Estaba de pie frente al escritorio enseñándole distintos conjuntos a la cámara de mi laptop, del otro lado de la videollamada estaba Sarah con su novio Exequiel dándome consejos y palabras alentadoras. Estaba nerviosa y alborotada, una combinación que podía resultar destructiva.
—¿Qué opinas de este vestido?
—Mucho escote —declaró mi amiga—. A menos que quieras mostrar las bubis en el centro del pueblo te diría que busques otro.
Bufé.
—Para una primera cita es una buena elección —le contradijo Exe, quien también era mi mejor amigo de Los Ángeles—. Claro, si esto es una cita. ¿Lo es?
—¡No lo sé! —exclamé con frustración y dejé el vestido sobre la cama con más furia de la necesaria.
Había una pila enorme de ropa amontonada sobre el colchón, todas las prendas que había traído de mi ciudad natal en esa maletita que tomé cuando decidí que no podía seguir viviendo en la casa de mis padres. Esa noche estaba lamentando profundamente haber abandonado mi amplio armario que mamá se encargaba de llenar cada temporada porque no podía decir qué demonios usar.
—Léenos los mensajes y sabremos decirte —aconsejó Sarah.
—Me parece una buena idea.
Corrí la silla con rueditas que estaba junto al escritorio y me senté en ella. Tomé una bocanada de aire y busqué mi teléfono móvil con la mirada porque no sabía dónde diablos lo había metido.
Para ponerlos un poco en contexto porque a veces olvido que ustedes quizás no lo saben todo, esa noche era mi cena con Theo. Habíamos hablado por WhatsApp varias veces para determinar un día en que ambos estuviésemos libres y elegir dónde ir. El restaurante de los padres de Tyler estaba completamente descartado, no me arriesgaría a tener una cita, si eso era una cita, en ese lugar con su mejor amigo luego de haberlo besado. No, yo era masoquista y un tanto desequilibrada, pero tenía mis límites. Lo que sucedía, entonces, era que mi cita—reunión—encuentro comenzaba en media hora y yo seguía envuelta con una bata de toalla intentando decidir qué vestir para estar a tono con la ocasión. A veces envidiaba a los hombres, era tan sencillo para ellos poder vestirse porque nadie insinuaba algo de sus vestimentas. Si era demasiado corto, largo, transparente, brilloso, colorido, oscuro, revelador, cerrado, blah, blah, blah.
Finalmente encontré el celular en la mesita de luz y abrí la conversación con dedos rápidos para leer lo que había puesto.
—Él dice: “¡Pequeñita! ¿No te has arrepentido de mi propuesta? Porque todavía tengo muchas ganas de que nos veamos una de estas noches”.
—Suena como algo que diría un muchacho al invitarte a salir —admitió Sarah—. ¿Qué onda con ese “pequeñita”? ¿Es pedófilo? ¿Debemos preocuparnos? Dime y tomo el próximo vuelo a San Francisco para llegar a ese pueblucho.
—Shh… Déjame leer. Luego de que yo aceptara su propuesta me escribió: “¿Qué te parece ir a la cafetería Violeta? Es más alejada del centro del pueblo y tienen buena comida.”
—Sí, definitivamente quiere privacidad. ¿No crees, Sarah?
Mi amiga asintió energéticamente dándole la razón a su novio.
—Y luego dijo: “Como sea, también podríamos ir a la mismísima plaza y sería divertido. ¿Qué te parece? Haremos lo que tú quieras, para eso están los amigos.”
—Vaya… No esperaba lo de amigos. O el chico es muy tonto o realmente no le interesas de esa manera.
—Eso mismo pienso yo, Exe. Me ha confundido.
—¿Sabes? ¡Qué más da! Vístete como te plazca. Si le gustas, le gustarás hasta en pijama. Y si no le gustas, no pasarás vergüenza. Escucha a tu mejor amiga, Genesis.
Suspiré.
—Bien, me vestiré como lo haría para cualquier otra ocasión. ¿Los llamo mañana?
—¡Sí! Queremos los detalles jugosos —exclamó Exe.
Con una sonrisa en el rostro, corté la llamada y miré el reloj. ¡Jesús! Me quedaban quince minutos y si no me apuraba llegaría tardísimo. Y tenía que pasar a buscar a Theo por su casa.
Escogí un par de pantalones ajustados color verde militar, una camiseta negra con la palabra smile en el centro y una chaqueta de cuero vegetal color negro. Me puse un par de zapatillas negras también y corrí hacia la puerta de casa con las llaves en una mano, dinero en el bolsillo y el móvil en la otra mano. Dejé mi habitación hecha un desastre, pero ya era tarde para lamentarme. Por suerte, me había maquillado mientras hablaba con mis amigos y ese día mi cabello estaba cooperando.
Encendí el motor y saludé a mi abuela que me observaba con una sonrisa desde la puerta. Recordé que tenía un perfume en el vehículo y me tiré un poco para no oler a champú barato de coco.
La casa de Theo estaba a escasos quinientos metros de la mía por lo que en menos de tres minutos estaba haciendo sonar la bocina para anunciar que había llegado. No tardó en salir y me alegré al decidir no vestirme muy arreglada porque él lucia como siempre. Llevaba pantalones de jean, una camiseta roja lisa y una campera de algodón negra.