Tres Rostros. Un Destino

La Larga Noche Final

El aire era denso, lleno de la electricidad de la batalla que aún retumbaba en cada rincón del Ravencourt Manor. La oscuridad, esa antigua y maligna presencia que había gobernado durante siglos, había tomado forma: un monstruo gigantesco, una criatura formada de pura sombra y terror, con ojos brillantes como estrellas apagadas y dientes afilados como cuchillas.

El suelo temblaba bajo sus pies, y su respiración, llena de pesadez, hacía que la oscuridad misma respirara. Era la culminación de todo lo que el clan Ravencourt había cultivado, la manifestación de sus miedos, sus deseos más oscuros, su resentimiento acumulado.

A su alrededor, los cinco Selene, Edgar, Elisa, Nathaniel, y Vianne, que aún yacía inconsciente a un costado, respiraban entrecortadamente, sus cuerpos agotados, pero sus corazones latían con una fuerza renovada por la magia blanca que los había unido.

Vianne estaba allí, a su lado, caída y vulnerable, pero el monstruo de sombra la tenía a ella como su último objetivo. La oscuridad la deseaba. Ella era el último eslabón, la última llave para sellar su dominio sobre todo. Vianne había sido el faro que había atraído la tormenta, pero aún quedaba una pequeña chispa de la verdadera Vianne, una chispa de arrepentimiento, de amor y dolor que nunca se había apagado.

El monstruo de sombra se alzó, su forma inhumana giraba y se retorcían, como si fuera una masa amorfa que tomaba y rechazaba forma constantemente. El sonido de sus pisadas resonaba como truenos que rompían la calma del castillo. Una sombra de poder incontrolable lo rodeaba, y cada movimiento suyo hacía que la magia blanca de Selene y Edgar palideciera, como si la luz misma tuviera miedo de enfrentarse a la oscuridad.

Nathaniel sintió un tirón en su corazón. La oscuridad era algo que no podría resistir sin perder su alma. Pero Elisa estaba a su lado, su poder blanco era el último faro de esperanza.

—¡Es ahora o nunca! —gritó Edgar, con los ojos llenos de fuego. —¡Debemos unir nuestras fuerzas, todos juntos! ¡De lo contrario, esto nunca terminará!

Selene no dijo nada. Sabía lo que tenía que hacer. Lo sabía porque Edgar lo había dicho. No solo la oscuridad estaba aquí, sino que Vianne había sido el catalizador. Era el fin. Un sacrificio inevitable. La magia blanca tendría que ser suficiente, pero la pregunta era: ¿era suficiente para resistir el monstruo que se cernía sobre ellos?

Elisa extendió las manos hacia el aire, su magia blanca iluminó la sala, creando una esfera de luz pura. Nathaniel, a su lado, la acompañó. Las energías blancas de ambos se entrelazaron como hilos invisibles, pero fuertes. La bestia de sombras intentó atacar, desintegrando todo a su paso con su aliento de oscuridad. Pero los hermanos Ashmere no cedieron. No retrocedieron.

Selene extendió su mano hacia Vianne, cuya respiración era apenas audible. Las sombras que la rodeaban temblaron, y la magia blanca de Selene la rodeó. Era una barrera, una promesa de protección.

Pero lo que ninguno de ellos había anticipado, era que la oscuridad no solo tomaba forma física, sino que había cobrado vida en los corazones de las personas. Vianne, aunque inconsciente, sentía la presión de la oscuridad. La sombra quería apoderarse de su alma por completo. Pero Selene lo sabía: si Vianne aún permanecía viva, aún podría ser salvada.

Con una explosión de energía, Elisa y Nathaniel unieron sus manos, creando una corriente de luz tan intensa que la bestia de sombra retrocedió por un momento, como si la magia blanca fuera agua hirviendo tocando el hielo.

Edgar y Selene aprovecharon el momento, lanzando una onda de energía blanca desde sus corazones. La magia se cruzó en el aire y formó una esfera de luz tan poderosa que iluminó el cielo mismo, explotando como una supernova en medio de la oscuridad.

El monstruo de sombra gritó, su cuerpo comenzando a desmoronarse bajo el ataque combinado. Pero la batalla no estaba ganada aún. Vianne aún estaba en pie, y la oscuridad la mantenía atada a sí misma.

Entonces, la verdadera Vianne emergió, a pesar de la magia oscura que la había aprisionado.
Vianne gritó de dolor, pero no de rabia. La oscuridad seguía tirando de ella, pero algo dentro de ella comenzó a romperse. Elisa fue la primera en verla.

—Vianne —dijo Elisa, acercándose a su hermana, su voz llena de amor y desesperación— ¡Vianne, lucha! Tú no eres esto. ¡Tú no eres la oscuridad!

Vianne, bajo el peso de la oscuridad que la poseía, comenzó a caer al suelo, su cuerpo vacilante. Pero Selene la sostuvo.

—Te amo, hermana. ¡Nunca te dejaremos! —dijo Selene, abrazando a Vianne mientras la magia blanca envolvía a la hermana perdida.

Un rayo de luz blanca atravesó la oscuridad, desintegrando por completo la bestia. El Ravencourt Manor comenzó a temblar, y el aire se iluminó con una luz tan pura que se extendió por cada rincón de la mansión, disipando la sombra que la había consumido por generaciones.

Vianne respiró hondo, sus ojos llenos de lágrimas. Miró a sus hermanas y a los hermanos Ashmere, pero no sabía qué decir. Las palabras ya no importaban. Solo el silencio de la paz que seguía después del sacrificio. Con un suspiro, Vianne dijo, con voz temblorosa:

—Lo siento. Lo siento tanto, hermanas. —sus ojos brillaban con una tristeza tan profunda que hacía eco en el alma de todos los presentes— Me dejé consumir... por mi dolor, por mi envidia.

Selene y Elisa la abrazaron, sabiendo que su lucha no había terminado, pero al menos, Vianne había vuelto. La verdadera Vianne había regresado a ellas. Pero el castillo de Ravencourt Manor estaba a punto de caer. Las sombras ya no podían resistir la luz. La familia había sido liberada.

El castillo caía, pero con él, también lo hacía la oscuridad. Vianne, aunque rota, había sido salvada. Selene y Edgar se abrazaron, los cuatro unidos por un amor que había resistido más que el tiempo, más que la oscuridad misma.




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