—Me voy —no tomo nada para comer, solo paso a un lado de mis padres.
Papá me mira confundido. — ¿Te vas a ir caminando? Bryn, espera. Dame cinco minutos.
Levanto la mano. —Alguien vino por mí —le aviso sin darle mayor explicación.
Mamá me mira con el ceño fruncido —Pero si tú y Will…
Suspiro. —Otra persona, no es él —trago saliva—. Adiós, los veo después.
Salgo de ahí sintiendo ahora la parte superior de mi pierna rara, no me sorprende para nada. Sé que ahora iré de mal en peor. Esta mañana ya no sentía la pierna como ayer, tan pesada pero si sentía la sensación de adormecimiento y hormigueo.
Abro la puerta de mi casa dejando que el viento mañanero golpee mi cara y Dylan está fuera del auto, recostado sobre él. Tengo una especie de Deja Vu, esta imagen es similar al primer día del último año de la secundaria, cuando William vino por mí después de sus vacaciones familiares.
Solo que en ese momento corrí a los brazos de William, para besarlo y todo eso. Ahora no puedo ni siquiera correr y definitivamente no besaré a Dylan. Él levanta la mano y yo también lo hago, camina unos pasos hacia mí y nos encontramos a mitad del camino.
—Buenos días Bryn —saluda él—. ¿Cómo estás?
Muy cansada. —Supongo que normal.
—Vamos, tu carroza te espera —bromea y ruedo los ojos.
—Que conste que solo acepté por el café, no me interesa una amistad contigo —llegamos al auto y el abre la puerta.
Pasa la mano por su cabello para acomodarlo —Al menos eres honesta,
Entro al auto y cierro la puerta, él se apresura para entrar al otro lado y cuando lo hace, cierra la puerta también. Me voltea a ver, eleva las cejas y yo frunzo las mías. — ¿Qué?
Suelta una carcajada. —No puedo creer que aún no hayas aprendido la regla número uno de este auto —se estira y toma el cinturón de seguridad, él huele como a vainilla por alguna razón—. Listo, ahora yo. —Se coloca el cinturón y da un pequeño salto sobre el asiento para acomodarse.
Rasco mi cuello. —Dudo mucho que tengamos un accidente tan dramático como para que uno de nosotros muera por no llevar el cinturón.
—El secreto de esta vida —ajusta sus espejos—. Es ser prudente, Dios te protege de las bestias salvajes pero no vas a meter la cabeza dentro de la boca del león.
Lo miro seria. —No creo que eso se compare con usar cinturón, además he visto varios espectáculos de personas que hacen eso y los leones nunca los han matado.
Enciende el motor girando la llave. —Bueno, entonces yo tendré que enseñarte todos los artículos donde domadores de leones han muerto precisamente por ese acto.
—Debes dejar de buscar cosas trágicas en internet —bostezo.
Él se ríe. —Mi punto es, usa cinturón de seguridad.
—Claro —rasco mi cabeza—. ¿Tu sueño es ser uno de esos policías de tránsito que te multan si hablas por teléfono o conduces con el cinturón mal puesto?
Asiente. — ¿Cómo adivinaste? Me encanta regañar a personas que ponen en riesgo sus vidas o las de los demás.
Le doy una mirada. — ¿Le diste los pasteles a tu mamá? —pregunto recostándome en su asiento y recordando que ayer él pagó por mi pastel también, no solo mi café.
Asiente. —Le encantan, mamá no dejaba de agradecerme —sonríe satisfecho—. ¿Los has probado?
Asiento. —Sí, son muy ricos —aunque no lo comía tanto come me gustaría.
Anoche recordé una cosa y eso me hizo darme cuenta que aún tengo unas prendas de Dylan en mi casa. Suena raro pero es cierto, no fueron solo los guantes, también tengo una chaqueta que nunca llegué a devolvérsela. Es otra historia.
—Oye —aclaro mi garganta, sintiéndome extrañamente nerviosa—. Em, ¿Recuerdas que en algún momento tú me prestaste tus guantes de lana?
—Sí —responde inmediatamente.
—Te los devolveré, debí traerlos hoy, lo siento —digo—. También, eh… una chaqueta que me prestaste aquella vez…
—Tu cumpleaños —completa.
Entonces sí lo recuerda.
Suspira. —Sí, ¿Quieres que la lave primero? Te los traeré la próxima vez.
Niega con una sonrisa —No tienes que lavarla, está bien solo así —me mira un segundo—. O podrías quedártela.
Ruedo los ojos. — ¿Para qué me quedaría con tu chaqueta?
Se encoje de hombros —Tal vez para que la uses una vez más, es bastante cómoda.
Lo es y gracias a su tonta chaqueta esa noche me sentí mejor.
Dylan llega hasta Sweet Coffee pero esta vez al área de autoservicio, hay varios autos frente a nosotros. Creo que todas estas personas también consideran al café algo esencial para funcionar correctamente.
— ¿Qué vas a pedir? —me pregunta cuando avanzamos un poco más.
—Lo mismo de ayer —le digo—. Sin el pastel.
Asiente y llegamos finalmente al intercomunicador, la voz de un chico habla y ofrece alguna promoción que no entiendo muy bien, Dylan pide nuestros cafés y le indican cuanto hay que pagar. Esta vez no dejaré que él pague por mi café.
—Ten —le extiendo el dinero—. También paga el tuyo.
Lo mira y me ignora, busca su cartera en su mochila y suspiro, tomo su brazo y tiro de él para que deje de buscar. —Ten —tomo su mano y se lo doy —solo paga con esto.
Entrecierra los ojos —No quiero, no puedes obligarme.
Ahora él tiene que avanzar y lo hace, cuando el chico abre su ventana para cobrarle, yo extiendo el brazo y le ofrezco el billete —Quédese con el cambio —le digo y me agradece sonriendo.
El chico nos dice que en un momento nos entregaran las bebidas en la otra ventanilla y se concentra en atender a otro conductor. Dylan voltea a verme. —Te lo pagaré.
—No, tú pagaste ayer —le recuerdo. No sé pero no me gusta que la gente pague por mí, me hace sentir obligada a devolverles el favor o algo así.
Extiende la misma cantidad hacia mí —Pero te cobré con unas respuestas a mis preguntas así que ya estamos a mano.
Miro el billete y luego a sus ojos —Entonces tú págame con tus respuestas —ofrezco y él asiente—. ¿Por qué haces esto? ¿Por qué estas juntándote conmigo?