La sala central de Ravencourt Manor estaba impregnada de una niebla espesa, un aire viciado que envolvía a los presentes en un abrazo helado. La oscuridad, densa y aplastante, se alzaba como un monstruo. Las paredes, talladas con símbolos antiguos de magia, reflejaban la luz de las antorchas que ardían en el borde, pero la luz no era suficiente para disipar la sombra que había tomado a Vianne.
Selene miraba a su hermana, pero ya no veía a la Vianne que había amado. Ante ella estaba una figura que parecía encarnar la misma oscuridad que había condenado a su familia, la oscuridad que, como un veneno ancestral, la había corrompido. La magia oscura que dominaba su cuerpo era palpable, como una fuerza que podía sentirse en cada respiración, un peso sobre el corazón de Selene.
Vianne estaba rodeada de sombras, su cuerpo suspendido en el aire, una marioneta de la magia oscura. Sus ojos brillaban con la furia de mil tormentas, pero no era ella quien estaba mirando. No era la hermana que había conocido Selene.
Era la oscuridad misma, la esencia misma de la rabia y el dolor que había tomado el control. El alma de Vianne estaba atrapada, herida, y Selene lo sabía. Pero también sabía que lo que quedaba de su hermana ya no podía ser salvado.
-¡Vianne! -gritó Selene, con la voz quebrada por el dolor, pero firme en su determinación. -No eres así. ¡Vuelve!
La respuesta fue un rugido. Vianne alzó las manos, y las sombras que la rodeaban se retorcieron, como si respondieran a su ira. De sus dedos salieron hilos de oscuridad que se lanzaron hacia Selene, golpeándola con una fuerza destructiva, pero Selene levantó su propia barrera de magia blanca. La luz que emanaba de ella era pura, pero las sombras no se detenían.
Vianne, aún en medio de la oscuridad que la poseía, miró a Selene con ojos vacíos, su rostro retorcido por el rencor y la desesperación.
-¿Crees que aún soy tu hermana? -dijo Vianne, su voz como un susurro envenenado. -Ya no soy nada. Soy lo que ustedes hicieron de mí. ¿Por qué sigues luchando por alguien que te ha traicionado? Yo te vi... siempre te vi, y tú me abandonaste por él, Selene. Me dejaste por Edgar, mientras yo... mientras yo quedaba sola, ¿y ahora quieres salvarme?
El corazón de Selene se hundió, pero no cedió. Su alma estaba unida al amor que sentía por Edgar, y nada, ni siquiera la oscuridad que consumía a Vianne, podía quebrar esa unión. El amor de Selene por Edgar era una barrera más fuerte que la sombra que había poseído a su hermana.
-¡Cállate! -gritó Selene, su voz llena de furia. -¡Nunca te dejé! ¡Nunca te olvidé! ¿No lo ves? -con las manos extendidas, Selene dejó que su magia blanca estallara en una explosión de luz que iluminó la sala. El aire se volvió cálido, como si el sol hubiera invadido el corazón del castillo. -Me pediste perdón, y lo acepté. Pero no me dejas opción. ¡Me estás obligando a hacer esto!
La luz de Selene brilló con tal fuerza que la oscuridad a su alrededor retrocedió, pero Vianne no se rendía. Al contrario, la magia oscura creció, envuelta en una tormenta de sombras que se arremolinaban alrededor de su cuerpo. La furia que sentía en su alma, el dolor de sentirse relegada, la envidia que la había devorado... Todo eso se estaba manifestando en su magia oscura.
-No entiendes, ¿verdad? -dijo Vianne, su voz llena de odio y resentimiento. -Siempre fue así. Tú con él, siempre con él. ¿Y yo? Yo quedé olvidada. Sola. Sin amor. Sin esperanza. Ustedes me abandonaron. Y ahora, ¿quieres salvarme? ¿Por qué? ¿Porque soy tu hermana? -la voz de Vianne se alzó, resonando con la crueldad de un espíritu poseído. -¡Yo no necesito ser salvada!
Selene se enfrentó a la magia oscura que Vianne había desatado, su cuerpo temblando por el esfuerzo. Pero dentro de ella había algo más que fuerza. Había amor, pasión, una conexión tan profunda con Edgar que nada podría separarlos. El amor de Selene era su poder, su ancla. Y ese amor fue lo que le dio el poder para resistir la furia de Vianne.
-¡Vianne, no puedo dejar que sigas así! -dijo Selene, con lágrimas en los ojos. -¡Te amo! No me importa lo que hayas hecho. ¡No me importa lo que haya pasado! ¡Tú eres mi hermana, y no voy a dejar que te destruyas a ti misma!
Pero Vianne, cegada por el odio, no escuchaba. La magia oscura se alzó, más fuerte, más rápida, envolviendo a Selene en un abrazo de sombras que la hacían retroceder.
En ese momento, el aire se llenó de una energía eléctrica, como un presagio de lo que estaba por venir. Edgar, desde su prisión de oscuridad, comenzó a sentir que la magia blanca de Selene le tocaba, lo despertaba.
Aunque su cuerpo estaba inmovilizado, su alma era libre, y la luz de su amada le llegó como un rayo de esperanza. Edgar cerró los ojos, concentrándose, invocando la magia blanca que había permanecido dormida dentro de él.
Elisa observó la batalla entre Vianne y Selene, y, al ver la lucha en los ojos de su hermana, algo en su corazón se rompió. No quería perder a Vianne, pero ¿a qué precio? Elisa sabía que Vianne no podía ser salvada por las palabras, ni por las lágrimas. Solo la magia que Selene compartía con Edgar podía restaurarla.
-¡Selene, no lo hagas! -gritó Elisa, desesperada. -¡No sigas luchando! ¡¡Vianne!! -pero la batalla seguía siendo más feroz que nunca.
Vianne alzó las manos, y la oscuridad se desató. Un rugido de furia inundó la sala, llenando el aire con un viento tan helado que la luz misma de la magia blanca comenzó a apagarse, como si fuera absorbida por el abismo.
Y cuando la luz parecía extinguirse por completo, cuando todo parecía perdido...
Edgar, a través de su amor por Selene, logró romper las cadenas que lo mantenían cautivo. Su poder blanco brilló como un sol estallando en su pecho, y las raíces negras que lo mantenían cautivo comenzaron a desintegrarse bajo la pureza de su magia.
Edgar saltó al centro de la sala. Selene lo miró, sorprendida, pero el alivio llenó su pecho.