Tres Rostros. Un Destino

Alma Perdida

Primera Parte: El Cierre de una Era y el Inicio de una Nueva Historia

La primera parte de la historia de amor entre Elisa y Nathaniel, y Selene y Edgar, había llegado a su culminación en un espléndido final: dos bodas, el resurgir de los clanes Ravencourt y Ashmere y la superación de las sombras que habían oscurecido el legado familiar.

Las hermanas habían logrado no solo unirse con sus respectivos amados, sino también romper con el ciclo de oscuridad que había marcado a sus familias durante generaciones.

Sin embargo, el vacío dejado por Vianne seguía siendo palpable. Aunque la oscuridad había sido derrotada, su alma no había logrado liberarse completamente.

Tras la fiesta de bodas, Vianne se retiró a Ravencourt Manor, su hogar ancestral, donde la quietud y las sombras le ofrecían refugio, pero también la carga de su dolor y su culpabilidad. Vianne, al haber sido consumida por la oscuridad, no encontraba consuelo entre la luz de sus hermanas y los seres que las rodeaban.

El amor había triunfado para Selene, Elisa, Edgar y Nathaniel, pero aún faltaba la redención de Vianne, cuya lucha interna continuaba en el silencio del castillo vacío.

Segunda Parte: El Encuentro con lo Desconocido

Ravencourt Manor, aunque había sido liberado de la oscuridad, seguía envuelto en una quietud inquietante. Las viejas paredes del castillo susurraban historias de antaño, y los pasillos vacíos resonaban con ecos de un pasado tormentoso. La luz que brillaba en el castillo de los Ashmere no lograba disipar completamente la penumbra que aún permanecía en el corazón de Vianne.

Un día, mientras caminaba sola por los jardines del castillo, Vianne tropezó con algo inesperado. En el suelo, parcialmente oculto entre la maleza, yacía un joven, su cuerpo sangrante y su respiración débil. No podía ser.

Vianne se acercó con cautela, la curiosidad y el instinto protector despertando en su interior. Al acercarse más, se dio cuenta de que el joven estaba en un estado crítico, herido tanto en su cuerpo como en su alma.

-¿Quién eres? -murmuró Vianne para sí misma, mientras se arrodillaba junto al joven. Los ojos del hombre estaban cerrados, pero había algo en su semblante que evocaba una extraña familiaridad.

Vianne lo observó detenidamente. Él no llevaba ropas nobles, y su rostro estaba cubierto por una capa de suciedad y sangre. Su vestimenta rasgada y su desordenado cabello oscuro lo hacían parecer un vagabundo o un hombre perdido, pero su figura aún tenía algo noble, algo que atraía la atención de Vianne.

En un impulso, Vianne lo levantó cuidadosamente, usando todas sus fuerzas para transportarlo a uno de los salones del castillo. Sabía que debía ayudarlo, pero lo que la perturbaba era la sensación de que su presencia aquí no era casual.

Algo en su ser la empujaba a cuidarlo, a salvarlo. Vianne, aunque atrapada por sus propios demonios, sabía lo que se sentía estar perdida, y si este hombre necesitaba su ayuda, ella no podía rechazarlo.

Lo acomodó cuidadosamente sobre un diván, llamando a los sirvientes para que trajeran agua y vendajes. Vianne se inclinó sobre él, sus manos temblando al intentar limpiar sus heridas. Su corazón latía con una mezcla de inquietud y compasión, pero al mismo tiempo, sentía una extraña conexión con este hombre que aún no conocía.

A medida que pasaba el tiempo, el joven comenzó a despertar lentamente. Sus ojos, de un verde profundo, se abrieron lentamente, llenos de confusión y dolor. Al principio, su mirada estaba perdida, como si tratara de entender dónde estaba, pero luego, al ver a Vianne, sus ojos se enfocaron en ella, reconociéndola sin palabras.

-¿Dónde... estoy? -su voz era ronca, como si estuviera hablando después de un largo sueño o de un largo sufrimiento.

Vianne lo miró con una calma inexplicable, a pesar del tumulto en su interior. Aunque sentía un vacío, algo en su alma se estremeció ante la fragilidad de este hombre.

-Estás en mi hogar. -respondió Vianne, su voz suave. -Te encontré en el jardín. Estabas herido. ¿Qué te sucedió?

El joven intentó incorporarse, pero el dolor lo hizo caer de nuevo sobre el diván. Vianne lo sostuvo con suavidad, guiándolo para que se recostara.

-No lo sé... -respondió él, entrecortado, su cuerpo temblando con la intensidad de la agonía. -Solo recuerdo... huir. Estaba corriendo, y... ellos... me atraparon. Pero no sé por qué.

Vianne lo miró, sus ojos buscando respuestas en los suyos. Había algo en él que la inquietaba, algo que resonaba en lo más profundo de su ser. No era solo su dolor lo que la tocaba; era el misterio que lo rodeaba.

¿Quién era este hombre? ¿Por qué, incluso en su sufrimiento, había algo en su presencia que le hablaba al corazón de Vianne?

-Mi nombre es Vianne... -dijo ella, su voz apenas un susurro. -¿Y el tuyo?

El joven cerró los ojos por un momento, como si tratara de recordar, de reunir sus pensamientos dispersos. Finalmente, después de unos segundos, dijo:

-Mi nombre... es Adrian. -su voz era suave, pero había una firmeza oculta en ella. -Adrian Delacroix.

Vianne sintió un estremecimiento en su pecho. Delacroix. Esa familia tenía una reputación, aunque no tan conocida como la de los Ravencourt o los Ashmere. Pero había algo en ese apellido que evocaba una sensación de familiaridad y misterio que la desconcertaba.

Vianne no tenía tiempo para procesar todo lo que ese nombre significaba, porque algo más importante la llamó: Adrian estaba débil, su cuerpo luchaba por recuperarse. Y aunque Vianne sentía un profundo conflicto interno, sabía que no podía abandonarlo, no podía dejar que su orgullo o su dolor se interpusieran. Había algo en él, una necesidad que su corazón no podía ignorar.

Con el paso de los días, Adrian se recuperó bajo los cuidados de Vianne, quien comenzó a conocer más sobre su misterioso pasado. Cada conversación, cada gesto, despertaba una conexión más profunda entre ellos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.