Tres y un cuarto

Capítulo 20

Desperté cerca de las diez esa mañana y con cuidado me deshice del abrazo de Taylor quien descansaba con la respiración pesada; sin embargo, al sentirme mover casi despertó por lo que fui mucho más cuidadosa con mis siguientes pasos. Tomé ropa de mi armario y una bata para cubrirme porque mi abuela me mataría si salía de mi habitación semidesnuda, y en puntillas me dirigí hacia el baño principal.

     El olor a alcohol y tabaco se borró con el agua y el jabón y mi cabello agradeció que lo tratara con gentileza al peinarlo. Mantuve una expresión serena en el rostro porque no quería parecer sospechosa y preparé el desayuno para mi abuela como cualquier otra mañana.

     —¿Taylor sigue durmiendo?

     —Sí, nana. Anoche estaba muy cansado y no quería molestar a su padre para que lo sacara del auto así que lo traje aquí. —Le di un sorbo al café para disimular una sonrisa tras la mentira—. Espero que no te haya molestado.

     —Ay, Genesis. ¿Recuerdas que también fui joven?

    Abrí los ojos con sorpresa y me atraganté con la bebida caliente provocando que mi boca se quemara. Por Dios, ¿no podría haberlo dicho cuando no estaba bebiendo? Por poco había escupido café por la nariz.

     —No sé de qué hablas, abuela. Él estaba cansado y yo también, eso fue todo.

     —Claro, sólo ten en mente que no quiero bisnietos tan pronto.

     El rostro me ardió a causa de la vergüenza y ella rió al notarlo. Me había delatado mi sistema sanguíneo y me odiaba por ello. Mi padre estaría muy decepcionado, le había salido tan mala mentirosa –al menos con nana— siendo que él a mi edad solía engañar a su madre sin problemas, o eso era lo que él creía.

     —No pasó nada de eso.

     —Iré a ver mi novela porque allí viene tu… tu lo que sea y no quiero ser una invitada indeseada.

     Blanqueé los ojos exageradamente y la observé mientras se marchaba con pasos firmes pero lentos hacia la sala de estar. Cuando se dejó caer sobre el sillón y tomó el control remoto me permití dejar de observarla. Al girar la cabeza hacia la puerta de la cocina me encontré con un adormilado Taylor que estaba acomodando su cabello con los dedos y se había vestido con la misma ropa de anoche.

     —Buen día, MIT. ¿Qué tanto he dormido?

     Se sentó sobre uno de los taburetes de la isla y cogió una manzana del frutero para darle un mordisco.

     —No tanto como crees.

     Le dediqué una sonrisa tonta porque, aunque quisiera evitarlo, los recuerdos de la noche anterior me llegaron en cascada.

     —¿Qué le dijiste a tu abuela? —susurró en mi dirección y luego volvió a morder la fruta.

     —Una mentira que no me creyó —le contesté de la misma manera—. ¿Quieres café?

     Asintió con la cabeza.

     —Eso quiere decir que sospecha sobre lo que sucedió anoche.

     —Me pidió que no le diera bisnietos, así que sí.

     Se atragantó con la manzana y los ojos se le volvieron saltones. Me apresuré a alcanzarle la taza para que el líquido lo ayudara y luego de algunos sorbos y carraspeos pudo recuperarse. No obstante, la expresión de sorpresa permaneció en sus lindas facciones y en sus ojos verdes.

     —Estás jugando conmigo, ¿verdad?

     Negué con la cabeza y mordí mi labio llena de vergüenza. Ojalá fuera solo una broma, pero mi abuela nos había descubiertos sin problema y probablemente me daría luego una conversación sobre la importancia del uso de métodos anticonceptivos. A veces olvidaba que era madre de mi padre, de Richard Allen quien había sido el mayor rebelde que Rose Valley conoció en la historia desde su fundación.

     —Supongo que tendré que traerle flores la próxima vez que venga para que no me odie. ¿Le gustan las rosas?

     Reí por lo bajo y asentí. Su preocupación me causó ternura y como idiota hormonal que era, acaricié su rostro con mis dedos. Sus ojos encontraron los míos y cuando creí que se alejaría, tomó mi mano entre las suyas y se la llevó a los labios para depositar un beso sobre mis nudillos.

     —No creo que pueda conseguir el perdón de tu abuela si me provocas así —susurró con un hilo de voz.

     —Bien, lo lamento.

     Pero de todas maneras acorté la distancia entre nuestros labios y deposité sobre los suyos un casto beso. Al alejarme detecté una sonrisa en su rostro que me ablandó el corazón.

     —¡Buen día, familia Allen!

     Di unos pasos hacia atrás de puro instinto en el momento justo en que Theo atravesó el umbral de la puerta de entrada con una canasta en sus manos y una amplia sonrisa en los labios. No podía vernos desde allí pues una columna nos separaba, aunque yo sí podía verlo, de todas maneras, me pareció que era mejor prevenir que explicar.

     —Buen día, Theo. ¿Cómo entraste sin llave? —quiso saber mi abuela, pude imaginar su expresión de desconcierto.

     —Estaba la puerta abierta, señora Allen.

     Eso había sido enteramente mi culpa, no podría sospechar de nadie más. Entre la borrachera y las ansias por besar a Taylor en una habitación más privada, me había olvidado por completo en cerrar con traba, por suerte vivíamos en un pueblo tranquilo o unos delincuentes nos podrían haber desvalijado la casa durante la noche.




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