Tres Rostros. Un Destino

Final: El Legado de la Luz

La luna plateada se alzaba como testigo silencioso sobre los altos torreones de Ravencourt Manor, tiñendo de nácar los vitrales y los pasillos del castillo, ahora despojados de toda sombra maldita. La noche no parecía real.

El aire estaba perfumado de jazmín y lavanda, las antorchas titilaban como suspiros cálidos sobre las paredes de piedra ancestral, y en los jardines cubiertos de hiedra, la risa de las hermanas Ravencourt se mezclaba con el murmullo del viento. Era la víspera de una boda. Y no de una cualquiera.

Vianne Ravencourt, la menor de las tres hermanas, caminaba descalza por los corredores que conocía desde niña. Sus dedos rozaban las paredes como quien acaricia los recuerdos, y su corazón latía con la promesa de un nuevo destino.

Vestía una túnica de lino blanco y un chal transparente que arrastraba como niebla a su paso. En sus labios aún vibraban las palabras de Adrian, pronunciadas horas antes con una mezcla de ternura y temor:

-No merezco tu luz... pero si aún así me eliges, entonces juro que lucharé cada día por protegerte de la oscuridad que aún me habita.

Vianne no había dudado. Lo había besado con la suavidad de un lirio y la convicción de un juramento. Sabía que el amor verdadero no huía de la oscuridad: la enfrentaba.

Las tres novias del amanecer

La boda se celebró en el invernadero de cristal que su padre, Lord Ravencourt, había mandado construir en su juventud para su difunta esposa. Aquel lugar, antaño cubierto de rosas negras y espinas malditas, ahora rebosaba vida. Enredaderas de flores doradas trepaban por las columnas y mariposas blancas revoloteaban entre los candelabros colgantes.

Selene, la hermana mayor, apareció primero: su vestido de novia era de terciopelo azul oscuro, bordado en hilo de plata. Su cabello, suelto, estaba coronado por una tiara de ónix. A su lado, su esposo la miraba como si el mundo entero hubiera sido creado solo para contenerla a ella.

Elisa, la del medio, caminó tomada del brazo de su prometido con un vestido de encaje perla que flotaba como una nube. Sus ojos dorados brillaban de emoción. La maldición que una vez amenazó con llevarla a la locura ahora era apenas un susurro lejano. Y luego apareció Vianne. Y con ella, el silencio.

Su vestido era el más etéreo de todos. Blanco como el alma, con bordes dorados que brillaban al sol como las alas de un ángel. Su cabello recogido en una trenza decorada con pequeñas ramas secas, símbolo de las cicatrices del pasado y flores silvestres símbolo de la vida renacida.

Adrian la esperaba entre los arcos florales. Vestido de negro y vino oscuro, con una rosa negra en la solapa. Parecía una figura sacada de una pintura barroca: sombrío, trágico, pero infinitamente hermoso.

Cuando sus ojos se encontraron, el mundo se detuvo. Y en ese instante, sin necesidad de palabras, supieron que todo había valido la pena.

La cicatriz de la oscuridad... y el fuego del amor

Durante la ceremonia, el sacerdote ancestral del linaje Ravencourt pronunció las palabras sagradas, y las familias Delacroix y Ravencourt se reunieron como hacía generaciones no ocurría. Las viejas rencillas quedaron atrás.

La oscuridad que una vez tiñó los nombres de ambas casas fue absorbida por la promesa renovada de un linaje bendecido por la redención. Adrian colocó el anillo en el dedo de Vianne. Sus manos temblaban.

-Tú eres mi promesa de eternidad - murmuró.

Ella lo miró con amor sereno.

-Y tú eres la prueba de que incluso en lo más oscuro, la luz puede germinar.

Al final de la ceremonia, las tres hermanas se unieron, tomadas de las manos, formando un círculo junto a sus prometidos. Las campanas sonaron. Las sombras huyeron. El legado estaba cumplido.

La luna de miel en los Montes Helados

Semanas después, Vianne y Adrian partieron hacia su destino de ensueño: una cabaña de piedra y madera en los Montes Helados, donde el cielo parecía más cerca, y la nieve no era más que un velo para proteger la paz.

Allí, lejos de todo, Adrian comenzó a pintar nuevamente. Vianne escribía en su diario. Se contaban historias junto al fuego, y en las noches claras, hacían el amor envueltos en pieles blancas, bajo las constelaciones antiguas.

Fue allí donde Adrian confesó su último secreto: que, por generaciones, los Delacroix habían sido guardianes involuntarios de una maldición ancestral, una oscuridad que ahora, gracias a ella, había perdido su poder. Y Vianne, con lágrimas brillando en sus ojos, le respondió:

-Entonces, te libero. Y me libero. Y juntos, caminamos hacia un futuro donde solo nuestras decisiones dictarán el rumbo.

Y así, los tres rostros de la luz, nacidos del mismo linaje, sellaron su destino no con sangre ni venganza, sino con amor verdadero. Selene, Elisa y Vianne, las hermanas Ravencourt, fueron amadas y elegidas por hombres que supieron enfrentar su oscuridad.

Y, tras romper la maldición, vivieron para siempre bajo el signo de la esperanza, porque incluso la noche más larga termina con el alba.

FIN




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