Tres Rostros. Un Destino

La Fuerza del Alma Pura

Elisa respiraba con fuerza, cada inhalación llena de desesperación y esperanza a la vez. A pesar de los gritos, los susurros, y las sombras que la rodeaban, su camino estaba claro: rescatar a Nathaniel y Edgar. Su mente, aunque empañada por la incertidumbre, latía con determinación.

Cada paso que daba la acercaba más a su destino, pero también a un peligro que ella sabía que podría no ser capaz de afrontar. La oscuridad del Ravencourt Manor no solo era un hechizo; era un ente vivo, un monstruo que había vivido por siglos, alimentado por la magia oscura de la familia.

La batalla detrás de ella continuaba, el choque entre Selene y Vianne resonaba en el aire, pero Elisa sabía que no podía permitir que la oscuridad ganara. Si fallaba, no solo perdería a los hombres que amaba, sino también la luz de su propia alma. Cada grito de su hermana, cada batalla librada en su interior, le recordaba la urgencia de su misión.

Elisa avanzó por los pasillos sombríos del castillo, el aire pesado con la magia oscura que aún permanecía en las paredes. Su propia magia blanca comenzaba a brillar débilmente, una luz pura que no podía ser extinguida, aunque las sombras a su alrededor intentaban arrastrarla hacia la desesperación.

De repente, la atmósfera cambió. El aire se volvió espeso, caliente, y la luz que emanaba de Elisa comenzó a apagarse. De la oscuridad emergió una forma monstruosa, una bestia gigante hecha de sombras retorcidas, con ojos brillantes y dientes afilados como dagas. La Bestia Oscura, nacida del dolor y el resentimiento, se materializó frente a ella, bloqueando su camino.

Elisa se detuvo por un segundo, el terror sacudiéndola. Esta criatura no era algo que pudiera destruir con una simple explosión de luz. Era la manifestación de todos los miedos y dolores acumulados en Ravencourt Manor, una bestia que conocía los puntos más débiles de su alma. Pero no podía ceder. No podía permitirse temer.

Con un grito interno, Elisa alzó las manos, dejando que su magia fluya como una marea de energía blanca. La luz comenzó a envolverla, iluminando la oscuridad como un sol naciente.

La bestia rugió, lanzándose contra ella con una fuerza arrolladora, pero Elisa no se movió. En lugar de huir, la luz se intensificó, creando una burbuja de energía pura que envolvía su cuerpo y la mantenía erguida en medio de la tormenta de sombras.

La bestia se abalanzó sobre ella con garras y fauces, pero Elisa levantó sus manos. Un rayo de luz pura surcó el aire, cortando la oscuridad como un cuchillo. La bestia retrocedió, pero no desapareció. La oscuridad seguía buscando un punto vulnerable, un lugar donde Elisa pudiera caer. Ella lo sabía, pero no había vuelta atrás. Esta batalla era suya.

-¡Eres solo una ilusión! -gritó Elisa, con la voz llena de la determinación que había despertado en su corazón. -¡Te destruiré!

La magia blanca de Elisa estalló en un destello cegador. Las sombras que formaban la bestia comenzaron a desintegrarse lentamente, evaporándose como niebla bajo el calor del sol. Pero aún no era suficiente. La Bestia Oscura seguía luchando, sus garras buscando alcanzarla, mientras la luz de Elisa se mantenía firme, protegiéndola, guiándola.

Elisa cerró los ojos por un segundo, recordando el rostro de Nathaniel, la fuerza de su amor. Ese pensamiento fue todo lo que necesitaba para reunir sus últimas fuerzas. Elisa invocó una explosión de luz tan poderosa que la Bestia Oscura chilló de dolor. Con un rugido que retumbó en las paredes, la criatura se desvaneció en el aire como un sueño olvidado, dejando tras de sí solo polvo y ecos de magia rota.

Con la bestia finalmente derrotada, Elisa avanzó, más decidida que nunca. Sus pasos la llevaron a través de los pasillos, hasta el lugar donde Nathaniel y Edgar estaban atrapados. Al llegar al umbral de la sala, vio lo que más temía.

En el centro, se alzaban dos árboles de oscuridad, sus troncos negros como la misma noche, retorciéndose con una energía malsana. En sus raíces, los cuerpos de Nathaniel y Edgar estaban suspendidos, atados por las lianas que se extendían desde los árboles como tentáculos.

Ambos estaban inconscientes, pero sus rostros reflejaban la lucha interna que libraban. Elisa sintió el dolor de Nathaniel en su alma, como si él estuviera cerca pero atrapado en la oscuridad que lo rodeaba.

Un chillido resonó en la habitación, y Elisa miró al frente para ver a Vianne, su hermana, convertida en la misma oscuridad que había consumido el castillo. Vianne estaba rodeada por la sombra, su cuerpo temblando, pero su mirada estaba vacía, llena de odio y dolor. La magia oscura había tomado completamente su alma.

-¡No! -gritó Elisa, sus ojos llenos de lágrimas. -¡Vianne, no eres tú! ¡Lucha contra esto!

Pero Vianne no la escuchaba. La oscuridad había tomado su cuerpo, y su voz, ahora desquiciada, resonaba en la sala con una furia insondable.

-¡Tú no sabes lo que es ser olvidada, Elisa! -gritó Vianne, su voz llena de rabia- ¡Mientras ustedes estaban amando, yo estuve sola! ¡No me dejaste ser! ¡Nunca me dejaste ser parte de esto!

Elisa extendió las manos, su magia blanca brillando en sus palmas. Vianne se lanzó hacia ella, y la oscuridad volvió a tomar forma, lanzándose hacia Elisa con la furia de un torrente de sombras.

Selene había llegado al centro del salón, y al ver la lucha entre Elisa y Vianne, su corazón se detuvo por un momento. La hermana que tanto amaba ahora estaba completamente perdida en la oscuridad. Selene sabía que había que actuar rápido.

El tiempo parecía desmoronarse a su alrededor. Elisa no podía dejar que Vianne se destruyera. Y no podía hacerle daño. Elisa sabía que su hermana aún estaba ahí, pero la magia oscura la mantenía atrapada.

La batalla entre ellas comenzó. Selene, con su magia blanca como escudo, se unió a Elisa para luchar contra Vianne, pero la oscuridad las rodeaba y las sombras se alzaban como un ejército. Elisa y Selene luchaban contra el mal, pero sus fuerzas eran limitadas, y Vianne no parecía ceder.




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