Tres Velas

Tres velas

En el bosque más apartado de la civilización había una choza que resguardaba en su interior a un leñador solitario cuya esposa había muerto hace poco. Dentro, agonizando, el hombre yacía recostado sobre su cama, esperando el momento en el que la muerte hiciese acto de presencia y se lo llevara.

En su cómoda, tres velas encendidas producían sombras flameantes en la pared, y una por una se iban desgastando con la cera escurriendo por sus costados.

Antes de alistarse para perecer, el hombre había encendido una vela azul; tras cinco minutos encendió una roja; y por último, a los diez minutos, encendió una vela negra.

Un reloj en la pared repetía el sonido de ''Tic Toc'' en la habitación, el único símbolo que lo conectaba con el tiempo que de alguna forma parecía transcurrir más lento.

Entonces, a la 1:11 de la mañana, la mecha de la primera vela hizo contacto con la cera y se apagó.

El leñador, con los ojos entrecerrados vio el humo blanco elevarse hasta el techo y adquirir una forma más sólida y brillante; ahora ya no era humo, ahora era vida celestial que bajaba desde el cielo para visitarlo en su lecho de muerte.

—Me has llamado—escuchó que le hablaba la voz más melódica que había escuchado en su vida.

El leñador inhaló todo el aire que pudo y contestó: —Te he llamado para que me lleves contigo al más allá. Tú serás mi guía para entrar al paraíso—. Y añadió: —He sido un buen hombre.

El ángel, flotando sobre él, agitó un poco sus alas y miró al hombre con infinita ternura—No soy yo quien dirige a las personas a su otra vida. Yo soy quien protege y recompensa a aquellos quienes obran bien en la tierra—apartó la mirada del hombre y dirigió sus ojos dorados hacia la segunda vela—. Has usado tu última voluntad para convocarnos, ahora dime ¿Cuál es tu pregunta?

Antes de contestar, el leñador se vio obligado a toser de forma alarmante— ¿P-por qué es tan injusta la vida? ¿Por qué unos nacen teniéndolo todo y otros viven y mueren en la nada?

El rostro del ángel entristeció—Nosotros recompensamos a las personas con felicidad, paz y amor, sin embargo, ustedes los humanos creen que todo eso se alcanza con recursos materiales, o superando a los de su misma especie. Nosotros no nos encargamos de enriquecer o empobrecer materialmente, quienes manejan eso son los propios humanos. Ustedes manejan su mundo, son ustedes quienes ignoran al pobre y admiran al rico.

—Pero...—su respiración se volvía más pesada y le costaba pronunciar las palabras—la gente mala muere sin arrepentirse, muere sin sufrimiento, mientras, los buenos lloran y se lamentan.

—Es verdad que los más generosos son los que más sienten y por ende quienes sufren—admitió—, pero ellos mueren siendo y sintiendo como un humano. Los otros...—el ángel miró la vela roja apagarse y empezó a desaparecer dejando escuchar unas últimas palabras—son monstruos caminando por la tierra. Ellos jamás deberían ser considerados un igual. —Y se extinguió.

El reloj mostraba las 2:22 de la mañana a pesar de que aquella charla no había durado más que un par de minutos, quizás aquel ser celestial había tenido que alimentarse del tiempo para poder existir frente a sus ojos.

La cera de la vela roja seguía líquida sobre el aparador y resbaló hasta el piso con vida propia, de esos residuos surgió una figura roja y demoniaca que sonrió con astucia y se sentó al pie de su cama.

—Un humano que ha decidido invocarme—pronunció con sorna.

—Quiero...hacerte una pregunta—dijo con esfuerzo, sintiendo un poco de pesar ante la oscura presencia— ¿Ustedes son los culpables de que haya maldad en la tierra?

El demonio arrojó una carcajada que retumbó entre esas cuatro paredes. —Humanos, siempre culpando a otros por sus desgracias—pronunció con asco. —Nosotros no creamos el mal, los humanos son los únicos capaces de hacerlo, nuestro trabajo es apoyar a humanos que quieren dañar a otros humanos.

— ¿Por qué?

El demonio lo miró y el leñador sintió un escalofrío al mirar la maldad enfrascada dentro de esos ojos escarlata— ¿Por qué?—sonrió con locura—porque queremos ser los ganadores. Los humanos más frívolos y crueles son quienes siempre terminan al mando y no es gracias a nosotros; en el fondo, todos los humanos son maldad y adoran vivir bajo sus leyes.

— ¡Mentira!—intentó gritar el pobre hombre— ¡El bien siempre gana! ¡El diablo le teme! ¡Le teme a la cruz!

Nuevamente una carcajada detestable hizo eco en el cuarto—. Eres igual que todos, un humano idiota que busca desesperadamente una salvación. No existe el bien o mal, solo existen ustedes, y ustedes son ambos—sonrió y dirigió sus ojos a la vela negra que estaba muy cerca de extinguirse—. Ahora que estas cerca de pasar al otro lado te puedo decir un secreto—la oscuridad empezaba a titilar en el cuarto y el hombre no pudo ver más la expresión del demonio—. El diablo teme la propia crueldad de los humanos, es por eso que apoya a los más peligrosos, prefiere ser amigo que enemigo de esas personas ¿Crees que el diablo y los demonios huímos de una cruz porque un hombre murió en ella?—la voz se iba perdiendo—. Lo que tememos es que esa maldad disfrazada de justicia recaiga en nosotros. Solo los humanos pueden aceptar el mal y regocijarse diciendo que han hecho lo correcto—y desapareció.

La habitación estaba en total oscuridad y el leñador lloraba en silencio las últimas lágrimas que derramaría en su vida.

De pronto, en medio de ese ambiente, el reloj marcó las 3:33 de la mañana y una presencia empezó a existir en aquella choza en medio del bosque. El leñador no sabía de qué podría tratarse, pero no tenía miedo, su esposa había hecho lo mismo hacia un año y podía asegurar que se había ido sin sufrimiento, pese a eso, no quería llevar a cuestas la intriga de saber qué era aquella entidad, por lo que gastó sus últimas energías y preguntó: — ¿Quién eres?

—Soy el destino—contestó una voz extremadamente profunda e indescriptible.



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En el texto hay: espiritual, relatocorto, entidades

Editado: 15.08.2019

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