No existen palabras para expresar la sorpresa que se llevó mi nana al verme cenar con tres muchachos que podían protagonizar una comedia romántica que te sacaría suspiros con esas escenas tiernas y ridículas típicas de Hollywood. Sus mejillas hasta se habían sonrojado cuando los T halagaron sus galletas de la muerte y le dijeron que tenía una casa muy bonita. Parecía una colegiala y no podía culparla.
Y su casa sí era muy bonita. Mi papá se había encargado de pagar para que alguien la reformara y si bien por fuera lucía como cualquier otra casa, por dentro era completamente nueva.
Pequeño detalle de color: el hermano de Tyler también era guapísimo. Empezaba a sospechar que era algo en el aire o en el agua porque incluso mis padres habían sido más que atractivos en sus tiempos de adolescente.
Volviendo a la historia principal, que es por lo que todos estamos aquí reunidos, puedo afirmar que tuve una tarde noche divertida rodeada del trío dorado y más querido de Rose Valley. De algún modo luego de cenar tacos y embarrarme las manos y la cara con una salsa que estaba deliciosa y un tanto picante, habíamos terminado jugando al Monopoly en el porche trasero de la casa de mi abuela con el trasero apoyado sobre una manta para no ensuciarnos los pantalones. Era una habitación que en su momento había estado descubierta pero que luego fue sellada con paneles de vidrio para impedir el paso del frío en invierno y del calor asfixiante en verano por lo que parecía una sala de estar sin muebles.
—Este lugar es ideal para hacer fiestas —comentó Taylor mientras le pagaba con billetes falsos a Theo por caer con su ficha en su hotel.
—No harán ninguna fiesta en casa de mi nana.
—Que aburrida eres —bromeó—. Pero también es un buen espacio para poner un sillón.
—Y un televisor de sesenta pulgadas —añadió Tyler mientras tiraba los dados.
—Una heladera pequeña y un microondas para hacer palomitas de maíz también sería una buena adquisición —señaló Theo quien se sonreía porque Tyler también había caído en una de sus propiedades.
El condenado rubio había comprado casi todo el tablero y era casi imposible pasar sin tener que pagarle una suma ridícula de dinero falso. Yo era competitiva, pero ese espécimen me ganaba. Además, era un gran estratega por lo que había anticipado nuestros pasos antes de que pudiera siquiera pensarlos.
—Es una buena idea —concedí—. Vería películas mientras mi abuela ve esas novelas terribles que tanto le gustan.
—Veríamos —corrigió Theo.
—Claro, invítate tranquilo. Dude —dije la última palabra imitándolo lo que causó una ola de carcajadas burlescas.
—Creí que éramos amigos, pequeñita. Mala mía.
Sus ojos azules que parecían dos farolas iluminadas buscaron el café de mis ojos y dibujó un puchero exagerado con sus labios. Se veía adorablemente tierno y sentí la necesidad de apretar sus mejillas que lucían un poco regordetas por la manera en que curvaba sus labios. No alcancé a hacerlo pues Tyler lo hizo por mí, con más fuerza de la necesaria y dejando una marca roja en la clara piel impoluta de su amigo.
—Bien, somos amigos —afirmé y eso provocó una sonrisa en su lindo rostro.
—Entonces, MIT… —La sonrisa lobuna en sus labios no me alcanzó a preparar mentalmente para la pregunta que estaba a punto de soltar—. ¿Qué clase de chicos o chicas te gustan?
Poco me faltó para atorarme con un M&M. Casi saludé a la muerte, me pareció haber visto a lo lejos su túnica oscura.
—Chicos —aseguré cuando pude recuperarme de la sorpresa.
—¿Qué clase de chicos te gustan? —reformuló la pregunta y esquivó con agilidad la mano de Theo que tenía como finalidad impactar contra su cabeza. El que propinó el golpe fue él provocando que el rubio esbozara una mueca de dolor—. Es una pregunta válida, yo sé qué clase de chicas les gustan a ustedes. Si seremos amigos tenemos que ser sinceros.
—¿Me conseguirás novio, Taylor? ¿Eres alguna clase de cupido o doctor amor?
—Puedo ser tu novio si lo deseas, MIT. —Su mirada baja bragas me hizo dejar de respirar por unos momentos porque, aunque había vivido rodeada de chicos guapos, la verdad era que seguía siendo débil—. Claro, si soy tu tipo.
—No tengo un tipo —admití cuando recobré las capacidades de razonamiento y habla—. Simplemente espero que sea soltero.
Ese requisito estaba estrechamente relacionado con mis únicas experiencias sexuales. Verán, ese verano había llegado un tipo despampanante a la casa de mis padres que era de la agencia de modelos de mi madre. Un poco más grande que yo en edad pero con la mentalidad de un perro salchicha. Pronto descubrí que tenía novia y fui lo suficientemente tonta para caer en el típico juego de que “ella no lo hacía sentir bien y que le diría de terminar”, me dejé engatusar por sus abdominales tallados a mano por Miguel Ángel y me acosté con él a escondidas en dos fiestas distintas con temor a que mis padres o su novia atravesaran la puerta en cualquier momento. Desde entonces aprendí a no creer el cuento de la novia tóxica. Y a no tener sexo a escondidas en fiestas.