Tres y un cuarto

Capítulo 31

La Navidad siempre había sido mi festividad favorita, no tenía nieve a montones ni tampoco chocolate caliente frente a una chimenea mientras los leños ardían, pero se sentía igual de mágica que en las películas porque “Mi pobre angelito” le daba ese toque maravilloso. No obstante, ese año frente a un árbol de plástico con escasa cantidad de ramas y adornado con bolitas doradas y rojas, la fiesta no se sintió especial para mí. No tenía a mi padre allí dando regalos exageradamente costosos que no necesitábamos –lo que ocasionaba una discusión amistosa— ni a mi madre preparando su tarta de frutillas que me parecía una delicia.

     Fingí mi mejor sonrisa y agradecí cada uno de los regalos que había recibido; sin embargo, el vacío en el pecho persistía. Ese día me había encargado de enviar presentes a mis amigos en el pueblo y siguiendo la tradición de mi padre había gastado más dinero del necesario. Había conseguido unas zapatillas de básquetbol edición limitada para Theo, una máquina de escribir antigua para Tyler, una guitarra eléctrica maravillosa para Taylor y una máquina de coser que se utilizaba para alta costura para Sophie. Las fotos y los mensajes de agradecimiento me habían animado un poco, de todas formas, me sentía como un globo que se queda sin aire de a poco.

     Volver a Rose Valley fue difícil, separarme por segunda vez de Sarah y Exequiel me produjo una cascada de lágrimas, y ni hablar de visitar la casa de mis padres para rebuscar en los armarios por prendas y zapatos.

     Me había reunido además con el contador de mis padres y me había recomendado vender las propiedades y los vehículos si no iba a hacer uso de ellos pues debía pagar mucho dinero en concepto de impuestos lo cual no era bueno para mis finanzas. Le había pedido entonces que al inicio del nuevo año se encargara de buscar compradores porque yo me sentía incapaz de hacerlo.

     —¡Pequeñita!

     Estacioné el vehículo frente al garaje y fui abordada por tres figuras masculinas al salir. Theo me atrajo hacia sí y me hizo merecedora de un fuerte y largo abrazo que me provocó ganas de llorar, aunque me contuve para no arruinar la situación. Tyler fue el próximo en llegar a mí y me dio un abrazo más corto que el de su amigo, un abrazo que me hizo olvidar de todas las idioteces que había dicho la última vez que lo vi. Taylor fue el último en venir a mí, luego de ayudar a mi nana a bajar, y sin vergüenza depositó un beso casto sobre mis labios que me hizo sonrojar. Ese simple acto supuso para mí que había tenido una conversación con su amigo y no sabía qué esperar de ello.

     —¿Qué tal el viaje, MIT?

     Rodeé su cintura con uno de mis brazos y permití que me llevara hacia el interior de casa. Theo ayudaba a mi abuela a caminar y Tyler se estaba encargando de descender las maletas que se habían multiplicado ya que esa sería mi verdadera mudanza.

     —¿Quieres la verdad o la versión linda? —pregunté.

     —La que consideres que merezco.

     —¿G, qué diablos? ¿Por qué tantas maletas? —gruñó Tyler depositando en la sala de estar las primeras dos valijas e interrumpiendo nuestra conversación.

     —Me estoy mudando. —Me encogí de hombros como si decirlo no me provocara un vacío enorme en el pecho.

     —Creí que te habías mudado hace tres meses. —Suspiró y volvió hacia el automóvil por las tres valijas restantes.

     Mi abuela estaba cansada por el viaje, razón por la cual la llevé directo a su habitación y tras esperar a que se colocara el pijama, la ayudé a recostarse. Entonces me dirigí hacia el porche donde el trío de oro estaba esperando por mí mientras buscaban una película en Netflix. Theo hasta había empezado a preparar palomitas de maíz en la máquina.

     —Te ves exhausta, pequeñita.

     —Lo estoy —confirmé—. Creí que volvería llena de energía de Los Ángeles, pero a duras penas pude dormir.

     Me dejé caer sobre el sofá junto a Tyler y solté un largo suspiro en el proceso. Taylor estaba sentado sobre el suelo abrazando sus rodillas y Theo estaba de pie junto a la máquina que lo hacía feliz cada día.

     —¿Te recordaba mucho a tus padres? —preguntó el pelinegro poniendo una mano sobre mi rodilla que exclamaba “estoy contigo para lo que necesites”.

     —Sí, además tuve más reuniones de lo que se consideraría posible para una chica de mi edad —bufé—. Abogado, contador, analista financiero, ¡hasta el seguro médico me llamó!

     —Todavía queda una semana de vacaciones, prometo hacerla divertida para ti. —Theo sonrió ampliamente y ese gesto me proporcionó consuelo.

     —Gracias por el regalo, G.

     —Si, eso. Gracias, MIT.

     El rubio asintió de acuerdo.

     —Feliz Navidad —sonreí con cansancio.

 

     Por la siguiente hora y media dormité sobre el hombro de Tyler mientras los tres miraban una película que me pareció era la “Era del Hielo”, no podía estar segura porque todo se escuchaba y veía borroso para mí. No fue hasta que mi teléfono sonó con fuerza en el bolsillo de mi pantalón que me desperté. Tallé mis ojos con mis puños y me estiré antes de alcanzar el móvil, era una alarma que había instalado para asegurarme de tomar mi medicación.




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