Reí tontamente mientras descendía del automóvil tras colocar el freno de mano para evitar que se fuera hacia atrás por el camino de entrada y chocara contra el cubo de basura del vecino. Cerré la puerta con más fuerza de la necesaria y eso hizo reír a Taylor. No tardó en llegar a mí tras rodear el vehículo y envolvió sus brazos en mi cintura para luego darme un beso apasionado aprisionándome contra el Toyota
—¿Crees que si algún vecino nos ve llame a la policía? —solté contra sus labios y le di un leve mordisco.
—Al menos compartiremos celda.
Sonreí y le di un empujoncito hacia atrás. Envolví mi mano con la suya y lo dirigí hacia la puerta de mi casa. Me costó acertarle a la cerradura, pero cuando finalmente lo hice, giré la llave y abrí la puerta. Ingresamos con pasos cortos e intentando ser sigilosos. Habíamos intentado mantener el silencio los últimos veinte minutos sin mucho éxito.
Luego del primer beso en el bar, siguieron muchos otros iguales de apasionados y devastadores y mientras bailábamos habíamos reemplazado el agua por tequila. El efecto del alcohol fue rápido y habíamos quedados embobados. Dean y Elías nos habían llevado hasta la casa de Taylor, ignorando nuestros besuqueos en el asiento trasero del Fiat. Sin embargo, al llegar recordé que no podía quedarme allí y que tampoco podía dejar mi vehículo porque mi abuela sospecharía que me había puesto ebria hasta el punto de olvidar mi nombre. Por ello, tras debatirlo unos minutos decidimos que lo mejor era que Taylor empujara el auto calle abajo mientras yo lo conducía. No podía manejar ebria, al menos habíamos estado de acuerdo en ello, y dirigirlo con el motor apagado parecía la mejor solución.
—Shh… —le susurré cuando chocó contra la pared y rió por ello.
—Lo siento —murmuró—. ¿Corrieron la pared?
—No lo sé, mañana le preguntaré a mi nana.
Asintió conforme con mi respuesta y de puntillas avanzamos hacia mi habitación. Cerré con cerrojo tras de mí y me quité la chaqueta que olía a humo de cigarrillo para arrojarla contra el suelo. Hice lo mismo con mi camiseta, zapatillas y pantalones hasta quedar en ropa interior sin una pizca de vergüenza recorriéndome el sistema nervioso.
—Vaya, MIT. ¿Escondías todo eso bajo la ropa?
Me sonrojé por su comentario y aprovechó mi distracción para darme otro beso. Le correspondí al instante y enrollé mis brazos en su cuello mientras lo guiaba hacia mi cama. Mis piernas chocaron contra el borde y me senté sobre el colchón sin separar sus labios de los míos. Retrocedí sobre la superficie blanda y Taylor gateó hasta que quedamos recostados. Se acomodó entre mis piernas, descansando su peso sobre una de sus manos para no aplastarme, e intensificó el beso. Su lengua se hizo paso hacia el interior de mi boca y gemí al sentir el contacto de su cuerpo contra mi cuerpo semidesnudo.
—Mucha ropa —susurré.
—Desvísteme.
Sonreí y llevé mis manos hacia su pecho. Quité uno a uno los botones de sus ojales y luego deslicé su camisa por sus hombros, acariciando la piel tersa y desnuda en el proceso. Nuestros ojos se encontraron y me sonrió con picardía.
—¿Me quito el pantalón?
—Sí.
Se deshizo de sus zapatillas y calcetines primero y después se arrodilló sobre la cama, aún entre mis piernas, para desabrochar su pantalón. Lo deslizó por sus piernas hasta quedar en ropa interior, luego lo hizo un bollo y lo tiró hacia el suelo con el resto de la ropa. Entonces volvió sobre mí y devoró mis labios una vez más. Pude sentir la dureza de sus músculos contra las palmas de mis dedos y una sensación dolorosa se instaló en la parte baja de mi vientre.
—¿Qué tan ebrio estás?
Separé sus labios de los míos y lo observé de cerca. Sus ojos brillaban como nunca antes, en parte debido al alcohol y la otra parte debido a los toqueteos, tenía los labios hinchados y el cabello en todas las direcciones posibles a causa de mis dedos.
—Muy poco, recordaré cada segundo mañana. ¿Tú?
—Lo mismo.
—¿Te arrepientes?
Negué con la cabeza.
—No. ¿Y tú?
—Que me queme en el infierno si lo hago.
Reí y tomándolo del cuello lo atraje hacia mí. Gimió contra mis labios y recorrió con sus manos mi cuerpo, sus dedos hicieron presión sobre mis muslos desnudos y acomodó su cuerpo entre el mío. Nuestras entrepiernas estaban juntas y pude sentir más de lo que había imaginado con ese simple movimiento.
—¿Tienes condón? —pregunté de golpe.
—No, nunca imaginé que pasaría algo así.
—Entonces no pasemos de la tercera base. ¿Hecho?
—Es un trato, MIT.
Sonrió y llevó sus labios hacia mi cuello. Mordí mis labios para no jadear y cerré los ojos mientras trazaba un camino ardiente de besos y mordidas desde mi barbilla hasta la curvatura de mis pechos. Sus manos se posaron sobre el borde de mis bragas y cuando creí que iba a deshacerse de ellas, se detuvo en seco. Dos segundos después entendí por qué.