Me habían castigado. Mi abuela se encargó de quitarme la libertad, el teléfono celular y el coche para asegurarse de que no tuviera intenciones de salir. Me había dejado sin posibilidades de ver a Taylor, Theo y Tyler en lo que restó del fin de semana y me pareció bastante justo. Más aún, había estado tan enferma del estómago por el exceso de comida, alcohol y dulces que pasé los siguientes dos días vomitando hasta las tripas y lamentando mis decisiones. Me sentía pésimo, como si un tren me hubiese pasado por encima y luego alguien me hubiese vuelto a armar con hilos y parches sin mucho éxito.
El día domingo antes de la vuelta a clases pude recuperar algo de energía como para encender mi laptop con la excusa de que tenía que hacer un informe, pero en verdad la utilicé para entrar a WhatsApp Web. No fui la única con ese pensamiento por lo que mi tarde se animó un poco mientras conversaba con el trío de oro y mis amigos de Los Ángeles. Había también aprovechado para comprar los pasajes de avión para ir a pasar Navidad a casa con mi abuela.
Verán, luego de que nos sacara el oficial Peter de la fuente y nos llevara a la estación de policía con la ropa húmeda y el cuerpo mojado, no paso mucho tiempo hasta que llegó Adam, el abuelo de Theo, mitad en pijama y mitad enfadado. Llamó a los padres de los tres y a mí me llevó personalmente a casa, como mi nana dormía pasó por la mañana para contarle lo ocurrido. Mi abuela me castigó, claro está, pero mientras me regañaba intentaba contener una sonrisa y por un momento sentí como si mis padres hubiesen estado presentes. Papá se habría carcajeado para luego preguntarme qué tan fría estaba el agua y mi madre debería haber tomado las riendas para regañarme.
Theo, Tyler y Taylor también habían sido castigados, despojados de sus teléfonos y de la posibilidad de salir. Theo también se había enfermado ya que había sido quien más mojado había terminado y cargaba una fea gripe que no le impidió ir a clases el lunes –porque según sus padres se lo merecía—. El hermano de Tyler había traído mi automóvil hasta casa y por él me enteré de todos los detalles.
Por cierto, hallé mis botas cuando el abuelo de Theo me llevaba de vuelta a casa. Estaban depositadas en el medio de la calle y permanecían intactas, fue un alivio porque eran zapatos caros de diseñador y mis favoritos. Franela había desaparecido; sin embargo, Theo se encargó de buscar imágenes de gatos similares en Internet para luego colgar carteles para encontrarla.
El lunes al llegar al instituto todo el alumnado ya sabía de nuestra noche de Acción de Gracias y en lugar de recibir burlas como se habría esperado, fuimos aplaudidos. Era bastante obvio que nadie hacía cosas indebidas allí y para ellos éramos como los rebeldes del pueblo. Me sentí importante por un momento; sin embargo, al recordar que debería volver sola y a pie a casa se me borró la felicidad.
—Me siento tan mal que pienso seriamente que el suicidio es una buena opción —comentó Theo por lo bajo en nuestra clase juntos de Biología—. Nunca más jugaré al tabú borracho con ustedes, me hacen muy mal.
Estaba tan engripado que la voz le salía gangosa y pronunciaba una “d” cuando quería decir una “t”, eso lo hacía gracioso; no obstante, su nariz estaba enrojecida y sus ojos llorosos por lo que no me pareció buena idea reírme de cómo hablaba.
—Le diré al profesor que te llevaré a la enfermería.
—No, está bien. Mañana tenemos examen.
Que dijera “esdá” y “denemos” me indicó que no estaba para nada bien. Por ello, sin dudarlo me puse de pie y caminé hacia el escritorio del profesor para indicarle la situación. Me entregó un pase y llevé casi a rastras al grandote hacia la enfermería con más dificultad de la esperada pues Theo se arrastraba a mi lado. Me aseguré de quedarme hasta que cayó dormido y luego la enfermera me envió a avisarle a su madre, Susan, sobre lo ocurrido para que se lo llevara a casa pues de lo contrario podía contagiar al resto de la escuela.
Volví caminando lentamente por el pasillo desierto, había demorado tanto que la clase ya estaba por terminar y a decir verdad no quería seguir escuchando sobre células por lo que retrasé mi llegada tanto como pude. Incluso aproveché la situación para comprarme unos dulces en la máquina expendedora junto al baño de chicas y los fui comiendo mientras caminaba.
—¡Oye, MIT!
Giré la cabeza con violencia hacia atrás y encontré a Taylor acercándose rápidamente a mí. Llevaba una sonrisa en su rostro que velozmente me contagió. Su buen humor siempre me alegraba y me era difícil ocultarlo.
—¿Qué haces aquí? —susurré para que nadie nos escuchara. El resto seguía en clases y no deseaba que un profesor malhumorado saliera a echarnos de allí.
—Fui al baño y me pareció verte pasar —explicó—. ¿Y tú?
—Llevé a Theo a la enfermería.
Asintió pues eso explicaba todo. Era bastante obvio que nuestro amigo estaba enfermo y que se había sentido mal durante toda la mañana.
—Oye… tengo una proposición para hacerte.
—Eso suena serio. ¿Deberé usar un vestido pomposo de color blanco en un día de verano y decirle a un ministro “sí, acepto” mientras tú estás a mi lado vestido de blanco y negro? —bromeé.