Seguramente se preguntan cuándo intoxiqué al trío de oro, bueno ya casi llegamos a ese punto. Sucedió durante el almuerzo que fue luego de dos horas de economía y una hora de música.
Taylor caminaba a mi lado con una nueva caja de caramelos azules en mano y hablando animadamente sobre lo poco afinada que había estado la clase y cómo habíamos masacrado una hermosa pieza musical como era Another Day In Paradise de Phil Collins. Estaba de acuerdo con él, me dolían los oídos por lo feo que nos habíamos escuchado.
—Tienes suerte, hoy es día de pizza y es el único alimento que vale la pena comer aquí —admitió colocándose en la fila de alumnos no sin antes extender una bandeja plástica hacia mí.
—¿Y qué comen cuando no hay pizza?
—Los padres de Ty tienen un restaurante, suelen enviarnos comida —explicó— o si no cada uno trae algo de su casa y lo compartimos. Pero créeme, bajo ninguna circunstancia comas esta comida. Aunque te estén apuntando a la cabeza di que no.
Solté una leve risa y asentí con la cabeza.
—Anotado. ¿Otro consejo?
—Sí, no te sientes con nosotros a menos que traigas comida.
—Tengo galletas que hizo mi abuela.
Formó una sonrisa de labios cerrados.
—Eres bienvenida entonces, las galletas de las abuelas son lo mejor del mundo y el que opine distinto que se prepare para una paliza.
Un pesado brazo rodeó mis hombros y al girar la mirada hacia la derecha encontré el rostro de Theo asomándose entre mi cabeza y la de Taylor que también estaba siendo abrazado por el rubio. Llevaba una sonrisa amistosa en sus labios y el cabello más despeinado si eso era siquiera posible.
—Pequeñita, temía que te perdieras. Me alegra que nuestro Romeo te encontró antes de que te metieras en apuros.
El muchacho de cabello oscuro giró los ojos con hastío y se deshizo del abrazo de su amigo con un manotón.
—¿Dónde está Ty? —Movió su cabeza cual suricato evaluando desde su altura el amplio y luminoso comedor—. Creí que nos encontraríamos aquí.
—Debe estar coqueteando con alguna pobre alma en desgracia. Sabes que es su actividad escolar favorita luego de literatura.
Theo rió y finalmente quitó el brazo que rodeaba mis hombros.
—¿Quién crees que sea su víctima de la semana?
—Candance —respondió con seguridad—. Ha estado rondándolo desde el verano y creo que le hará caso para quitársela de encima en unos días.
Mantuve mis labios cerrados mientras escuchaba con oídos chismosos la conversación que los dos amigos mantenían despreocupadamente a mi lado. No tenía muchas oportunidades de estar rodeada de muchachos de mi edad que lucieran como dioses nórdicos, fueran amables y encima cotillas. Debía aprovechar las oportunidades que el diablo ponía en mi camino sin quejarme por ello. Luego habría tiempo para confesar mis pecados antes de que San Pedro me impidiera la entrada al paraíso.
—Nunca caigas en sus encantos, pequeñita. —Sus ojos azules se posaron en mí—. Puede parecer un ser hermoso con esos poemas y novelas que escribe en su tiempo libre, pero sigue siendo un muchacho y no de la clase enamoradizo.
—¿Tyler?
Asintió energéticamente.
—Ya sé que seguro creíste que él o yo éramos los mujeriegos del grupo por nuestra apariencia —continuó Taylor aceptando un plato con dos porciones de pizza que un muchacho con gorro de red y guantes de látex le tendía en su dirección—. Ya sabes, el típico cliché del deportista que juega con las chicas o el músico que se acuesta con todo ser vivo que se le cruce en el camino; sin embargo, en la vida real los tipos malos son los que lucen como él.
Con su dedo señaló al muchacho que atravesaba la puerta de la cafetería. Tras recibir mi propio plato y una botella de agua sin gas, dirigí mi mirada hacia el punto que señalaba. Tyler ingresaba rodeando con un brazo la cintura de una muchacha de cabello oscuro luciendo como el rey del baile de promoción, con una sonrisa que intentaba ser atractiva en sus labios –que lo era a decir verdad— y un andar despreocupado. Y señor Dios, lucía como un actor de Hollywood que caminaba en slow motion.
—¿Si es malo por qué se juntan con él? —pregunté con curiosidad.
—No es malo, simplemente no es bueno para chicas como tú —repuso Theo que había conseguido su propio almuerzo y que en ese momento caminaba junto a nosotros hacia una mesa vacía en el centro del salón.
—¿Chicas como yo?
—Chicas con aura de niña buena —finalizó Taylor.
No pude evitar fruncir el ceño.
—¿Cómo saben que soy esa clase de chica? —Dejé caer la bandeja plástica sobre una mesa vacía y pasé las piernas hacia el interior de la misma para poder tomar asiento en la banca que estaba conectada con el mueble por los lados.
Los muchachos imitaron mi acción, sentándose frente a mí, y luego cruzaron miradas alentándose uno al otro para contestar.