Tres Rostros. Un Destino

Desenlace de la Sombra

La luz que había acompañado a Selene y Edgar, y a Elisa y Nathaniel en su victoria contra las sombras, ahora parecía vacilar. El eco de la última batalla aún resonaba en los pasillos del castillo, pero el destino de Vianne se cernía sobre ellos con un peso más pesado que las mismas piedras del Ravencourt Manor.

Frente a ellos, Vianne se erguía, su cuerpo suspendido en el aire, rodeada por las lianas negras que la mantenían inmóvil, mientras las sombras danzaban a su alrededor. Sus ojos, una vez llenos de ternura y amor, estaban vacíos, opacos. No había rastro de la hermana que alguna vez habían conocido.

Selene fue la primera en romper el silencio, sus pasos vacilantes al acercarse a Vianne. La confusión y el dolor se reflejaban en su rostro, pero también había una profunda pena que la dominaba. La Vianne que amaba ya no estaba allí. Solo quedaba un espectro, un vacío que las sombras se habían encargado de llenar.

—¿Por qué, Vianne? —la voz de Selene tembló, rota por el sufrimiento. Sus ojos brillaban con la desesperación de una hermana que no podía entender cómo todo había llegado a este punto—. No es tarde. Aún puedes luchar contra ella. Puedes volver a nosotras.

Vianne rió, pero no era una risa genuina. Era amarga, cargada de rabia y dolor. La oscuridad que la poseía estaba hilando sus pensamientos, haciéndola pensar que lo que sentía era cierto, que sus emociones eran más fuertes que el amor que había compartido con ellas.

—¿Volver? —Vianne se burló, su voz como un cuchillo afilado—. ¿Para qué? Para que me ignoren otra vez como siempre lo hicieron, mientras ustedes disfrutan de la vida, de la magia y de los hombres que las aman? —su mirada pasó de Selene a Elisa y luego a Nathaniel y Edgar, antes de posar nuevamente su atención en las hermanas—. ¡Miren lo que tienen! Y yo... ¿qué soy? ¿Una sombra?

La magia oscura se cernió más sobre ella, envolviendo sus hombros como un manto de tentación. El dolor, la envidia, el abandono: todas las emociones que Vianne había guardado en lo más profundo de su ser, ahora surgían como monstruos. La oscuridad lo sabía. Había encontrado la grieta, el lugar donde Vianne ya no podía defenderse.

Elisa dio un paso adelante, el corazón apesadumbrado por las palabras de su hermana. No sabía qué responder, no podía entender cómo el dolor se había apoderado de Vianne de esa manera. Pero algo en su pecho le decía que aún quedaba esperanza.

—No era nuestra intención hacerte sentir así. —dijo Elisa, la voz temblorosa—. Nunca quise que te sintieras relegada, Vianne. Siempre serás mi hermana, siempre tendrás un lugar en mi corazón, en mi vida.

Selene se unió a su hermana, colocando una mano sobre el brazo de Elisa. Los dos hombres detrás de ellas se mantenían alerta, pero Edgar y Nathaniel sabían que este no era un enfrentamiento físico, sino emocional. La lucha que se libraba frente a ellos era más sutil, más peligrosa. El alma de Vianne estaba en juego.

—Lo que dice Elisa es verdad. —dijo Selene, su voz ahora más firme. —Yo... yo sé que no te he mostrado todo el amor que mereces, pero eso es algo que no sé cómo cambiar, y te lo prometo, haré todo lo posible para que sepas cuánto significas para mí. Pero ahora... —su voz se quebró—. Ahora tenemos que salvarte. No importa lo que sea necesario.

El aire en la sala se volvió denso, como si el propio castillo estuviera respirando con fuerza. La energía de Vianne, dominada por la magia oscura, comenzó a expandirse, formando una especie de escudo negro que se interponía entre ellas y la joven atrapada. La oscuridad se manifestaba como una figura monstruosa a su alrededor, una criatura que respiraba profundamente, casi como un espectro devorador de almas.

Vianne, al ver el amor y la angustia en los ojos de sus hermanas, sintió cómo una lágrima caía por su mejilla. No era la oscuridad lo que la tenía atrapada, sino su propia frustración, su dolor no resuelto. Sentía cómo su corazón se partía por la mitad, cómo las sombras lo absorbían todo, todo lo que alguna vez había sido bueno.

—¿Por qué no lo entendéis? —Vianne susurró, su voz quebrada. —No me dejaron ser. Me sentí atrapada en el vacío mientras ustedes... ustedes eran felices. No tengo a nadie, no tengo nada. La oscuridad me dio lo que necesitaba: poder. Sentirme vista. Sentirme importante.

Nathaniel se adelantó, su magia blanca envolviendo su ser con una luz pura. La luminosidad en sus ojos era suave, llena de compasión y determinación. Se acercó a Vianne, y la luz que emanaba de él parecía desafiar la misma oscuridad que la rodeaba.

—Vianne, escúchame. —dijo Nathaniel, su voz firme pero llena de cariño. —Eres más que esto. No importa lo que la oscuridad te haya ofrecido, lo que has sentido. Tú eres parte de nosotros, y te necesitamos. No estás sola. Te lo prometo.

Vianne se cubrió los ojos con las manos, las lágrimas cayendo con fuerza. En su mente, la lucha era feroz. Quería creerle, quería creer que todo lo que había sido tomado de ella podía recuperarse. Pero la oscuridad la devoraba, la arrastraba hacia un abismo sin fin. La visión de Nathaniel y Elisa juntos, la visión de Selene a su lado, su alma se retorcía de dolor. La envidia se había convertido en su mayor enemigo, y la oscuridad había sembrado la semilla.

La batalla, sin embargo, ya no era solo física. Vianne estaba atrapada entre dos mundos: el que ella deseaba y el que la magia oscura le ofrecía. Y como una marioneta, no podía liberarse de los hilos invisibles que la controlaban.

Finalmente, Elisa dio un paso más cerca de Vianne, su mano extendida, su corazón lleno de amor.

—Te amo, hermana. No dejes que esto te destruya. —su voz era un susurro de esperanza, de fe. —Podemos hacerlo juntas.

Pero, en ese momento, algo dentro de Vianne se rompió. La oscuridad explotó, y las lianas que la mantenían aprisionada se desintegraron en un torbellino de sombras, disparando hacia el techo como lanzas que perforaban la roca. Un rugido de furia llenó el aire.




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