El sol se despidió lentamente, tiñendo de dorado los cielos y las tierras circundantes al castillo Ashmere. La mansión, antes oscura y olvidada, ahora brillaba bajo la luz del atardecer, resplandeciente con colores cálidos y una energía vibrante que llenaba el aire de esperanza.
Hoy, no solo se celebraba el amor entre Selene y Edgar y Elisa y Nathaniel, sino también el fin de una era oscura para las familias Ashmere y Ravencourt. El amor había triunfado, y con él, la luz sobre la sombra.
La gran sala de la mansión estaba decorada de manera opulenta. Las columnas de mármol, normalmente frías y vacías, estaban cubiertas con guirnaldas de flores blancas, lirios y rosas, que ascendían como columnas vivas.
Las mesas estaban llenas de finos candelabros de plata, cuyas velas iluminaban la habitación con una luz cálida y suave. Los tapices adornaban las paredes, reflejando escenas de naturaleza pura y paisajes tranquilos, una imagen de la paz recién adquirida.
En el centro de la sala, una enorme alfombra de terciopelo rojo formaba un camino que conducía al altar, rodeado de flores, luces doradas y cortinas blancas que ondeaban suavemente, acariciadas por la brisa.
Los asientos estaban dispuestos en dos filas, una a cada lado, llenos de parientes, amigos y seres queridos que habían llegado de los cuatro rincones del reino, ansiosos de presenciar el evento que uniría para siempre a dos grandes linajes.
Selene y Elisa, las hermanas que tanto habían luchado, ahora caminaban con una calma majestuosa, envueltas en sus trajes de novia, con ojos brillantes y sonrisas que emanaban pureza.
Selene, radiante con su vestido de encaje blanco, tenía una capa de tul que caía delicadamente hasta el suelo, y su cabello estaba recogido en un elaborado peinado adornado con pequeños diamantes, que reflejaban la luz como estrellas.
Elisa, a su lado, llevaba un vestido igualmente impresionante, de un blanco perlado, adornado con bordados de hilo dorado que representaban la luz y la esperanza, simbolizando su amor por Nathaniel.
Nathaniel estaba impecablemente vestido con un traje de lino blanco, con detalles en oro que resaltaban la riqueza de su linaje. Su corbata de seda complementaba perfectamente el conjunto, y sus ojos, brillando con una mezcla de emoción y amor, solo tenían espacio para Elisa en su mirada.
Edgar, de pie junto a Selene, compartía la misma elegancia, con su traje oscuro y una capa de terciopelo negro que le confería una dignidad majestuosa. Su expresión era serena, pero sus ojos no podían dejar de recorrer a Selene, la mujer con la que había compartido tantas batallas, tanto sufrimiento como amor.
El altar, decorado con flores blancas, estaba custodiado por un par de candelabros de plata, y sobre él, descansaba un antiguo libro de bodas, un símbolo de la tradición de los Ashmere.
La ceremonia transcurrió con solemne solemnidad, las palabras del sacerdote resonaron como ecos antiguos mientras Selene y Elisa intercambiaban votos, sus voces llenas de promesas, de dulzura, y de pasión.
Al final, tanto Selene como Elisa fueron declaradas oficialmente esposas, sus amados Edgar y Nathaniel tomándolas entre sus brazos, sellando la unión con un beso lleno de amor, respeto y la libertad que por fin habían encontrado.
Los aplausos retumbaban en el aire, mientras todos se levantaban para rendir homenaje a las parejas, observando cómo el amor florecía con toda su fuerza.
Después de la ceremonia, la fiesta comenzó con música alegre, risas y una sensación palpable de alegría flotando en el aire. Los invitados comenzaron a bailar bajo las luces doradas de los candelabros.
La mesa de banquete se desbordaba con manjares exquisitos, frutas, carnes asadas, pasteles de miel y vino que fluía como ríos dorados. La comida no solo era para saciar el apetito, sino también para celebrar la vida, el amor y la familia reunida.
Vianne, de pie en la entrada, observaba todo esto en silencio. Su corazón, aunque marcado por el dolor, se encontraba inmerso en una marea de emociones contradictorias. Por un lado, sentía una tristeza profunda por no haber sido parte de este momento de felicidad, pero por otro, sabía que su viaje aún no había terminado.
Se había retirado del mundo de su familia, porque sabía que aún no era capaz de perdonarse a sí misma. Sus hermanas se habían casado, encontrando a su lado los hombres que tanto amaban, mientras ella se quedaba atrás, enfrentando la oscuridad de su alma. La presencia de la luz era dolorosa para ella, porque recordaba lo que había perdido.
La fiesta continuó hasta altas horas de la noche, con música, bailes y risas. El ambiente estaba lleno de energía, como una manifestación física del amor que se desbordaba en la sala. La conexión entre Elisa y Nathaniel, y Selene y Edgar, era palpable.
El amor entre ellos no solo era evidente, sino también un recordatorio del sacrificio, la lucha y el dolor que ambos habían superado para llegar a este momento.
La mesa estaba llena de historias compartidas, abrazos y palabras de gratitud. Los Ravencourt y los Ashmere habían superado las viejas tensiones, y ahora, juntos, celebraban no solo el amor de las parejas, sino también la paz que tanto habían buscado. Pero para Vianne, el vacío seguía presente.
Al final de la fiesta, la decisión de las parejas fue clara. Selene y Edgar se marcharían hacia la mansión principal de los Ashmere, donde comenzarían una nueva vida juntos, rodeados de la familia que tanto los había apoyado.
Nathaniel y Elisa, por otro lado, habían recibido una mansión que había sido cedida por la familia, un símbolo de su nueva vida. Aunque el amor entre ellos era fuerte, necesitaban algo de espacio para sanar las heridas que aún quedaban de sus pasados y construir un futuro juntos.
Vianne, que había sido observadora desde las sombras de la sala, decidió, por su parte, regresar sola al Ravencourt Manor. Después de todo, sus parientes ya se habían marchado, regresando a sus respectivos hogares tras la fiesta, y ella no podía quedar entre los demás.