Tres cosas deben saber sobre Sarah Clive antes de continuar. Uno: le apasionan las películas y tiene reacciones dramáticas a situaciones cotidianas. Dos: es una muchacha alta que patearía el trasero de cualquiera que se atreviera a molestar a sus seres queridos. Tres: le gusta acostarse con la cabeza colgando por el borde de la cama, llevando toda la sangre hacia su cerebro. ¿Por qué deberían saber esto? Bueno, porque de esa manera es más fácil explicar su comportamiento esa mañana.
Llegamos con mi abuela a casa de la familia Clive alrededor del mediodía, el sol brillaba en lo alto pero la temperatura no superaba los quince grados por lo que como toda californiana que se apreciaba, estaba tapada hasta las cejas. Lo primero que vi cuando el taxi se detuvo fue una figura alta, atlética y delgada con una cabellera negra que corría hacia mí. Tuve tiempo suficiente para bajarme del vehículo antes de que me envolviera en un fuerte abrazo que me hizo chillar del dolor.
La casa de Sarah era bellísima, una vivienda normal en un barrio de clase media en Los Ángeles. No era muy grande, tan solo dos plantas con tres habitaciones y un lindo jardín. No tenía vistas al mar ni se encontraba en una colina a la que había que llegar en automóvil, nada de eso, era tan normal que podría pasar desapercibida. Pero yo amaba ese lugar, tenía un aire hogareño y de felicidad que en la mansión de mis padres con más habitaciones de las que se podían contar nunca se había podido sentir.
Su madre, Clara, se encargó de atender a mi abuela y llevar sus pertenencias a la habitación de huéspedes mientras que mi amiga me arrastraba hasta su dormitorio –el mismo que compartiríamos esos días— para hacerme un largo interrogatorio.
—¡Cuéntamelo todo! —chilló—. Quiero fotografías, detalles y emociones puestas sobre la mesa.
—Es un placer saber de ti también, Sarah —respondí con burla.
Me dejé caer sobre la cama doble y ella hizo lo mismo a mi lado llevando la mitad de su tronco hacia fuera del colchón para colgar. A veces sentía que tanta sangre yendo hacia su cabeza era la causa de que fuera tan teatral.
—Entonces… Theo, Tyler y Taylor son candentes, son tus amigos y te has besado con los tres. ¡Es como una película! Ya veo el título: “Enredos del amor”. Te protagonizaría la chica de Jumanji, la rubia, aunque tiene ojos claros —sopesó su idea por unos segundos—. Siempre se pueden usar lentillas, ¿no? ¿Theo es rubio? Bueno, él puede ser Neels Visser. ¿Taylor es pelinegro de ojos verdes? Bien, aquí se complica la cosa, pero seguro podremos obtener a alguien que le haga fe. Y Tyler, por supuesto, lo veo como Dylan O’Brien.
Eso último me hizo reír recordando la conversación que había mantenido sobre el actor con Tyler en el porche de casa. Ella creyó que mi risa era porque me parecía genial su idea por lo que continuó parloteando.
—¿Y con quién sales ahora? ¿Resolviste tu dilema?
Negué con la cabeza.
—Ambos me dijeron que podía salir con quien quisiera, con los dos a la vez incluso, pero no se siente bien. No creo que sea correcto involucrarme con los dos.
Jugué con los flecos de uno de los cojines sobre su cama, distrayéndome para no gritar todas las sensaciones encontradas que tenía en el cuerpo.
—No te preocupes, si se atreven a romper tu corazón o enojarse luego contigo cuando te dieron pase libre, yo les partiré la nariz. Y Exequiel me enseñó a dar muy buenos golpes, incluyendo un rodillazo en las bolas.
Reí nuevamente.
—Taylor es la opción correcta —confesé—. Es lo que mi corazón grita todas las noches y lo que mi cuerpo confirma cuando lo veo.
—¿Pero…?
—Pero cuando veo a Tyler, cuando no se comporta como un patán con ninguna persona y me hace reír, mi corazón se acelera y se confunde.
—¿Y el poliamor está descartado?
Asentí energéticamente. No tendría una relación de a tres, no complicaría mi existencia de esa manera. ¿Creía que había personas que podían ser felices con más de una persona? Por supuesto. ¿Yo podía serlo? Negativo.
—Mi consejo es el siguiente. —Aclaró su garganta y me preparé para lo peor—. Deja que tu relación con Taylor fluya, que te lleve a donde tenga que ir y permite que tu corazón explote de amor. ¡Pero! Pero si sientes la necesidad de besuquearte con su mejor amigo, si simplemente lo ves y quieres morderle los labios hasta el cansancio, hazlo. Al fin de cuentas te irás de ese pueblo en seis meses y no es seguro que sigan siendo amigos.
—Ese era un buen consejo hasta la última oración. ¿Segura que no quieres ser psicóloga?
Chasqueó la lengua.
—Bueno, pero tienes que admitir que…
—¡Genesis te buscan! —la interrumpió su madre desde la planta principal con un grito que se debió haber escuchado en el letrero de Hollywood.
—Bien, eso es extraño —concedí.
Me bajé de la cama y con Sarah siguiéndome de cerca me encaminé hacia la entrada. A mitad de las escaleras me detuve, el abogado de la familia estaba allí. Le había dicho que iría por Navidad porque debía reunirme con él para ver los avances en la causa de mis padres, pero no había esperado que me fuera a buscar.