Tres Rostros. Un Destino

Viento Oscuro de Ravencourt

La ventana de Selene se abrió de golpe, el viento cortante arrastrando consigo la última brisa que quedaba de libertad. En ese mismo instante, Elisa, Nathaniel, Edgar, Selene, y Vianne se vieron envueltos por una sensación espantosa, como si la misma noche les arrancara la piel.

Un viento sobrenatural comenzó a agitar el aire, más pesado y oscuro de lo que jamás habían experimentado. Un hechizo ancestral, nacido de siglos de oscuridad, despertaba en Ravencourt Manor, como si el castillo mismo estuviera vivo y dispuesto a vengarse. Y a ellos, a los cinco, les tocaba pagar el precio.

Nathaniel sintió cómo el aire se volvían más denso a su alrededor. Instintivamente, atrapó la mano de Elisa, su corazón golpeando con fuerza en su pecho. El latido de su cuerpo, frenético, resonaba como el eco de un miedo profundo. Algo mucho más grande que el amor que sentía por ella lo había invadido.

Se trataba de un miedo ancestral, que hablaba en sus venas y lo arrastraba hacia el abismo. Edgar estaba lejos, pero la conexión entre ellos, entre los hermanos, seguía intacta. Y ahora, Elisa… Elisa se veía atrapada en la misma tormenta que lo envolvía.

Elisa, a su vez, sintió que el mundo comenzaba a desmoronarse. No estaba preparada para enfrentar la oscuridad de su hogar, la traición de su sangre. La magia oscura de Ravencourt había sellado su destino. Sin embargo, cuando Nathaniel la abrazó con tanta fuerza, cuando sintió el calor de su cuerpo, la calidez de su amor, supo que aún había algo por lo que valía la pena luchar.

Elisa se aferró a él, dejando que su corazón se calmara momentáneamente, aunque la tormenta mágica fuera cada vez más imparable. El miedo, esa sensación tan fría, la recorrió de nuevo, pero fue su amor por Nathaniel lo que la sostuvo. Él no la dejaría ir.

Edgar, al igual que su hermano, sintió la misma necesidad instintiva de proteger a Selene. La había amado desde que era un niño, desde los primeros días en que compartieron risas bajo los mismos cielos, cuando Ravencourt Manor no era solo un castillo, sino un hogar.

Pero ahora, las sombras estaban tomando su lugar. Selene estaba atrapada en su propio tormento, y no podía soportar la idea de verla sucumbir a la oscuridad del clan, como él mismo había sido arrastrado. Al abrazarla, sintió la desesperación reflejada en su cuerpo, el peso de la magia oscura que lo invadía.

Edgar rodeó a Selene con sus brazos, apretándola contra él con tal fuerza que sus cuerpos parecían fusionarse en un solo ser. Era su amor, su alma, la luz que le quedaba. El miedo a perderla lo invadió con cada segundo que pasaba. Selene era su razón de vivir, y no permitiría que nada la destruyera.

Selene, al sentir los brazos de Edgar rodeándola con tanta fuerza, no pudo evitar que las lágrimas asomaran a sus ojos. Sentía su corazón latir desbocado, y por primera vez en mucho tiempo, su alma no se sentía vacía. La desesperación, la angustia por lo que podría sucederles a ambos, estaba hecha pedazos por la firmeza de su abrazo.

Edgar no la dejaría ir. Él la protegería, aunque el clan Ravencourt tuviera que destruir todo lo que quedaba de ellos. Pero en ese momento, en su abrazo, Selene encontró la última chispa de esperanza que necesitaba para seguir luchando. Edgar le había dado esa fuerza.

Entonces, la tormenta se desató. La magia oscura que Cedric y Lady Imelda habían invocado golpeó con tal fuerza que la realidad misma comenzó a distorsionarse. Como si el propio castillo estuviera quebrándose, como si la vida misma fuera arrebatada.

Nathaniel y Elisa fueron lanzados hacia un rincón del bosque, sus cuerpos girando en el aire como marionetas atrapadas en una telaraña invisible. Edgar y Selene fueron arrastrados en la dirección opuesta, separados en un parpadeo. El viento aullaba, las sombras cobraban vida, y Vianne estaba siendo arrebatada hacia el corazón del mal.

Vianne intentó gritar, intentó hacer algo, pero la fuerza de la magia oscura que la rodeaba fue más fuerte que ella. Las lianas salieron de la tierra, como serpientes que se levantaban para abrazarla con fuerza, apretándola contra el suelo. Vianne luchó, sus brazos extendidos hacia los costados, su corazón palpitando como si su vida estuviera a punto de ser arrancada de ella. Pero la magia era imparable.

Las lianas la elevaron, sujetándola en el aire, inmovilizándola completamente. El miedo se apoderó de su pecho, pero no era solo miedo lo que sentía. Era la impotencia de saberse sola, separada de sus hermanas, atrapada por las sombras que siempre habían acechado su familia.

El miedo de Vianne era palpable. En su mente, las palabras de su padre resonaban con crueldad.

—Aprenderás a obedecernos, Vianne. —dijo Cedric, su voz llena de veneno, mientras observaba a su hija suspendida en el aire, impotente ante la oscuridad que la envolvía. —Ahora iremos por tus hermanas.

Y mientras las lianas drenaban su energía, Vianne sintió como si la vida misma estuviera deslizándose de su cuerpo. La oscuridad lo consumió todo, llevándola a un estado de inconsciencia. El castillo, que había sido su hogar, ahora era un lugar de tormento, y ella no podía hacer nada para evitarlo.

Vianne, antes de desmayarse, murmuró con un suspiro débil:

—No... podrán detener... lo inevitable...

Y con esas palabras, Vianne se desvaneció en la oscuridad.

Mientras tanto, en la otra parte del bosque, Nathaniel y Elisa se levantaron, el frío envolviendo sus cuerpos, pero la desesperación los mantenía alertas. La magia oscura de Ravencourt Manor estaba desatada, y Edgar y Selene estaban lejos, atrapados en el mismo destino. A pesar del miedo que se colaba en sus corazones, Elisa y Nathaniel sabían que no podían rendirse.

El tiempo para huir ya había pasado. Ahora, solo quedaba enfrentarse a lo inevitable.




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