Tres Rostros. Un Destino

Sombras del Ayer

El viento frío de la tarde soplaba suavemente a través de las grietas del antiguo Ravencourt Manor, como si la casa misma respirara, exhalando el aire de siglos de secretos y olvidos. Las sombras danzaban en los pasillos vacíos, y los ecos de tiempos pasados se susurraban entre las paredes cubiertas de musgo y enredaderas.

Vianne había pasado días en completa quietud, sumida en sus propios pensamientos, tratando de procesar las revelaciones de Adrian y su misterioso vínculo con la oscuridad. Su corazón estaba dividido entre el amor y el miedo, entre la necesidad de salvarlo y el deseo de liberarse de las cadenas de su propio sufrimiento.

El joven Adrian Delacroix, aunque ahora recuperado parcialmente, continuaba luchando contra la niebla en su mente. Cada vez que intentaba recordar el pasado, los recuerdos se desvanecían entre sus dedos, como agua escapando de un vaso roto.

Sin embargo, cuando su mirada se cruzaba con la de Vianne, algo en su interior despertaba, una sensación profunda y visceral que lo unía a ella de maneras que no podía comprender.

Lo que él no sabía era que Vianne había comenzado a sentir una conexión con él más allá de su rol como cuidadora. Algo en su dolor la había tocado, algo que resonaba con la tormenta interna que llevaba dentro. Mientras ella lo ayudaba a recuperar sus fuerzas, sentía que su propia alma también comenzaba a sanar, aunque de una manera sombría.

El pasado de los Delacroix había estado envuelto en secretos oscuros, pero los recuerdos de Adrian sobre su familia comenzaban a emerger poco a poco. Aunque sus memorias seguían nubladas, empezaba a tener fragmentos de lo que había sucedido antes de su llegada al Ravencourt Manor.

Sabía que su familia había practicado magia oscura desde tiempos inmemoriales, y aunque había sido criado para servir a las artes oscuras, nunca había entendido realmente el alcance de la maldición que los había marcado.

—¿Qué fue lo que realmente hicieron tus ancestros? —preguntó Vianne, interrumpiendo sus pensamientos mientras lo observaba desde una distancia.

Adrian levantó la vista, su mirada perdida en la distancia, como si tratara de alcanzar los recuerdos que se deslizaban entre sus dedos. Un silencio largo llenó el aire, y entonces habló con una voz rasposa, como si el simple acto de recordar fuera doloroso.

—Mis antepasados... hicieron un pacto. —dijo, su voz grave y llena de incertidumbre. —Un pacto con una entidad oscura, algo que no podía comprender de niño, pero que ahora me atormenta. No puedo recordar todo, pero sé que ese pacto ha perseguido a cada generación de Delacroix.

Vianne lo miró fijamente. Sus palabras eran como ecos de una antigua maldición que también había marcado su propia vida. Su familia había estado atrapada en las garras de la oscuridad, pero ella nunca había imaginado que el mal que había consumido a los Ravencourt pudiera estar vinculado a los Delacroix. La oscuridad de su propio linaje la había cegado durante tanto tiempo.

—¿Cómo liberarse de eso? —preguntó Vianne, su tono lleno de desesperación y esperanza al mismo tiempo.

Adrian suspiró, su mirada triste.

—No lo sé. Lo único que puedo decirte es que los Delacroix nunca fuimos libres. La oscuridad nos controla, nos utiliza como piezas en un juego que no comprendemos. Mi familia… se ofreció al mal para obtener poder, pero el precio fue más grande de lo que imaginaban. Y ahora, esa oscuridad me ha seguido hasta aquí. Nos ha seguido a todos.

El aire en la habitación se volvió pesado, como si la propia Ravencourt Manor absorbiera el dolor y la culpabilidad de los dos. Vianne sintió un nudo en su estómago, y una sensación de impotencia la invadió.

Había algo oscuro y siniestro que rodeaba a Adrian, algo más profundo que sus heridas físicas. La sombra que lo seguía no era solo un residuo de su familia, sino una entidad maligna que lo había marcado de por vida.

En ese momento, Vianne comprendió que Adrian y ella estaban irremediablemente conectados, no solo por el sufrimiento que ambos compartían, sino por una fuerza mucho más oscura, una fuerza que quería apoderarse de ellos.

La conexión que sentían no era solo emocional, sino también mágica, un lazo siniestro que había nacido de los pactos rotos de sus linajes.

El alma de Vianne comenzó a tormentarse nuevamente, y Adrian pareció sentirlo. La conexión entre ellos era innegable, y sin embargo, su mente seguía atrapada entre las sombras del pasado. Vianne cerró los ojos y, por un breve momento, sintió la presencia de algo más. Algo que no podía explicar.

—¿Lo sientes? —preguntó Vianne, mirando a Adrian, su voz temblando.

Él asintió, sus ojos reflejando una comprensión profunda, aunque dolorosa.

—Sí. Lo siento. Esa oscuridad… está aquí, conmigo. No me deja ir.

En ese instante, una sombra cruzó el umbral de la puerta, una presencia fría y oscura que impregnó la habitación. Vianne y Adrian giraron al mismo tiempo, sintiendo la presión de la oscuridad acercándose, tan tangible como el aire que respiraban. Un susurro en sus mentes, frío y cruel, les dijo que la lucha aún no había terminado.

—No pueden escapar. —La voz resonó en la sala, de una entidad desconocida, llena de poder maligno.

La magia oscura de Ravencourt Manor estaba a punto de reclamar nuevamente a Vianne y Adrian, pero algo había cambiado. Los dos, aunque marcados por el pasado, ya no eran los mismos. El amor y el sacrificio los habían unido, y la oscuridad ya no podía tomar el control de sus almas.

El futuro de Vianne y Adrian estaba lleno de misterio y peligro. Los ecos de la oscuridad seguían atormentándolos, pero en sus corazones, la llama de la esperanza había comenzado a arder.

Sin embargo, sabían que para liberar sus almas y romper la maldición de los Delacroix, debían enfrentarse a la oscuridad más profunda. La batalla por sus vidas apenas comenzaba.




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