Por las próximas dos semanas Tyler fue un huésped animado y servicial en casa de mi abuela, se levantaba temprano para prepararnos el desayuno antes de ir a clases y por las noches hacía la cena deleitándonos con sus recetas elaboradas. Me ayudaba a limpiar y le brindaba su compañía a mi nana haciéndola reír y contar historias sin cesar. Incluso me dio la impresión de que ella ya no prefería a Taylor, sino que adoraba a Tyler.
—¿Cuánto tiempo más se quedará? —preguntó Theo en un susurro.
Estábamos en la cocina, Taylor estaba con nosotros mientras Tyler jugaba a las cartas con mi abuela en la sala de estar. Ellos estaban preocupados por su amigo y aunque apreciaba la ayuda que había recibido del castaño, yo también lo estaba. No había hablado de su familia y en tres días era Noche Buena.
—No lo sé —contesté de la misma manera—. ¿Debería invitarlo a Los Ángeles?
—No, claro que no, MIT. Debe volver a su casa y hablar con sus padres. ¿Te ha mencionado por qué se fue?
Negué con la cabeza.
—No, la noche que llegó me dijo algo sobre una pelea con su hermano, pero que no podía decirme nada ya que no podía confirmar sus sospechas. Es extraño, ¿no lo creen?
—Tyler y Michael nunca se han llevado bien, aunque esto me parece extremo. ¿Alguna vez se había ido por tanto tiempo, Tay?
El pelinegro negó con la cabeza. Por lo que sabía, Tyler solía discutir con su familia seguido y desde los doce años había tenido momentos en que se había quedado en las casas de sus amigos para no tener que pelear con nadie. Normalmente terminaba en casa de Taylor ya que éste no le hacía muchas preguntas y tampoco sus padres. Sin embargo, no solía quedarse más de tres días y luego regresaba como si nada hubiese ocurrido.
—Creo que es hora de una intervención —anunció Theo con decisión—. ¿Lo llamamos ahora?
Un par de ojos azules y otro par de ojos verdes se posaron sobre mí. Negué con la cabeza con exageración y acompañé los movimientos con mis manos para hacer énfasis en mi negativa. Yo no lo llamaría, no sería la encargada de darle la patada. Ellos querían que se fuera a casa, ellos lo conocían más que yo.
—No, ustedes lo conocen desde antes —grité en un susurro—. Es su deber de mejores amigos hacer que perdone a su familia o lo que sea que esté sucediendo.
—Pero es tu casa, tú debes llamarlo. Pequeñita, anda.
Negué nuevamente con la cabeza.
—Sean bien machos o como sea que se diga ahora, y llámenlo.
Theo suspiró con resignación y Taylor rodó los ojos. Estaba a mi lado, casi sosteniendo mi mano pero sin hacerlo pues solo rozábamos nuestros dedos ocasionalmente, por lo que aproveché la cercanía para darle un pequeño empujón así tomaba la iniciativa.
—¡Oye, Ty! ¿Puedes venir un momento? —exclamó—. Necesitamos tu ayuda.
El castaño se puso de pie dejando las cartas boca abajo sobre la mesa y le advirtió a mi abuela que no espiara. Eso la hizo reír y él caminó hacia nosotros con una sonrisa. Lucía despreocupado y relajado y me sentí culpable por lo que estábamos a punto de hacer. Él necesitaba solucionar sus problemas y yo no tendría ningún inconveniente en dejarlo vivir en casa si me juraba que había arreglado las cosas con sus padres y hermano, pero simplemente ya no quería vivir con ellos. Lo apoyaría si lo necesitaba; sin embargo, debía quedarme con la certeza de que no estaba retrasando lo inevitable. Podía discutir con sus padres y llevarse mal con su hermano y aun así envidiaría el hecho de que él pudiera pasar la Navidad con ellos si lo quería.
—¿Qué pasó?
Buscó algo en la heladera dándonos la espalda y entre los tres comenzamos a señalarnos mutuamente para que alguien hablara. Al darse vuelta, con una botella de jugo en la mano, fingimos que todo estaba en orden.
—Es hora de volver a casa —dijo entonces Theo, apoyando su mano sobre la isla para recargar su peso.
—Bueno, ¿nos vemos mañana?
Su entrecejo se frunció mostrando la confusión que sentía. Podía imaginar sus pensamientos: «¿Me han traído hasta aquí para decirme que se van?»
—No, Tyler. Tú tienes que volver a casa —corrigió Taylor.
El ambiente se volvió pesado entonces. Me sentí nerviosa, las palmas de las manos me comenzaron a cosquillear y el corazón a latir con una fuerza descomunal. Dirigió su mirada hacia cada uno de nosotros, la mano se le había detenido mientras intentaba abrir la botella y los huesos de su mandíbula se hicieron visibles demostrando que estaba apretando los dientes.
—No sé a qué te refieres.
—Ty, me encanta tenerte aquí, pero Navidad es en unos días y deberías pasarlo con tu familia.
—Navidad es una fiesta comercial, ni siquiera es el verdadero nacimiento de Jesús. Ni siquiera soy creyente. —Se llevó el jugo a los labios y le dio un sorbo—. Para mí es como cualquier otro día.
—Genesis y su abuela se irán a la ciudad —intervino Theo—. ¿Dónde te quedarás?
—Aquí.