Era sábado por la tarde y no sabía qué hacer con mi vida. Había limpiado la casa de arriba abajo sin dejar ni una superficie con suciedad al punto de que los muebles y pisos relucían, había hecho todas mis tareas y adelantado otras para no perder el tiempo en la semana porque luego de clases me daba flojera. Incluso había visto una película en Disney y chateado con mis amigos de Los Ángeles. Ya no sabía qué más hacer y a duras penas eran las tres de la tarde.
Taylor, Theo y Tyler no habían aparecido por casa ese día lo cual me resultaba extraño y un poco aterrador, tampoco habían enviado un millón de mensajes al grupo de WhatsApp como acostumbran hacer para hablar temas sin sentido y compartir memes. A pesar de ello, no los había molestado porque suponía que estaban ocupados. Debían existir razones por las cuales habían decidido desaparecer de la nada y no podía ser el centro de su atención todo el tiempo. Debía admitir que su ausencia me hacía sentir la soledad, ese sentimiento que me acompañaba a diario desde el accidente y que decidía ignorar porque no me brindaba nada positivo. Y no me gustaba sentirme sola, no me gustaba la tristeza.
—¡Genesis! —exclamó mi abuela desde la sala de estar.
—¡Voy!
Me puse de pie, porque estaba recostada mirando el techo en el sillón del porche, y me dirigí hacia ella con rapidez dado que había sonado un poco desesperada. Me había acostumbrado a moverme con velocidad al oírla pues siempre esperaba que algo malo le sucediera; sin embargo, al llegar a la habitación encontré que nada estaba mal. Ella miraba una película, que ya habíamos visto pocos días atrás, sobre una mujer que vivía temporalmente con tres muchachos apuestos y por un momento me sentí identificada con Reese Witherspoon, aunque yo no estaba divorciada ni tenía dos hijas.
—¿Crees que esta noche puedas ayudarme a cocinar espagueti?
Por la manera en que me había llamado creí que necesitaba algo mucho más importante razón por la cual no pude evitar fruncir el ceño al escucharla hablar.
—¿Espagueti?
—Sí, con abundante salsa roja. Llevo mucho sin comer ese tipo de platos y quiero darme el lujo.
—Claro, nana.
Me sonrió y ya que estaba, tomé asiento a su lado para pasar el rato. Me gustaba esa película, era entretenida y tenía actores lindos.
—A mí me gusta el guionista —confesé mientras miraba la pantalla—. Me parece un chico tierno y apasionado.
—¿Y el director no te gusta? Creí que era más tu tipo.
—Sí, es guapo también, pero ese es el problema: es muy guapo y bueno para ser real.
—¿No son así tus amigos? —preguntó burlesca—. Muy guapos y buenos para ser reales.
—Eso es porque no has escuchado la cantidad de groserías que emiten, nana. A veces me sorprende que puedan decir tantas estupideces seguidas.
Rió y de pronto pareció recordar algo. Se giró hacia mí y habló:
—¿Has discutido con alguno de ellos?
—¿Con Tyler, Taylor y Theo? —La confusión era identificable en mi voz.
—Sí.
—No, nana. ¿Por qué lo preguntas?
Su pregunta me había tomado por sorpresa y no pude evitar pensar si ella había notado algo que yo no. ¿Y si ellos estaban enfadados conmigo por algo que había hecho y por eso habían decidido no aparecer ese sábado? Solía hablar más de lo necesario y a veces no me daba cuenta cuando iba muy lejos con mis bromas, pero ellos siempre me habían seguido el juego, nunca habían lucido enojados o molestos. ¿Había malinterpretado la situación y se habían cansado de mí?
—Porque Theo está afuera hace más de veinte minutos caminando de lado a lado, se ve que no decide si llamar a la puerta o no.
—¿Y hasta ahora me lo dices? —exclamé con sorpresa.
—Creí que necesitaba su privacidad.
Me puse de pie de un salto como si hubiese sido impulsada por un resorte que se hallaba pegado a mi trasero y con pasos largos acorté la distancia hacia la puerta. Abrí de golpe y eso asustó a Theo que se encontraba caminando de derecha a izquierda en el jardín delantero. Al notarme de pie bajo el marco de la puerta me sonrió, pero el gesto no viajó hasta sus ojos como solía hacer.
—¿Theo?
—Hola, pequeñita.
—¿Está todo en orden? ¿Necesitas algo?
Negó con la cabeza y no pude determinar cuál de mis preguntas intentaba responder. ¿O eran ambas a la misma vez? No había forma de saberlo.
—¿Quieres pasar?
—Sí.
Sus pasos eran largos, parecían zancadas, por lo que en dos segundos estuvo frente a mí y cruzó el umbral de la puerta. Sonrió al notar a mi abuela y se acercó a ella para saludarla con un beso en la mejilla.
—Buenas tardes, señora Allen.
—Buenas tardes, Theo. Te ves muy preocupado, ¿estás enfermo?
—Estoy bien, señora. Gracias por su preocupación —contestó llevando las manos a los bolsillos de sus vaqueros. Había notado que hacía eso cuando estaba nervioso o mentía—. ¿Usted se siente bien hoy?