Me escondí por una semana luego de la reunión con el sheriff. Estaba tan afectada con lo que había contado que no podía recordar cómo había vuelto a casa esa tarde, no podía siquiera caminar sin desplomarme por lo que conducir era imposible. Pero en la mañana del martes, desperté en una cama conocida, abrí los ojos en el interior de mi habitación vistiendo la misma ropa que el día anterior, con un fuerte dolor de cabeza y el rostro hinchado por culpa de las lágrimas. Mi automóvil estaba estacionado frente al garaje y mi mochila sobre el escritorio por lo que imaginé que era obra de los T.
No fui al instituto ese día ni los siguientes. De alguna manera mi luto había iniciado dos meses después de la tragedia y no podía dejar de llorar ni por un minuto. No quería ver a nadie, no quise hablar con nadie tampoco por lo que mi nana recurrió a la vieja excusa de la gripe en extremo contagiosa para justificar mi ausencia. De todas maneras, cada tarde el timbre sonaba y sabía por mi abuela que era Taylor que venía a traerme los apuntes de clase –incluso de aquellas que no compartíamos— y caramelos azules porque sabía tan bien como yo que la gripe era una mentira mal elaborada. Tyler me enviaba recetas de sopa y galletas por WhatsApp junto a stickers de gente enferma. Theo, por su parte, me enviaba vía Instagram los mejores memes del universo. No contesté a ninguno de ellos y eso no los hizo desistir.
Su compañía y apoyo me habían dado fuerzas y al llegar el lunes al instituto fui recibida por el trío de oro como se recibía al campeón del pueblo. Fui merecedora de abrazos y hasta de una bufanda tejida por Susan de un lindo color menta. Supe en ese momento que ellos eran los mejores amigos que podría encontrar.
—¿Qué debo ponerme? —pregunté hacia la cámara en una videollamada que se sentía como un déjà vu—. ¿Qué se supone que visten las chicas para ir a un concierto de rock?
—Esa no es la pregunta importante, Genesis. Lo que tienes que preguntar es: ¿qué se supone que debe vestir una chica para ir sola —remarcó la última palabra— a un concierto del muchacho que le gusta?
Fruncí el ceño y Sarah rió a causa de ello.
—Yo no he dicho que me guste.
—Pero te conozco lo suficiente como para deducirlo sin siquiera haber visto a esos muchachos de los que tanto hablas. Y puedo decirte que los tres te agradan, pero solo dos de ellos te gustan. Pista uno: tienen nombres muy similares. Pista número dos: con uno te has besado y con otro no.
Rodé los ojos y lamenté que Exequiel no estuviera en la conversación porque podría abogar por mí. En cambio, era víctima de las suposiciones de su novia y de mi mejor amiga.
—Eres una charlatana, ¿sabes? Ya no necesito tu ayuda.
Cerré la laptop y escuché un largo grito mientras la pantalla iba descendiendo, sonaba muy similar a un “no” con la “o” alargada exageradamente.
Intenté no reír y busqué algo de ropa en mi armario. Estaba segura que faldas y vestidos estaban descartados porque, según entendía, en los conciertos de rock se saltaba mucho y no quería a un desconocido mirándome las bragas en un bar. Mi ropa en general era bastante colorida e imaginé que desentonaría si iba con una camiseta verde chillón, por lo que elegí una remera negra con la palabra Nirvana en amarillo que había comprado en un impulso y que nunca había utilizado porque no me consideraba una fanática de la banda. Si alguien me preguntaba el nombre de sus canciones estaba frita porque tan solo conocía una. Combiné la camiseta con pantalones demin negros con las rodillas rasgadas, zapatillas y una chaqueta de cuero ecológico del mismo color siguiendo los consejos de mi tablero de Pinterest. Me maquillé y peiné rápidamente porque el tiempo escaseaba y no deseaba llegar tarde.
No era mi mejor trabajo, pero estaba satisfecha. Le envié una fotografía de cuerpo completo a mi amiga antes de salir y recibí muchos emoticones con ojos en forma de corazón.
Luego de despedirme de mi abuela y su enfermera –quien se quedaría hasta que mi nana se durmiera—, salí de casa para conducir por tres minutos hasta la vivienda de Taylor.
Sarah había tenido razón en algo: iría sola con él porque los dos miembros restantes del trío dorado estaban ocupados. Tyler debía trabajar esa noche y Theo tenía el cumpleaños de un familiar.
—Genesis, hola —saludó Roger, el padre de mi amigo al abrirme la puerta—. Pasa, Taylor está en su habitación. Puedes ir allí.
—Buenas noches, señor O’Malley. Gracias.
Ingresé a la vivienda y atravesé la sala de estar rumbo al pasillo saludando a Vivian al pasar. No me resultó difícil identificar la habitación de Taylor ya que tenía calcomanías de bandas adheridas a la madera de la puerta. Golpeé con los nudillos y esperé.
—Hola, MIT.
Taylor abrió la puerta y me sonrió; sin embargo, no pude hacer lo mismo porque me quedé de piedra cual tonta hormonal en tanto mis ojos lo encontraron. El muchacho estaba desnudo de la cintura para arriba y con el cabello húmedo y alborotado. Se veía condenadamente bien como si el dios nórdico Loki hubiese decidido ser un adolescente por unas horas.
—Hola —tartamudeé y me obligué a tragar—. Estoy lista cuando tú lo estés.