Tres Rostros. Un Destino

El Último Bastión de la Oscuridad

El aire estaba impregnado de desesperación, y las sombras de Ravencourt Manor parecían cerrar el círculo. Nathaniel y Elisa se encontraban frente a Lord Cedric, el hombre que había sido la encarnación de todo lo oscuro y corrupto en este castillo ancestral.

La batalla que se libraba no solo era un choque de magias, sino una lucha por el alma misma de la familia Ravencourt, una familia que había sido consumida por su propia ambición.

Cedric no era solo un hechicero. Era la sombra que había dado vida al clan, una fuerza que había estado alimentándose de los miedos, los secretos y la crueldad de generaciones.

Sus ojos brillaban con una intensidad maligna, como faros de fuego negro, y su sonrisa era la de un hombre que no temía perder, porque para él, la derrota y la victoria no significaban nada. Cedric solo buscaba el control total, el dominio sobre todo lo que se interpusiera en su camino.

La luz de Nathaniel y Elisa brillaba débilmente en medio de la oscuridad. Ambos se habían unido, pero la presión era más fuerte que nunca. Cedric les había lanzado oleadas de magia oscura, sus sombras vivas retorcían la realidad misma. Los muros del castillo temblaban como si estuvieran vivos, como si el propio castillo estuviera alineado con la voluntad de Cedric.

—¿De verdad creen que pueden derrotarme, niños? —su voz resonaba en el aire, grave y llena de burla. — No sois más que sombras, tan efímeras como una chispa en la tormenta. Pero no os preocupéis, disfrutaré destruyéndoos.

Elisa se mantenía firme, aunque la incertidumbre comenzaba a corroerla. Cada vez que levantaba sus manos para invocar su magia blanca, sentía la presión de la oscuridad, como si las sombras quisieran tragarse cada fragmento de luz. Nathaniel, a su lado, compartía la carga.

Pero su magia era diferente, más pura, más potente. Era como un faro de esperanza en medio de la tormenta. Con cada movimiento, Nathaniel levantaba un escudo de luz que repelía las sombras, pero cada vez que pensaba que Cedric había retrocedido, el hombre hacía surgir más oscuridad, como una marea imparable.

Cedric alzó una mano, y de ella surgieron criaturas de sombras: monstruos de aspecto retorcido, con ojos rojos que brillaban con hambre. Se lanzaron sobre Nathaniel y Elisa, y aunque Elisa logró desintegrar a varios con su magia blanca, la intensidad del ataque fue tal que su cuerpo comenzó a ceder bajo la presión.

—¡Elisa! —gritó Nathaniel, y con un grito de desesperación, extendió su brazo hacia ella.

Su magia blanca explotó en una ráfaga de luz pura, disparando a las criaturas que intentaban abalanzarse sobre ellos. Cedric rió con fiereza, observando el esfuerzo de Nathaniel.

—Tu magia no es suficiente. La oscuridad siempre encontrará una forma de devorarte.

Pero Nathaniel no cedió. Con cada palabra de Cedric, sentía el peso de su poder, pero también sentía algo más: el amor por Elisa, la necesidad de protegerla. Eso era lo que lo mantenía firme.

—No te atrevas a tocarla.

La voz de Nathaniel se elevó, temblorosa, pero con una determinación que iluminó su ser entero.

La luz de su magia se intensificó. Sus ojos brillaron con la pureza de la magia blanca, el reflejo del sol en su alma. La oscuridad comenzó a retroceder, no por la fuerza de su hechizo, sino por la fuerza de su corazón. El amor que sentía por Elisa le otorgaba una fuerza imparable.

Cada chispazo de luz que nacía de sus manos quemaba las sombras que intentaban rodearlo, y las criaturas que Cedric había invocado se desintegraron en una lluvia de oscuridad, como si nunca hubieran existido.

—No. —Cedric gruñó, su rostro torciéndose en una mueca de furia. —¡No puedes ganar!

Nathaniel levantó las manos hacia el cielo, y en ese momento, la luz de su magia blanca se expandió como un sol naciente. Elisa, inspirada por su valentía, unió su poder al de él, creando una barrera de luz tan intensa que el propio aire alrededor de ellos se calentó. Las sombras de Cedric comenzaron a desvanecerse, y la figura del hechicero titubeó, como si su propio poder se estuviera desmoronando.

—¡Esto es lo que nunca entenderás, Cedric! —dijo Nathaniel, con voz clara. —La luz no puede ser vencida. No importa cuánto intentes apagarla. Lo que nosotros tenemos, lo que sentimos, es más fuerte que tu oscuridad.

Con un grito de desesperación, Cedric trató de invocar más magia, pero fue demasiado tarde. La luz de Nathaniel y Elisa estalló en un destello tan brillante que la oscuridad desapareció por completo.

Cedric se derrumbó, su cuerpo temblando, su poder desvaneciéndose. Elisa lo miró por última vez, sin pena, solo con la sensación de que, finalmente, el ciclo de oscuridad que había gobernado Ravencourt Manor había llegado a su fin.

—Es el final. —dijo Elisa.

Nathaniel respiró profundamente, su magia ahora calmada, su cuerpo agotado, pero su corazón lleno de paz. Dio un paso hacia Elisa, quien lo miró con los ojos brillando de amor.

—Lo hicimos. —susurró Nathaniel, y Elisa asintió, tomándolo de la mano con una suavidad y una ternura que solo se podía encontrar en los momentos más auténticos de amor.

Sin palabras, Nathaniel y Elisa se acercaron el uno al otro. La batalla había terminado, pero su amor, fortalecido por las pruebas que habían enfrentado, los había llevado hasta aquí. Se besaron con pasión, un beso que sellaba la promesa de que, pase lo que pase, nunca más se separarían.

Pero el sonido de un grito desgarrador llegó a sus oídos. Era Vianne. Su llamado de auxilio rompió la calma recién alcanzada, y el miedo volvió a surgir en el pecho de Elisa.

—¡Vianne! —exclamó Elisa, separándose de Nathaniel.

Nathaniel asintió, sintiendo la urgencia de la situación. Juntos, salieron corriendo, con el corazón latiendo con rapidez, listos para enfrentar lo que fuera necesario para liberar a Vianne y acabar con la oscuridad de una vez por todas.

Cedric ha caído ante la luz combinada de Nathaniel y Elisa, pero su victoria no es completa sin liberar a Vianne. La batalla contra la oscuridad no ha terminado, y el amor entre Nathaniel y Elisa es lo que los lleva a seguir luchando, con un destino aún incierto por delante.




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