—¿Qué haces aquí?
Las palabras escaparon de mis labios con más brusquedad de la pensada y pude notar en su rostro que le había asombrado mi actitud. Quise disculparme de manera instantánea, no pretendía ser grosera, pero estaba tan sorprendida que mi cerebro había sufrido un terrible cortocircuito.
—¡Genesis! No seas grosera —me regañó mi abuela con cara de pocos amigos.
—Lo lamento, Ty.
No esperé una respuesta y me adentré en la cocina para buscar un poco de calma. Era un manojo de emociones contradictorias y no podía determinar cuál de ellas ganaría la batalla. Estaba entusiasmada por mi cita con Taylor, todavía podía sentir el zoológico en mi vientre y las mejillas sonrojadas por el último beso. A la misma vez, estaba confundida con la presencia de Tyler, asombrada de que mi abuela lo hubiese dejado pasar y anonadada con el hecho de que estaba sentado cómodamente en el sillón viendo la novela escocesa que mi nana amaba.
—Hey, G. Lamento si te sorprendí.
Giré hacia la entrada de la cocina y lo observé de pie bajo el marco de la puerta, con las manos en los bolsillos de sus pantalones de gimnasia y el cabello despeinado. Lucía cansado, triste y derrotado a la vez y no había manera de determinar a qué se debía.
—¿Qué haces aquí? —susurré, no quería que mi nana oyera nuestra conversación.
Se adentró en la habitación y se dejó caer sobre uno de los taburetes de la isla. Tomó una manzana y comenzó a jugar con ella como si fuera una pelota mientras ignoraba mi pregunta.
—¿Está todo en orden, Ty?
Entonces negó con la cabeza lentamente.
—Puedes contarme.
—Lo sé —susurró—. Solo que ni yo comprendo lo que sucedió.
—¿A qué te refieres?
Me acerqué a él y le quité la manzana para que dejara de evitar mi mirada. La preocupación había ganado la batalla y era quien me invadía en ese momento. Nunca lo había visto así, ni siquiera cuando se quedó a dormir a las pocas semanas de conocernos. Bien, lo conocía hace poco, casi tres meses, pero él era muy transparente con sus emociones y en ese momento era como si se hubiese colocado su mejor máscara.
—Discutí con mi hermano —soltó finalmente—. No puedo decirte el motivo porque no sé si son sospechas mías o realmente sucedió, lo que sí puedo decirte es que estoy tan enojado con él que no soy capaz siquiera de ver a mis padres a la cara.
Coloqué una de mis manos sobre las suyas y le di un leve apretón para brindarle consuelo. Esbozó una mueca que quiso ser una sonrisa de lado pero que se quedó a medio camino.
—Mi plan no era venir aquí, sabía que tenías una cita con Taylor y no quería molestar. De verdad. —Se oyó tan sincero que no pude dudar—. Fui a buscar a Theo y él no estaba, no podía ir a casa de Taylor porque su familia no estaba allí ni él tampoco. Y luego caminé hasta aquí porque recordé que habías dicho que podía quedarme cuando lo necesitara. No iba a tocar, realmente mi idea era quedarme afuera hasta que llegaras y pedírtelo personalmente.
—¿Mi abuela te vio? —intenté adivinar.
Asintió.
—Sí, me vio esperando en el jardín y me hizo pasar para que no tuviera frío. Espero que no te moleste.
—Está bien, Ty. Lamento haber sonado tan dura recién.
Se encogió de hombros.
—Le hice la cena a tu abuela, si quieres comer te dejamos una porción en la heladera.
Abrí los ojos con asombro. ¿Le había hecho la cena a mi nana? Bien, eso sí que no me lo había esperado ni en un millón de años. De hecho, la razón por la que Taylor y yo habíamos vuelto relativamente temprano de nuestra cita había sido para que pudiera cocinarle a mi abuela antes de que se fuera a dormir o causara un incendio.
—Vaya, gracias. Sí, tengo hambre.
Se puso de pie de un salto y caminó hacia la heladera. Buscó en su interior y luego de unos segundos giró con un recipiente de vidrio en la mano.
—¿Cuánto tiempo debo ponerlo en el microondas?
—No lo sé, ¿un minuto?
Asintió y se dirigió hacia el aparato plateado. Colocó el recipiente allí y seleccionó un minuto en el temporizador. No podía dejar de seguir sus movimientos, se sentía raro y bien que estuviera allí actuando con tanta normalidad.
—Entonces… ¿te quedarás a dormir?
—Si no es molestia para ti, sí.
—Puedes quedarte, Tyler.
Sonrió sin ánimos y me sentí mal por él. Era extraño verlo con los ánimos tan bajos, ni siquiera se podía decir que tenía mal humor sino simplemente que no parecía sentir nada más que decepción y tristeza. Experimenté la necesidad de abrazarlo y decirle palabras bonitas para hacerlo sentir mejor; sin embargo, me contuve porque no sabía si eso era lo que realmente necesitaba.
La alarma del microondas sonó y con un paño en la mano sacó de su interior el recipiente. Lo trajo hacia mí y lo depositó en la mesada de mármol. Escaneó con la mirada el lugar y luego fue hacia el lavavajillas para buscar un tenedor.