Tres Rostros. Un Destino

Las Sombras del Destino

La madrugada era silenciosa, pero el aire estaba cargado de una tensión eléctrica, como si la tierra misma supiera que el momento estaba cerca. Vianne se encontraba en el jardín de Ravencourt Manor, rodeada por la espesa niebla que siempre había envuelto el castillo.

Las sombras de los viejos árboles parecían alargarse, estirándose hacia ella como dedos invisibles que deseaban atraparla de nuevo, envolverla en la oscuridad que había marcado su destino. El viento frío acariciaba su piel, pero dentro de ella, la tormenta era mucho más fuerte.

A su lado, Adrian caminaba con pasos lentos, como si el peso de su propio ser lo estuviera arrastrando hacia un abismo invisible. El brillo en sus ojos había desaparecido, reemplazado por una mirada vacía, perdida, como si una parte de él estuviera atrapada en el laberinto oscuro de su mente. Pero, al mirarlo, Vianne veía algo más que desesperación. Veía la fragilidad de un alma rota, un alma que buscaba, como la suya, sanar las heridas del pasado.

Ambos caminaban juntos, pero al mismo tiempo, la distancia entre ellos parecía crecer con cada paso. Vianne sentía que algo se cernía sobre ellos, algo que los observaba desde las sombras, esperando el momento perfecto para atacar.

La oscuridad que había estado dominando sus vidas desde que nacieron parecía tener un control inquebrantable. Pero en lo más profundo de su ser, Vianne sentía una chispa de esperanza, un destello que se negaba a extinguirse.

Adrian se detuvo de repente, sus manos temblando ligeramente mientras las apretaba contra su pecho.

—Vianne... —dijo con voz baja, casi un susurro— Siento algo... algo dentro de mí. No sé si es el dolor o el miedo... o si es la oscuridad que nunca me ha dejado... pero no puedo escapar. No puedo recordar lo que fui antes de esto. Mi alma está atrapada en un ciclo que no puedo romper.

Vianne lo observó con una mezcla de compasión y tristeza. Aún no entendía todo lo que lo había llevado a ser quien era ahora, pero sabía que Adrian no estaba completamente perdido. Su magia estaba conectada a la oscuridad, pero también había algo más en él, algo que le era ajeno a la maldad que había consumido su familia durante generaciones.

—No estás solo, Adrian. —dijo Vianne, acercándose a él con cautela. —Lo que ha controlado tu vida no es lo que eres en realidad. La oscuridad no tiene poder sobre nosotros a menos que lo aceptemos.

Él levantó la cabeza, su mirada penetrando la de ella con una intensidad que la hizo temblar. Sus ojos, aunque perdidos, reflejaban un atisbo de la persona que había sido antes de caer en las garras de la oscuridad.

—¿Y si no puedo ser salvado? —preguntó Adrian, su voz quebrada por el dolor. —¿Y si ya es demasiado tarde para mí? He hecho cosas... cosas que no puedo perdonarme. La oscuridad... — su voz se apagó, como si esas palabras lo despojaran de lo que quedaba de su humanidad.

Vianne se acercó más, y en ese instante, algo dentro de ella cambió. Su corazón comenzó a latir con una fuerza incontrolable, como si la conexión entre ellos se hubiera fortalecido, como si algo invisible los hubiera unido de una manera que iba más allá de lo que podía comprender. Su alma, tan marcada por el dolor y la oscuridad, comenzó a sanar por el simple acto de tocar la mano de Adrian.

—No te dejaré rendirte, Adrian. —dijo Vianne, su voz decidida, llena de una fuerza que ni ella misma conocía. —No importa lo que hayas hecho, no importa lo que tu familia haya hecho. Yo también he sido consumida por las sombras, pero ahora elijo luchar por ti. Elijo pelear conmigo. Elijo vivir.

Las palabras de Vianne fueron como un bálsamo en la herida abierta de Adrian. En su pecho, una chispa de esperanza se encendió, una chispa que se estaba convirtiendo en una llama de luz.

La oscuridad que lo había consumido durante tanto tiempo comenzó a ceder ante la calidez de la luz que Vianne le ofrecía, una luz que no solo era magia blanca, sino también amor.

Adrian miró a Vianne, y por primera vez en mucho tiempo, vio algo más allá de la oscuridad. Vianne, con su dolor, con su sacrificio, era la clave para su redención. El amor que ella le ofrecía no era una promesa vacía, sino una fuerza que podía derrotar las sombras que aún lo acechaban.

Vianne le sonrió, una sonrisa triste pero llena de esperanza.

—Lucharemos juntos, Adrian. No dejaré que la oscuridad te consuma. Yo también estuve perdida, y ahora te encontré. No te voy a dejar ir.

Con esas palabras, Adrian asintió, y la magia de ambos comenzó a resonar en el aire. La oscuridad, que los había rodeado, tembló. La magia blanca de Vianne y Adrian se unió en una explosión de energía pura, iluminando el jardín que antes había sido un lugar de sombras.

Los árboles, cuyas raíces habían sido alimentadas por la magia oscura, comenzaron a desmoronarse, y las sombras que rodeaban el castillo se disiparon lentamente.

El poder de la luz de Vianne y Adrian era tan grande que la oscuridad no pudo resistirlo. Vianne sabía que, aunque la lucha no había terminado, su alma ya no estaba condenada. Juntos, ella y Adrian enfrentaban la oscuridad que había consumido sus familias, pero ahora, con el amor como su fuerza, ya nada podría detenerlos.

Vianne y Adrian se quedaron allí, bajo las estrellas, respirando profundamente mientras la magia blanca disipaba las últimas sombras del jardín.

Ambos sabían que aún quedaba mucho por hacer, pero en ese momento, el destino ya no parecía tan oscuro. Juntos, habían comenzado a liberar lo que estaba cautivo, lo que había estado perdido por tanto tiempo.

Pero aún había algo que Vianne no podía evitar preguntarse: ¿quién sería ella sin la oscuridad? ¿Y qué lugar ocuparía Adrian en su vida?




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