Tres Rostros. Un Destino

Sombras de un Pasado Olvidado

La luz del día pasaba suavemente a través de las ventanas del salón principal de Ravencourt Manor, iluminando el rostro cansado de Adrian, quien se encontraba reclinado sobre los cojines de un sillón cerca de la chimenea.

Aunque su cuerpo ya no sangraba y sus heridas físicas comenzaban a sanar, su mente estaba lejos de encontrar paz. Cada vez que intentaba recordar el pasado, una espesa niebla se interponía entre él y las respuestas que tanto deseaba. Los recuerdos de su vida anterior se desvanecían, difusos, como sombras deslizándose fuera de su alcance.

Vianne, a su lado, no podía dejar de observarlo, una sensación extraña creciendo dentro de ella mientras cuidaba de él. Su primer impulso fue simplemente ayudarlo, una especie de necesidad de curar a alguien más que no fuera ella misma.

Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba con Adrian, más percibía una atracción misteriosa, algo inexplicable que la hacía acercarse más a él. No era solo su deseo de ayudar, no era solo su sufrimiento, sino algo más profundo, algo que tocaba las fibras más íntimas de su ser.

El dolor y la oscuridad que Adrian llevaba consigo parecían resonar con la suya propia, algo en él le despertaba ecos del sufrimiento que había experimentado, algo que Vianne no podía evitar reconocer. Algo que la atraía, que le susurraba al oído, pero también la aterraba.

Los Delacroix.

El apellido sonaba familiar, aunque su historia no era algo que Vianne tuviera claro. Sabía que Adrian venía de una familia antigua, con raíces tan profundas como las del mismo castillo, pero lo que no sabía era que la historia de los Delacroix estaba teñida de oscuridad y secretos.

Su nombre estaba marcado por eventos olvidados por la mayoría, pero no por Vianne, ni por las paredes del castillo que aún susurraban los ecos de los antiguos tiempos.

Los Delacroix eran conocidos, sobre todo, por su conexión con la magia oscura. Mucho antes de la llegada de los Ravencourt a Ravencourt Manor, la familia Delacroix era temida y respetada en todo el reino.

Se decía que habían practicado artes prohibidas durante generaciones, realizando rituales secretos que desafiaban las leyes de la naturaleza misma. Magia oscura que les otorgaba poder, pero a un costo terrible.

En los relatos antiguos, se hablaba de cómo el patriarca de los Delacroix, Jacques Delacroix, había hecho un pacto con una entidad del más allá. La familia había invocado a un ser de sombras, ofreciéndose a sí mismos como sacrificio para obtener un poder que superara cualquier cosa que los mortales pudieran imaginar.

Pero lo que no sabían era que el precio de ese poder era la destrucción del alma. Aquella entidad, que se alimentaba de las emociones humanas más oscuras, se apoderó lentamente de la esencia de los Delacroix, transformándolos en servidores de la oscuridad, condenados a vivir bajo su influencia.

A lo largo de los siglos, la magia de los Delacroix se fue corrompiendo, hasta que solo quedaba el nombre y las leyendas de su terrible poder. Adrian, por desgracia, era un descendiente directo de esa línea de sangre maldita. Aunque no lo sabía, su familia estaba marcada por un legado tan antiguo como el castillo mismo, un legado de magia negra que había dejado cicatrices profundas en el alma de su gente.

Mientras Adrian descansaba, aún incapaz de recordar con claridad lo que había sucedido antes de su encuentro con Vianne, él mismo comenzaba a sentir una extraña conexión con ella, aunque no podía explicarlo.

En su mente nublada, todo parecía demasiado confuso, pero cuando la miraba, una sensación reconfortante lo invadía. Como si ella fuera el único faro de luz en su oscuro y distorsionado mundo.

A medida que pasaban los días, Vianne lo cuidaba con una dedicación que parecía ir más allá de la compasión. Ella lo observaba con una mezcla de curiosidad y algo más que no lograba comprender.

En cada uno de sus movimientos, Adrian parecía recordarle algo que había estado oculto en lo más profundo de su ser. Era como si las piezas de un rompecabezas estuvieran comenzando a encajar lentamente.

Pero, lo que Vianne no sabía era que, mientras cuidaba de Adrian, ella también estaba despertando algo en él. Algo que ni él mismo podía controlar.

Un día, mientras Vianne preparaba un brebaje curativo para Adrian, el joven comenzó a murmurar algo entre sueños. Al principio, sus palabras eran ininteligibles, pero luego, lentamente, una frase clara salió de sus labios.

—El pacto... el precio del poder...

Vianne se detuvo en seco, sus manos temblaron ligeramente. El aire pareció volverse más pesado, y por un momento, todo a su alrededor se detuvo. Ella había escuchado esas palabras antes, en las viejas leyendas que había leído en los grimorios que su madre había guardado en secreto.

El pacto de los Delacroix... ¿Podía ser que Adrian estuviera refiriéndose al mismo pacto del que hablaban las historias? ¿Al pacto que había condenado a su familia?

Intrigada, Vianne se acercó a él, tomando su mano con suavidad. Adrian despertó lentamente, su mirada perdida y confusa.

—¿Qué dijiste? —preguntó Vianne, su voz llena de incertidumbre. —¿De qué pacto hablas?

Adrian, todavía débil, intentó recordar. Sus ojos se entrecerraron mientras pensaba, pero la niebla en su mente era densa. Solo podía recordar fragmentos de su pasado. Fragmentos de una oscuridad que le era ajena pero a la vez familiar.

—Mi familia... —dijo Adrian con voz ronca— Ellos... hicieron algo terrible. No lo recuerdo todo, pero....el precio fue más alto de lo que imaginamos.

La revelación lo golpeó como una ola. Vianne sintió un nudo en su pecho. Sabía lo que eso significaba. Adrian estaba atado a la oscuridad, igual que su familia.

Los Delacroix habían hecho un pacto con la misma entidad que había perseguido su linaje, un pacto que había condenado su alma, igual que la de Vianne.




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