La sala resonó con el retumbar de la magia desatada. Nathaniel y Elisa luchaban con todas sus fuerzas contra Cedric, quien se alzaba ante ellos como una sombra viviente. El poder de Cedric era imparable, y cada conjuro lanzado por él parecía cortar el aire con la fuerza de un rayo.
Las paredes de la sala se estremecían, la oscuridad se apoderaba de cada rincón, como si el propio castillo Ravencourt Manor estuviera fusionándose con la magia de Cedric, y el aire se tornaba espeso, opresivo.
Elisa luchaba con la energía de su magia blanca, su cuerpo brillando con la luz de su poder. A su lado, Nathaniel se mantenía firme, sus propios hechizos de luz fusionándose con los de Elisa, creando una defensa inquebrantable.
La conexión entre ellos era inquebrantable, como si la luz de ambos se hubiera unido en una sola chispa de esperanza contra la oscuridad que les rodeaba. Pero la presión de Cedric era tal que, por más que intentaban resistir, las sombras parecían devorarlos con cada paso.
—¡No podrán vencerme!
La voz de Cedric resonó con la fuerza de un trueno. En su mirada, no había duda. Había visto cómo su magia oscura aplastaba a aquellos que se oponían a él, y Nathaniel y Elisa no eran diferentes. Con un solo movimiento, Cedric alzó su mano, y una ola de energía oscura los envolvió.
Elisa intentó resistir, levantando su barrera de luz, pero la oscuridad fue demasiado fuerte. Un grito desgarrador se oyó en el aire mientras las sombras se cerraban sobre ella y Nathaniel, envolviéndolos como una prisión invisible.
El tiempo parecía detenerse mientras la oscuridad se apoderaba de sus cuerpos, sintiendo cómo las sombras se arrastraban dentro de ellos, retorciéndolos, asfixiándolos.
La visión se volvía borrosa, las sombras oscurecían sus pensamientos y sus corazones. Elisa temblaba, su cuerpo se sentía pesado, como si estuviera siendo consumido por algo mucho más grande que ella. Su magia, su luz, se desvanecía lentamente bajo el poder de Cedric. Nathaniel la observaba, con el dolor y la desesperación reflejados en sus ojos.
—No... Elisa... —murmuró Nathaniel, su voz quebrada, pero llena de fuerza. Su amor por ella no se había desvanecido, ni siquiera en la oscuridad que los rodeaba.
Elisa respiraba entrecortada, su cuerpo temblando de miedo y frío. La magia oscura de Cedric los había atrapado con la misma facilidad con que se atrapan mariposas en una tela de araña.
Sin embargo, dentro de esa oscuridad, la fuerza de Nathaniel la mantenía a flote, incluso cuando las sombras amenazaban con tragarlos por completo.
Cedric, al ver cómo la batalla llegaba a su fin, dejó escapar una risa sádica. Su voz se tornó fría y despiadada.
—Ahora, descansarán un poco... —dijo, mientras su magia oscura se fortalecía. Un portal apareció detrás de él, un oscuro vórtice que parecía absorber todo a su alrededor.
Nathaniel y Elisa fueron empujados hacia esa prisión de sombras, siendo encerrados en una burbuja de energía oscura. Cedric sonrió con satisfacción, sintiendo que había logrado vencer a los dos jóvenes. Pero antes de marcharse, lanzó una última amenaza.
—Esto no es el fin. —dijo con una sonrisa burlona— Iré por Edgar Ashmere. Y Selene no será más que un recuerdo. Ninguno de ustedes escapará de este castillo. Ravencourt es mío para siempre.
Con una última mirada, Cedric se desvaneció en las sombras, dejando a Nathaniel y Elisa atrapados en su prisión.
El frío era insoportable. El peso de la oscuridad se sentía como una manta espesa sobre Nathaniel y Elisa, ambos atrapados en la oscuridad de la prisión mágica. Elisa estaba a su lado, temblando, incapaz de moverse, incapaz de reaccionar. La oscuridad invadía su mente, apagando lentamente la luz que una vez brilló tan intensamente dentro de ella.
Nathaniel apretó los dientes, luchando contra el grillete invisible de la magia oscura que lo mantenía inmovilizado. Su amor por Elisa era tan fuerte que su corazón no podía rendirse, no podía aceptar que todo había terminado. No podía dejar que Cedric tuviera la última palabra.
—No... —susurró, apenas audible, pero sus palabras resonaron en el silencio como un eco de resistencia. — No dejaré que esto termine así.
El Corazón de Nathaniel latía con furia, un fuego que no podía apagarse. El calor de su magia blanca comenzó a resurgir, débil al principio, pero creciendo con fuerza. Sabía que tenía que salvar a Elisa, pero también a sí mismo. Juntos podrían escapar de este tormento, juntos podrían derrotar a la oscuridad.
Elisa murmuró su nombre, con los ojos llenos de miedo y dolor. Nathaniel no sabía cuántos minutos, horas o días habían pasado, solo sabía que no podía quedarse quieto.
Con una concentración absoluta, Nathaniel canalizó su magia blanca, la luz de su alma, su esperanza. Un estallido de energía pura se desplegó desde su interior, iluminando la oscuridad que los rodeaba. La burbuja de magia oscura comenzó a agrietarse. El aire se volvió pesado, pero en ese instante, Nathaniel se sintió más libre que nunca.
—Elisa, —dijo con voz firme— tómame. Confía en mí.
Elisa, con una expresión de desesperación, extendió su mano hacia él, y con esa acción, la magia blanca de Nathaniel se extendió hacia ella, envolviéndola con la misma luz que había comenzado a disipar las sombras.
La prisión de oscuridad comenzó a desmoronarse, y un destello de luz se abrió ante ellos. Elisa y Nathaniel se miraron a los ojos, sabiendo que, aunque la oscuridad los rodeara, su amor era más fuerte que cualquier hechizo.