Tres Secretos

26: Nada me da miedo

 

— ¿Picantes o de los originales? —me pregunta levantando dos bolsas de dedos de queso fritos.

Tomo las dos bolsas, una morada y otra amarilla —Ambos —los dejo en el carrito de compras que él va dirigiendo mientras yo me subo a la parte de adelante.

—No podemos llevar ambos —sonríe—. Somos chicos de secundaria, no tenemos tanto dinero para gastar.

Intento no sonar presumida cuando le digo: —Pagaré con la tarjeta que papá me dio —como papá gana bien y soy su única hija, me ha dado una tarjeta que sí tiene un límite pero nunca he llevado a ese límite. Cada mes él deposita dinero y bueno, se ha ido acumulando un poco.

Dylan niega juntando las cejas. —No Bryn, dijimos que pagaríamos la mitad cada uno —me regaña, saca las picantes y deja solo las originales.

A él le gustan las picantes así que las tomo de vuelta. Dylan suele hacer este tipo de cosas, poner mis preferencias primero y no estoy acostumbrada a que actúe así. Sé que las personas creen que soy una niña consentida pero no es totalmente cierto, mis padres no me dicen “Sí” a todo, hay momentos donde sentía que nadie quería realmente mi opinión.

Con mis amigas, con William, con todos. Siempre era sobre ellos, yo tenía que ajustarme a los horarios de la banda, a los restaurantes que a Will le gustaban, a las fiestas que mis amigas querían. Sí opinaba y tampoco era una víctima o algo así pero, cuando Dylan actúa de esta forma me muestra que realmente solía poner a las personas por encima de mí con tal de no estar sola.

Entrecierro mis ojos y chasqueo mi lengua. —Cállate y conduce, es mi regalo de San Valentín, de todas formas según tu estamos saliendo —bromeo pero desearía que no fuera una simple broma.

No es que estoy enamorada de él, no creo que sea eso pero… no puedo negar que no haya pensado en lo genial que hubiera sido terminar con William desde el verano así no perdería el tiempo y me acercaría a Dylan desde que nos conocimos.

Tal vez si William me hubiera roto el corazón antes, si hubiera mostrado qué tipo de persona era realmente, las cosas serían diferentes. En lugar de intentar apartar a Dylan de mí, me hubiera permitido acercarme. Cuando él me saludaba por las mañanas yo le hubiera sonreído, no le hubiera volteado la cara.

Tal vez, Dylan no se hubiera ido esa noche. Estoy segura de eso, sé que si Dylan y yo hubiéramos comenzado a salir, él me hubiera acompañado durante esas oscuras semanas. Dylan jamás me diría algo como lo que William dijo.

—Para —le pido cuando se movió menos de dos metros—. Me encantan estas —tomo dos latas de Pringles originales y las dejo en el carrito—, ¿Quieres de queso o con picante también?

Él no responde, seguro está haciendo cuentas mentales. —No, estoy bien así, ya tenemos bastante comida.

—Entonces ambas también —tomo otras dos latas—. Sigamos al próximo pasillo.

Dylan rueda los ojos y ahora nos dirige al pasillo de las bebidas, subo mi brazo y señalo a un lado cuando veo que aquí hay Coca Cola de Vainilla — ¡Mira! —me bajo y me acerco a ellas—. Llevaremos muchas, para que no te falten.

Estoy tomando las que están arriba cuando él estira su brazo y coloca su mano sobre la mía, giro mi rostro y ahí está él. —No lleves tantas —pide aun manteniendo esa posición.

Niego y tomo una lata —Llevaré las que se me dé la gana —sonrío viéndolo a los ojos—. Es mi regalo.

Dylan baja sus ojos a mis labios, ¿Por qué hizo eso? Tomo la lata y me separo de él, dejo seis en el carrito y me acerco a las de sabor uva para calmarme un poco. Mi corazón tiene que mantener la calma, no podemos seguir sintiendo esto cada vez que él está cerca.

Tomo una de uva y la coloco adentro, regreso a mi posición al frente y Dylan toma la otra parte para seguir avanzando —Ahora a las galletas, quiero muchas también —afirmo.

Dylan suelta una carcajada, detesto que él jamás parece afectado por esos momentos donde casi se me sale el corazón —Oye Bryn, ¿Dónde vas a guardar toda esa comida?

—Mi habitación —sonrío—. O en tu casa, creo que tu casa es una buena opción.

—Claro, usa mi casa para guardar tus pruebas del delito —llegamos al pasillo y rápidamente tomo unas galletas de chocolate—. ¿Se les dice así, hija de un abogado exitoso?

—Como hija de un abogado exitoso —ahora tomo unas de fresa—. No tengo idea.

—Bryn hablo en serio, ¿No crees que es mucha comida? —Dylan mira el carrito con un gesto preocupado.

Yo me bajo y hago un puchero —Pero quiero ser feliz, ¿Estas impidiendo mi felicidad?

Dylan sonríe de lado, se acerca a mí y doy un paso hacia atrás para evitar que vuelva a acelerar mi pulso, él estira su mano y la coloca sobre mi cabeza —Eres tierna, ¿Sabías eso?

Resoplo y mis intentos de evitar que acelere mi corazón fallan. Lo hizo de nuevo. —No soy tierna.

—Lo eres —baja su mano y con un dedo toca la punta de mi nariz—. Solo por eso te dejaré que lleves toda la comida que quieras, espero que si tu papá te regaña, no me involucres.

—Ah claro, se me olvidaba que mi amigo es una gallina —digo tomando otro paquete de galletas, de unas que a su mamá le gustan porque tienen chispas de chocolates y ella me dijo que le recuerdan a las que hacía con su abuela—. Tengo un plan para mi vida, ¿Quieres escucharlo?

Dylan regresa a su posición —Dime.

—Bien, el plan es comprar cien gallinas y tenemos un gallinero —explico subiéndome otra vez—. Y lo llamamos “La gallina más grande y asociados”

—Asumo que la gallina más grande soy yo —sonríe—. ¿Tú eres los asociados?

Niego —No, los asociados serán las 100 gallinas.

Él suspira — ¿Has pensado en seguir algo sobre publicidad? Tienes una mente creativa para esas cosas.

—Lo tomaré en cuenta —respondo levantando mi brazo—. Ahora vamos a los helados.

Dylan apresura el paso y me lleva más rápido, me río y él también lo hace. Incluso si esto fuera todo lo que hiciéramos el día de hoy, ya se siente como un día perfecto. No necesito nada más.



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En el texto hay: secretos, amor, amor adolescente

Editado: 06.12.2022

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