un peso añadido: el de su familia, el de su propio clan.
-Nathaniel... -dijo Elisa, su voz suave pero firme- No hay tiempo que perder. Debemos salvar a Edgar y enfrentar la oscuridad de mi clan. Tú y yo juntos... podemos liberarlo.
La palabra nosotros resonó en sus oídos como una promesa que él no podía rechazar. Elisa estaba dispuesta a arriesgar todo, incluso su lealtad, por salvar a su hermano. Nathaniel asintió, sintiendo la fuerza de la conexión que ahora los unía más que nunca. La oscuridad del castillo podría envolverlos, pero juntos tendrían una oportunidad.
Ambos caminaron por los pasillos hasta llegar a la habitación de Selene, donde se encontraba Vianne, esperando su llegada. La tensión en el aire era palpable, como si el tiempo mismo estuviera suspendido.
En el centro de la habitación, sobre una mesa de roble antiguo, reposaba el espejo mágico que había aprisionado a Edgar. Su superficie, fría y distante, reflejaba solo sombras y fragmentos de la luz que luchaban por penetrar en ese lugar maldito.
Selene, Vianne, Elisa, y Nathaniel se reunieron alrededor del espejo, las manos de todos extendidas hacia él. Un silencio profundo llenó la habitación, un momento de recogimiento antes de la batalla final. Cada uno sabía lo que debía hacer. La magia blanca, aunque poderosa, debía ser unida de una manera perfecta para deshacer la maldición que mantenía a Edgar prisionero.
Con una respiración profunda, Selene comenzó a murmurar las palabras del antiguo ritual. Las palabras eran casi un susurro, pero su poder comenzó a llenar la habitación de inmediato. Elisa la siguió, sus propias manos comenzando a brillar con la luz dorada de su magia blanca.
Vianne, con los ojos cerrados, unió su poder al de sus hermanas. Y Nathaniel, con la determinación de un hermano que haría cualquier cosa por salvar a su familia, extendió su propia magia blanca hacia el espejo.
A medida que las cuatro energías convergían, una luz brillante envolvió el cuarto, formando una barrera que protegía a los presentes de cualquier intento de interrupción o ataque. La magia blanca fluía como un río interminable, creando un escudo protector alrededor de ellos. La luz se reflejaba en el espejo, destellando como un faro en medio de la oscuridad.
Pero la oscuridad no iba a ceder tan fácilmente.
El espejo comenzó a crujir, como si se estuviera quebrando desde dentro. Las sombras que rodeaban la habitación se agitaron violentamente, intentando resistir el poder de la magia blanca. De repente, las grietas aparecieron en el vidrio, unidas por una fuerza invisible que deshacía las cadenas que mantenían a Edgar atrapado.
A medida que las grietas aumentaban, la oscuridad del castillo, la misma que había sido alimentada por generaciones de poder ancestral, comenzó a disiparse. La magia oscura de Cedric y Lady Imelda empezó a disminuir, como si estuviera siendo absorbida por la luz.
Las sombras del castillo se retiraban ante el poder de la magia de las hermanas y Nathaniel. Pero justo cuando el espejo estaba a punto de romperse completamente, una explosión de luz iluminó toda la habitación. El vidrio del espejo se quebró en mil pedazos, y, en ese momento, el aire se llenó de una energía pura y renovadora.
De entre los restos del espejo, Edgar Ashmere apareció, envuelto en una luz dorada que brillaba con la intensidad de la magia blanca que lo había liberado. Su figura, aunque aún marcada por el sufrimiento, estaba rodeada por una energía vibrante, poderosa, que la oscuridad no podía tocar. Se levantó, mirando a su alrededor con asombro, como si recién despertara de un sueño profundo.
En el mismo instante, Selene corrió hacia él, sus ojos llenos de lágrimas, mientras lo abrazaba con desesperación. Edgar, con una pasión arrebatadora, la besó en un acto de amor profundo, como si no hubiera pasado el tiempo. La conexión entre ellos fue instantánea, como si la separación no hubiera ocurrido.
-Te perdono, Selene. -susurró Edgar, sus palabras llenas de emoción. Selene, entre lágrimas, le respondió con una promesa silenciosa.
Después de la intensa muestra de amor entre Edgar y Selene, Edgar se giró hacia Nathaniel. Los dos hermanos, después de tanto tiempo separados, se encontraron en un abrazo lleno de amor fraternal. Nathaniel, que había temido por tanto tiempo la pérdida de su hermano, sintió que su alma se aliviaba por fin.
-Te lo dije, Nathaniel... -dijo Edgar, su voz quebrada por la emoción- Siempre supe que no me dejarías caer.
Pero, en medio de esa victoria, la presencia de Cedric y Lady Imelda se sintió. La ira y el odio en sus rostros eran evidentes, sus miradas llenas de rencor. Ellos habían fracasado en su intento de mantener el control sobre Edgar y su magia, y ahora, la traición de sus hijas era demasiado para soportar.