El aire se volvió filo. Cortaba la piel con cada aliento. En lo alto de la galería derruida del ala norte de Ravencourt Manor, donde la luna apenas lograba colarse entre las vitrinas rotas y las nubes pesadas, el silencio se quebró como cristal negro. Y la primera en moverse fue Vianne.
Ya no caminaba. Flotaba. Sus cabellos, antes de platino ceniza, se agitaban como si vivieran por voluntad propia, y la sombra que la rodeaba ya no era solo un manto: era una criatura adherida a su piel, latiendo con el pulso de los rencores más antiguos. En sus pupilas no quedaba reflejo humano. Sólo la tormenta.
Con un movimiento abrupto de su brazo, una llamarada negra gruesa como una serpiente de humo se disparó con furia directa hacia Nathaniel y Edgar. Era un ataque seco, sin advertencias. Un alarido sin sonido. Un golpe destinado a herir el alma. Pero el amor fue más rápido que el odio. Selene y Elisa se lanzaron en un reflejo absoluto, con la urgencia de quienes sienten que una parte de su corazón está a punto de ser desgarrada.
Las hermanas alzaron sus manos como si supieran de antemano lo que harían. La magia blanca brotó como un destello de sol en un mundo donde todo había olvidado cómo era la luz. Las dos ráfagas chocaron en el centro del pasillo con un estallido sordo, y el golpe oscuro se desvió, mordiendo una columna que se partió como hueso antiguo.
Selene giró sobre sí misma, el cuerpo arqueado, los ojos inyectados de lágrimas que no caían. Elisa, por su parte, cayó de rodillas, la piel de sus palmas humeando por la fuerza que acababa de desatar.
-¡Vianne! -gritó Elisa, con voz temblorosa. -¡No somos tus enemigas!
La figura de su hermana se erguía entre la bruma espesa. Y no respondió. Pero una risa suave, apenas audible, se deslizó por las paredes. Como si no naciera de la garganta de Vianne, sino de la oscuridad que la había envuelto. Era una risa vacía, cruel. Un espejo quebrado del alma de la muchacha atrapada dentro de su propio cuerpo.
-¿No lo ven? -la voz de Vianne emergió finalmente, pero era doble: la de ella... y la de otra cosa. Más grave. Más hueca. -¿No ven cómo el amor de ustedes ha sido solo para ustedes? Mientras yo... yo fui la tercera sombra. El eco. El silencio entre las canciones.
Nathaniel, con una herida sangrando en su hombro tras el desvío del hechizo, avanzó un paso con firmeza. Edgar lo imitó, protegiendo a Selene, colocándose frente a ella como un muro.
-No estás sola, Vianne. -dijo Nathaniel, la voz tan suave como la neblina que descendía de las alturas. -Lo que sientes... no es tu voz. Es la de esa cosa que te habita. El dolor, sí, es tuyo. Pero no la crueldad.
Pero Vianne retrocedió. Sus dedos alzaron los hilos del aire, y la niebla giró a su alrededor como una bailarina macabra. Y fue entonces que la verdadera Vianne gritó. No con la boca. Sino desde dentro. Desde lo más profundo de su alma, donde aún una pequeña chispa de ella sobrevivía.Allí, la muchacha de ojos tristes y sonrisa suave, gritaba encerrada en un cuarto sin ventanas. La oscuridad la tenía encadenada a su propio corazón, haciéndole ver imágenes distorsionadas: sus hermanas riendo sin ella, los Ashmere abrazándolas, besándolas, protegiéndolas. Y ella....Sola.
- Eres prescindible - susurraba la sombra. - Siempre lo fuiste. Ellas encontraron amor... tú, soledad. ¿Por qué seguir amándolas si ellas ya te olvidaron?
Y esa herida, ese pensamiento lleno de espinas, se convirtió en puñal. El cuerpo de Vianne, manipulado como una muñeca rota, danzó con movimientos antinaturales, y en un parpadeo, el suelo se abrió bajo los pies de los hermanos Ashmere. Nathaniel y Edgar cayeron sin poder detenerse.bNo hubo gritos. No hubo oportunidad de defenderse.
Sólo lianas oscuras que surgieron del abismo, enredándose a sus cuerpos, arrastrándolos hasta las entrañas de la niebla.
Selene gritó.
Elisa corrió.
Pero fue inútil. En lo profundo del bosque interior del castillo, dos árboles gigantescos, de cortezas negras como tinta y hojas que parecían fragmentos de sombras solidificadas, surgieron. Sus raíces palpitaban. Sus troncos se abrieron como bocas, y en el interior, colgaban Nathaniel y Edgar, atados por lianas que susurraban en un idioma arcano, hundiéndolos en una inconsciencia sombría.
La risa de Vianne estalló. No era suya.vEra la de la entidad. Pero también era el eco de su resentimiento.
-Ahora... sabré qué se siente ser amada... a mi modo. -dijo ella, con una sonrisa desfigurada.
Selene cayó de rodillas.
Elisa se llevó las manos al rostro, sin poder dejar de temblar.
La hermana que tanto amaban había caído. Y el precio había sido alto. Vianne, iluminada por la luz roja de una luna deformada que se filtraba entre los vitrales agrietados, alzó sus brazos. Y sus carcajadas esas que ya no eran suyas retumbaron por todo el castillo.
El amor fue desafiado.
La sangre fue dividida.
Y las sombras, por ahora... han ganado.