Tres y un cuarto

Capítulo 4

Escupí hasta el apellido abrazada al inodoro del baño de mi habitación y lamenté cada decisión que había tomado en mi vida hasta ese momento, incluso cuando ninguna de esas malas decisiones tenía que ver con el contenido sospechoso de las galletas.

     La mamá de Theo, cuyo nombre era Susan, me condujo a casa luego de clases cuando notó que no podía moverme sin tener arcadas. Lo mismo había sucedido con su hijo y sus amigos que fueron dejados en sus respectivos hogares para asegurar su salud. El viaje fue incómodo con amenazas de vómitos cada pocos metros, pero sin incidentes que dejaran manchas permanentes en el interior del vehículo. Por fortuna, la enfermera de mi abuela no se había ido todavía y me preparó un brebaje con sabor a transpiración combinada con orina pero que recompuso mi estómago y me quitó la picazón que sentía en la piel con bastante rapidez.

     —Lo siento tanto, Genesis —se lamentó mi nana acariciando mi frente perlada de sudor con sus dedos helados—. Seguí todas las instrucciones, supongo que debería haber comprado nuevos ingredientes y no usar los que tenía en casa hace tanto.

     Ahí estaba una posible explicación. Ingredientes vencidos, probablemente comprados durante la última dictadura militar en Latinoamérica.

     —No hay problema, nana. Sé que no lo hiciste con mala intención

     —Quería hacer bien las cosas contigo —sollozó—. No quería que me abandonaras como tu padre cuando me separé de William, pero veo que ha sido en vano. Soy tonta y lo seguiré siendo durante toda la vida. Lo lamento, cielito.

     Sus palabras me hicieron doler el alma y con el cuerpo debilitado por los horribles vómitos, le rodeé su diminuto cuerpo para darle un apretado abrazo. Era tan pequeña que parecía no tener carne sobre los huesos y su cuerpo siempre frío era resultado de las quimioterapias que había dejado hace poco menos de un año.

     —No te abandonaré, nana. Eres mi familia, mi única familia —la tranquilicé acariciando su espalda—. Estamos juntas en esto.

     Ella permanecía en pijama a pesar de que era bien entrada la tarde y verla tan triste y empequeñecida me provocó ganas de llorar. Sin embargo, no lloré porque yo no lloraba si ella se sentía mal, lo había aprendido a la fuerza. Lo que sí hice fue dibujar un puchero con los labios porque podía parecer insensible pero no lo era, tan solo tenía problemas en los lagrimales.

     —Eventualmente te irás a la universidad y eso está muy bien porque tienes que seguir con tu vida.

     —Vendré a visitarte cada vez que pueda, es una promesa.

     Sus ojos enrojecidos por las lágrimas buscaron los míos y le sonreí casi sin fuerzas.

     —Eres una niña buena, Genesis. Lamento tanto que hayas tenido que sufrir una pérdida tan grande a tan corta edad.

     —Estaré bien, nana. Estaremos bien.

     Se recostó a mi lado en la pequeña cama individual y con mi cabeza descansando en su pecho, nos quedamos dormidas.

 

     Podrán imaginar lo rápido que corren los rumores en un pueblo como Rose Valley, uno se llega a sorprender porque los chismes superan hasta las más antiguas rivalidades familiares. Eso explicaba cómo al entrar al instituto al día siguiente todos sabían de las galletas malignas de mi abuela y cómo había intoxicado al trío de oro sin siquiera intentarlo. Casi me sentí mal, casi, pero tenía cosas más importantes en las que pensar como el hecho de que tenía que ir a hacer las compras porque la alacena estaba vacía y tenía que conseguirme un vehículo porque era lo suficientemente floja como para caminar el kilómetro que me separaba del centro del pueblo cada mañana.

     —Pequeñita —exclamó Theo quien sin ningún rastro de remordimiento me sonrió.

     —Hola, Theo. ¿Te sientes mejor?

     —Nada que una buena ida al baño no pueda arreglar.

     Arrugué la nariz por la horrible imagen mental que se había posado en mi cerebro, aunque le dediqué una sonrisa de todas maneras.

     —Lamento lo de ayer. Fue una pésima idea aceptar esas galletas.

     Chasqueó la lengua quitándole importancia al asunto.

     —Fue un accidente, a cualquiera le podría haber sucedido. Esperemos que a nadie más le suceda.

     Cerré la puerta de mi casillero y con su compañía emprendí el camino hacia el salón de literatura. Susan me había entregado ayer, en el medio de mi descompostura, los libros para el resto del año por lo que mi mochila se encontraba más cargada que antes.

     —Me alegra saber que no tienes instintos asesinos o que no me guardarás rencor por el resto de mis días.

     Su risa para nada suave llenó el pasillo y un par de ojos curiosos nos escanearon; no obstante, él no le dio importancia por lo que intenté hacer lo mismo. Theo lucía realmente tranquilo como si nada en la vida pudiera arruinar su día o su buen humor, contagiaba alegría y llenaba de energía positiva el ambiente aunque fueran tan solo las siete y media de la mañana.

     —Ty, Taylor y yo te queremos invitar a cenar para dejar todo atrás. ¿Te sumas?

     —Debería preguntarle a mi abuela si la enfermera puede quedarse más tiempo —susurré con voz pensativa.




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