Tres y un cuarto

Capítulo 8

Tyler, Theo y Taylor eran como hermanos y yo había terminado por obra del destino entre ellos. Para ser sincera, nunca había esperado conectar tanto con tres muchachos de mi edad –principalmente porque los que había conocido antes me resultaban inmaduros— y mucho menos había imaginado pasar buenos momentos que me hicieran olvidar lo mucho que extrañaba a mis padres. Pero lo había hecho y pronto los cuatro andábamos de arriba abajo juntos como si nos conociéramos de toda la vida.

     No voy a entrar en detalles porque no tendría sentido, desde la compra del sillón había transcurrido un mes y medio que significaban cuarenta y cinco días completos con el trío dorado en casa de mi abuela a todas horas. Mi nana les había preparado hasta una habitación por si necesitaban quedarse a dormir, aunque nunca lo habían hecho hasta ese momento. Pensarán que debía ser alguna clase de bendición, pero una chica necesita su espacio, sobre todo cuando la regla comienza a molestar y tienes a tres hombrecitos revoloteando a tu alrededor haciendo bromas sobre Drácula y la menstruación.

     —¿Crees que Drácula robaría tampones de estar vivo? —inquirió Theo mientras comía su ración diaria de palomitas de maíz y esa pregunta estúpida fue la gota que derramó el vaso de mi ya escasa paciencia.

     —Estoy intentado hacer un ensayo sobre la flora y fauna de este país del demonio —exclamé demasiado alto y chillón para mi gusto—. Cierren sus bocazas o cambiaré la cerradura y nunca más podrán ingresar.

    Los tres se observaron mutuamente y luego a mí. Por supuesto que lo que siguió a ello fue una carcajada al unísono que hizo que les tirara un cojín que impactó contra el rostro atractivo de Taylor quien, a pesar de la violencia, no borró la sonrisa de su rostro.

     —Bien, sin chistes sobre el período —concedió el pelinegro y devolvió el cojín hacia mí solo que sin arrojarlo con furia como yo había hecho—. ¿Quieres un caramelito, MIT?

     Gruñí en respuesta y eso lo hizo sonreír más.

     —Puedo hacer el ensayo por ti si quieres, soy el inteligente del grupo después de todo. —Se llevó los caramelos azules a la boca de manera automática—. O Tyler puede hacerlo, es un buen escritor y te hará lucir apasionada.

     —Eso sería hacer trampa.

     —¿Y yo no podría hacer el ensayo? —preguntó Theo quien se encontraba sentado en el suelo junto a mí mientras hacía sus propias tareas.

     —Eres disléxico, amigo. Probablemente escribas algo imposible de entender —bromeó Tyler y al rubio no le causó gracia.

     —Haré mi propio ensayo, pero procuren cerrar la boca por unos minutos, ¿sí?

     Los tres asintieron y cada quien continuó con lo suyo. Theo estaba conjugando verbos en francés mordiendo su labio inferior como si ello le concediera concentración, Tyler escribía una novela policial que no me dejaba leer a pesar de estar sentado frente a mí y Taylor componía una canción recostado sobre el sillón que sonaba realmente bien.

     Por primera vez en ese día logré un poco de paz que duró exactamente dos minutos porque Tyler recordó otro chiste sobre el período y no tardó en comentarlo en voz alta para que todos nos riéramos con él. Yo no lo hice porque me pareció bastante desagradable.

 

     —El viernes será el primer partido de la temporada —comentó Theo sentado a mi lado en el Toyota y devorando una manzana verde—. ¿Irás a verme jugar, pequeñita? Puedo dedicarte una anotación.

     Sonreí con la mirada fija en el espejo retrovisor.

     —Claro, me encantaría.

     Hice marcha atrás hasta subir el camino de entrada de la casa de Taylor. Toqué la bocina y el muchacho de cabello oscuro no tardó en salir de su casa vistiendo una de sus tantas camisetas de bandas de rock. Theo y Taylor vivían exactamente uno frente al otro, pero por alguna razón, que se traduciría en una sola palabra que era “flojera”, me hacían pasarlos a buscar por la entrada de sus casas. Tyler, por el contrario, vivía un poco más alejado del centro del pueblo y siempre era el último al que recogíamos porque debía desviarme para llegar.

     —Buen día, MIT. ¿Caramelos? —Su mano apareció por la ventana de mi lado y extendió la caja en mi dirección. Tomé una pastilla azul de mora que hizo una explosión en el interior de mi boca—. Es una nueva receta, me parece asombrosa. ¿Tú que crees?

     —Me gusta, aunque prefiero la original.

     Asintió de acuerdo y se sentó en el asiento trasero del vehículo.

     —¿Puedo poner música? —preguntó ondeando su teléfono móvil.

     —Nada muy depresivo, por favor. Es demasiado temprano para eso —señaló Theo y estuve de acuerdo.

     —La música debe transmitir sentimientos y la tristeza es un sentimiento —explicó y le dio play a una canción de Linkin Park que reconocí por la película Transformers cuya letra no era sumamente animada pero al menos su ritmo sí lo era—. Si no pueden apreciar eso, no podemos ser amigos.

     —¿Me llevarás a tu próximo concierto o todavía te causo vergüenza? —lo interrumpí antes de que comenzara un monólogo sobre el arte.

     Bufó, pero no negó mi afirmación.




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