La noche en Ravencourt Manor era más oscura que nunca. Las nubes cubrían el cielo, sumiendo la mansión y sus alrededores en un manto de sombras que no se disipaban, como si el mismo castillo se hubiera fusionado con la oscuridad ancestral que lo habitaba.
En el ala este del castillo, donde los ecos del pasado resonaban con más fuerza, Vianne yacía inmóvil, atrapada no solo por las lianas mágicas que aún la mantenían atada, sino por los demonios de su propia mente.
La lucha interna que Vianne libraba era feroz. En la parte más profunda de su ser, donde la luz de su alma aún titilaba débilmente, ella sabía que estaba siendo consumida por la magia oscura. La maldad ancestral que había gobernado a Ravencourt por generaciones no solo la había rodeado, sino que había comenzado a infiltrarse en cada rincón de su ser.
Sentada sobre el frío suelo de piedra, Vianne cerró los ojos, y la oscuridad comenzó a rodearla como un manto envolvente. En su mente, las voces susurraban, llenas de promesas, de resentimientos y dudas. Le hablaban de traición, de injusticia.
Le hablaban de sus hermanas, Selene y Elisa, quienes ahora estaban acompañadas por Nathaniel y Edgar, sus amados. Mientras ellas brillaban en sus vínculos, ella permanecía aislada, sola.
La voz oscura susurró en su mente, seductora y venenosa:
—¿Por qué te sacrificas por ellas? —dijo la oscuridad, como un aliento frío en su oído. —Ellas tienen todo. Tienen amor, protección, la fuerza de la magia blanca a su lado. Y tú... ¿qué tienes? Nada. Estás sola. Siempre lo has estado.
Vianne se aferró a su propia mente, tratando de bloquear las voces, de resistir la influencia creciente, pero era imposible. La oscuridad la abrazaba, la rodeaba como un amante cruel, y lentamente comenzó a creerse sus palabras.
—¿Por qué sigues siendo su sombra? —la voz continuó, más fuerte, más imponente. —¿Por qué seguir siendo la buena cuando todo lo que haces es quedar atrás? Ellas son las elegidas. Tú... solo eres la hermana olvidada. El sacrificio que nadie pedía.
El resentimiento creció en Vianne como un veneno que corría por sus venas. ¿Cómo no había visto eso antes? ¿Por qué había creído en la bondad de sus hermanas cuando ellas ya tenían todo lo que siempre había deseado? Ellas eran amadas, protegidas. Mientras ella solo era una espectadora, incapaz de encontrar su propio camino.
La sombra dentro de ella se volvió tangible, como una corriente fría que recorría su cuerpo. Vianne se levantó, temblando, pero la furia en su corazón ya la había poseído por completo. La oscuridad había ganado.
Fuera, Selene y Edgar, junto a Nathaniel y Elisa, corrían a través de los pasillos, buscando desesperadamente a su hermana. Pero cuando llegaron a la puerta del salón donde Vianne estaba confinada, la visión que encontraron fue completamente distinta a la que esperaban.
Vianne ya no estaba, al menos no como la conocían. De pie en el centro de la habitación, rodeada por las lianas de la magia oscura, su rostro ya no mostraba signos de duda o desesperación. En su lugar, había una frialdad implacable, una determinación oscura. Vianne había sido consumida por la misma magia que había marcado a sus padres, y ahora ella era una sirvienta de la oscuridad, igual que ellos.
—Vianne... no puedes... —dijo Selene, su voz quebrada por la sorpresa y la tristeza.
Vianne giró lentamente hacia ellas. En sus ojos ya no había amor, solo vacío. Los ojos, antes llenos de esperanza y luz, ahora reflejaban el caos que había dentro de ella. La magia oscura se filtraba a través de su piel, envolviendo sus cabellos en una neblina negra.
—¿Por qué no? —la voz de Vianne fue fría y vacía. —¿Por qué no puedo elegir por mí misma? ¿Por qué siempre debo ser la que sigue a las demás? —una sonrisa amarga apareció en su rostro—. Ellas tienen todo lo que necesitan, mientras yo... siempre estoy atrapada en el vacío.
Elisa dio un paso adelante, su magia blanca brillando en su palma, intentando alcanzar la Vianne que había conocido.
—¡Vianne, no! No es tarde, puedes luchar contra esto. ¡Recuerda quién eres! —su voz estaba llena de angustia.
Pero Vianne no cedió. El poder de la oscuridad dentro de ella era ahora más fuerte que la magia blanca, más fuerte que cualquier vínculo que alguna vez haya tenido con sus hermanas. La magia oscura se había convertido en su esencia, su fuerza. La luz de Elisa era ahora solo un recuerdo distante.
Edgar y Nathaniel también se adelantaron, pero lo que vieron les heló la sangre. Vianne no era la misma persona, y su presencia había cambiado, como si su alma hubiera sido tomada por el mismo monstruo que había devorado a Imelda.
—¿Por qué? —preguntó Selene, sus ojos llenos de dolor—. ¡Eres mi hermana! ¡Nosotras... nos necesitamos!
Vianne cerró los ojos, como si estuviera oyendo una melodía lejana, y luego dijo, en un susurro lleno de amargura:
—Nunca me necesitaste. Siempre fuiste tú quien te escondió en la sombra.
Las sombras en la habitación cobraron vida, levantándose alrededor de Vianne como serpientes dispuestas a atacar. La magia oscura se erguía a su alrededor, formando una barrera impenetrable. Era demasiado tarde.
Elisa dio un paso atrás, sus ojos llenos de lágrimas. Ella intentó, sin éxito, llegar a Vianne, pero la pared de oscuridad era demasiado poderosa.
—Vianne... —su voz era un suspiro. —Te amo, hermana... pero ya no puedo salvarte.
La imagen de Vianne, consumida por la oscuridad, era lo único que quedaba. La familia Ravencourt había sido condenada por su propia magia.
Selene, con los ojos brillando de dolor y rabia, se lanzó hacia la magia oscura, pero Edgar la detuvo. No podía permitir que se sacrificara más. A su lado, Nathaniel también se preparaba para hacer lo que fuera necesario para ayudar, pero la sombra de Vianne era ahora un monstruo, y ella no era la niña que una vez lo había acompañado.
Vianne había elegido su destino. Ella era ahora parte de la oscuridad que siempre había acechado en los rincones de Ravencourt Manor.